viernes, 22 noviembre, 2024

Vigilando el fuego

Vigilando el fuego

Es evidente que el verano es la época que más contribuye a la aparición de incendios. Estos grandes fuegos que pueden abrasar todo un ecosistema de árboles y matas son una de las principales preocupaciones presentes en la etapa estival, de ahí la necesidad de campañas y la extrema atención que se presta a los montes. Si bien la esencial labor de bomberos y de todo el personal dedicado a la extinción de las llamas es digna de reconocimiento, también es importante valorar la función de aquellas personas cuyo oficio no es tan famoso; un empleo más desconocido por los ciudadanos de a pie pero realmente imprescindible para localizar el fuego. Se trata de los trabajadores de las torres de vigilancia de incendios; una tarea indispensable de la que vale la pena descubrir algo más. Así, de la mano de Amparo Monedero, una de las vigías de las torretas que hay situadas en la provincia de Cuenca, es posible adentrarse en el interesante mundo de la detección de estos desastres que están actualmente tan a la orden del día.

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Vigilando el fuego

“Para mí esto no es correr peligro porque consiste en tener un horario, cumplirlo y estar pendiente” explica Amparo cuando se le pregunta por su ocupación en el puesto de vigilancia de Almodóvar del Pinar. Una ocupación fundamental ya que, como ella recalca, los vigías son “prácticamente los primeros que ven el humo”. Para localizar el lugar en el que se produce el peligro, la clave es prestar atención y “estar pendiente de todo lo que se ve aquí para llamar a la central según se vea” explica. Una vez detectada la columna de humo, lo primero que hay que hacer es contactar con los responsables de la central y describir el problema.

La rápida actuación de estos trabajadores puede impedir que la situación se descontrole y se desencadene algo peor. “Yo llamo a la central, a Cuenca, diciendo quién soy. ‘Soy la torre 332 de Almodóvar del Pinar y estoy viendo que ahora mismo se ha formado un humo… por ejemplo” relata Amparo. Una vez efectuada la llamada, lo importante es mantener la calma y detallar de la forma más precisa posible lo que se está observando para conseguir trazar una idea muy específica del problema. “Me preguntarían: ‘¿Cómo lo ves?’ Pues yo puedo decir que es un humo blanco… Y ya normalmente hay otra torre que también da el aviso, y allí en la central ya saben” cuenta la vigía en relación a estas llamadas.

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Torre de Gazate Airén

Ahora bien… ¿cuál es el horario establecido en este empleo? El profesional que trabaja en una torre de localización de incendios debe cumplir una jornada laboral de diez horas seguidas en el puesto de vigilancia. “Empiezo a las once de la mañana y hasta las nueve de la noche no me voy. Estoy aquí todo el día” asegura Amparo. Así pues, durante ese tiempo, la vigía tiene que estar pendiente. “Yo me traigo mi nevera con mi café, mi agua y… yo vivo aquí” cuenta ella sobre la torre, que ya se ha convertido prácticamente en su segunda casa. “Vengo un día sí y otro no. Son quince días al mes durante cuatro meses”. Pese a los días establecidos, no suele existir inconveniente en hacer reemplazos con el compañero de torre.

Quince días al mes, cuatro meses al año… Para el que se pregunte qué hay que hacer para trabajar aquí y qué labor se desarrolla el resto del tiempo, debe saber que los vigilantes de torres reciben una serie de cursos en los que se instruye a estos trabajadores. “Hemos estado haciendo cursillos, nos dan formación, te preparan… y luego, en el invierno, trabajamos en la limpieza de los montes” indica Amparo. Por tanto, mientras que en junio, julio, agosto y septiembre los vigías permanecen en los puestos de detección de incendios, los meses restantes realizan otro tipo de actividad. “En la torre empezamos el día primero de junio y acabamos el 30 de septiembre. Después ya hacemos la campaña de limpieza”.

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Cuando se le pregunta a Amparo cuál de estas dos actividades prefiere, no consigue decidirse. ¿La razón? Se trata de dos tareas tan diferentes que no puede establecerse una relación entre  una y otra. “Al ser cosas distintas… no se puede comparar. Vamos a ver, en el invierno, el monte… pues hace más frío… Es que son cosas distintas. Trabajas de lunes a viernes, el fin de semana lo tienes libre y aquí no… Es otro ritmo distinto”. Eso sí, no existe duda con respecto al agotamiento, ya que “si se piensa en trabajo de fuerza… pues en el inverno te cansas más que en el verano, porque, el monte… las botas son muy pesadas de llevar, el mono…”.

Una vez conocido el horario y las funciones a desarrollar, no es difícil preguntarse si es posible estar a gusto en un trabajo como ese y cuáles son las principales desventajas de trabajar en una torre de vigilancia de incendios. “Para mí no hay nada malo” asegura Amparo. “No sé, seré un bicho raro” ríe ella, “pero no hay nada que me disguste, estoy encantada”. Ni siquiera la soledad supone un problema para esta vigía. “Tengo la radio… y, además, diez horas te dan para pensar. El día que voy a la torre ya sé a lo que voy”. Serenidad sería la cualidad más indicada para describir este oficio, pues “no es un trabajo relajado, pero es un trabajo tranquilo porque aquí de no ser que venga alguien algún día…” dice encogiéndose de hombros.

Y es que esta vigía lleva trabajando en la detección de incendios desde 1999 y, como deja claro, está encantada y piensa seguir como hasta ahora pese a ser una labor algo sacrificada en ciertos aspectos. “Llegan las fiestas y tienes un trabajo de estos que no te puedes acostar a las 8 de la mañana” comenta ella. “Tienes que estar pendiente porque es tu deber. Entonces yo siempre digo que, el día que yo trabajo, no me puedo estar hasta las 4 o las 5 de la mañana por ahí. Yo eso lo tengo por norma desde siempre. Y estar siempre atenta”.

