miércoles, 10 abril, 2024

Miguel y «El torero más valiente»

Toros y toreros son temas muy del gusto de la época y muy presentes en su literatura. No en vano los toreros son los héroes de un arte que más que espectáculo son un acontecimiento alrededor del que gira tanto lo artístico como lo social y atraviesa el devenir de las clases populares y de las más aristocráticas; desde lo vulgar hasta lo refinado y elitista.

Uno de esos héroes es Ignacio Sánchez Mejías, artista, intelectual, mecenas de bailaoras y poetas.[i] Es torero de renombre y cuñado, ni más ni menos, que del mítico Joselito el Gallo, José Gómez Ortega, con el que alternaba en trágica corrida del 16 de mayo de 1920, en Talavera de la Reina, en la que el toro Bailaor le apagó la vida.

En 1934, Miguel ya ha pisado Madrid en dos ocasiones. Han sido estancias breves tras las que ha vuelto a Orihuela con sensación de fracaso, desolado, desilusionado, decepcionado; no obstante, le ha servido para entender una nueva realidad, para ir adquiriendo una nueva conciencia poética; para identificar quiénes son los nuevos referentes sociales y culturales que aspiran a una sociedad moderna y liberadora en ese Madrid republicano, aunque sea en círculos que de tan restringidos no reciben precisamente bien a nuestro poeta.

Por aquel entonces, Sánchez Mejías ya se había retirado en dos ocasiones, pero en 1934, por sorpresa, había vuelto a los ruedos y en menos de un mes toreó 6