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Pero… ¿cómo es trabajar desde una torre de detección incendios? Las personas fácilmente impresionables o propensas a los mareos, pueden descartar esta opción como oficio, ya que “la gente que tiene vértigo… no puede trabajar aquí”. Pese a que no es complicado subir a la torre, hay que señalar que el recorrido se hace algo pesado. “Es cómoda para subir… ¡pero son 99 escalones!” recalca Amparo. La ventaja es que las nuevas torres disponen de una escalera normal. “En las antiguas, no. La otra era muy complicada de subir, tenías que ir agarrándote” explica ella haciendo memoria. En cuanto a las condiciones climatológicas, la temperatura no suele ser un gran problema. “Estos días de tanto calor se nota. Pero en general, al estar a tanta altura, corre el aire”. Eso sí, es preferible no tener que trabajar en días de mal tiempo, ya que “cuando hace tormenta, la torre se mueve” asegura ella.

Haciendo balance de la temporada de incendios, Amparo recuerda los problemas de veranos anteriores. “Las cosechadoras, por ejemplo, han dado muchos problemas otros años”. Pero sin duda, este 2017 los incendios están causando verdaderos estragos en los montes.  “Ese de Yeste ha hecho mucho daño, y este de Campillo… han sido muchas hectáreas… Este año ha sido mucho más duro” reconoce ella. Asimismo, lamenta las condiciones a las que hay que hacer frente. “Cada vez hace más calor y hay menos agua. La verdad es que es una pena. Y bueno, ya no es que haga más calor, es que no llueve”. Entre otros problemas destaca también “las tormentas secas, que también provocan incendios. Y si los fuegos son intencionados, y ni te cuento… que esto ya ni te lo explicas, que haya gente que sea capaz de hacer eso…”.

Calma, entereza, temple, aguante y capacidad de reacción son algunas de las características necesarias para ejercer esta profesión. En resumen, una profesión de la que ahora se ha podido averiguar algo más y que ya no resulta tan desconocida. Un oficio no siempre valorado pero imprescindible durante la época estival. No hay que olvidar que, cuando se trata de incendios forestales, su pronta detección es fundamental para que lo que podría ser un incendio de grandes dimensiones se quede en sólo un conato. Una labor de lo más esencial en estas fechas tan claves.

Vigilando el fuego

Lokinn

Los datos del fuego

En la última década, Castilla-La Mancha ha perdido más de 40.000 hectáreas de superficie forestal a causa de los incendios, que ascienden a un total de 7.838 desde el año 2007. Si bien es cierto que más de la mitad de los incendios no han supuesto la quema de más de una hectárea, pues aquellos siniestros considerados como conatos (superficie inferior a una hectárea) han supuesto el 72,25% de los siniestros registrados, mientras que los incendios (superficie quemada igual o superior a una hectárea) representan el 28,85% de los sinestros.

En valores absolutos, y según los datos del Ministerio de Agricultura y Medioambiente, en los últimos diez años se han contabilizado 7.838 siniestros en los montes castellano-manchegos, de los que 5663 corresponden a conatos y 2.175 a incendios.

Según las estadísticas, el año donde más superficie forestal se quemó fue el 2012, donde el número de hectáreas calcinadas ascendió hasta las 11.770,49. En el lado opuesto, aparece 2010 como el año en el que menos siniestros se registraron, y por tanto, donde menos área vegetal resultó quemada, 437,78 hectáreas.

Además, según el Ministerio, Guadalajara, Cuenca y Toledo son las provincias castellano-manchegas más afectadas por los siniestros forestales por encima de Albacete y Ciudad real, ya que el mayor número de incendios se registran en las tres primeras, más del 50 por ciento.

Recursos para prevención de incendios

Desde el pasado mes de junio, la Consejería de Agricultura, Medioambiente y Desarrollo Rural invierte en la lucha contra incendios 22,3 millones de euros. En total son 200 medios y 3.000 personas las que actualmente trabajan en la prevención y extinción de incendios en territorio manchego con el objetivo de “garantizar nuestro patrimonio cultural”, según indica el consejero de Medioambiente, Francisco Martínez Arroyo.

En cuanto a la prevención, que se realiza durante los 8 meses que no son considerados de peligrosidad alta, el gobierno ha destinado 36,2 millones de euros para la empresa pública de gestión medioambiental GEACAM, lo que ha permitido que este año las labores selvícolas de limpieza del monte se haya podido llevar a cabo en más de 8.300 hectáreas.

Hasta el 30 de septiembre están activos 110 puestos de vigilancia fija y 40 patrullas móviles compuestas por tres personas y una autobomba ligera (500 litros) o vehículo todoterreno con kit de extinción. En medios aéreos Castilla-La Mancha dispone de 17 helicópteros para transporte de brigadas y extinción de incendios y un helicóptero bombardero con una capacidad de 4.500 litro, así como cinco aviones de carga en tierra y dos aviones de coordinación. En cuanto a medios terrestres, la región castellano-manchega posee 17 equipos de maquinaria pesada, 51 brigadas terrestres, 38 autobombas-retén, y cinco nodrizas.

Además del equipamiento propio, se suman los medios asignados por la Dirección General de Desarrollo Rural y Política Forestal del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medioambiente y la colaboración de la Unidad Militar de Emergencia.

Un reportaje de:
Nazaret Benito Fernandez
Jesús Bustos Iglesias

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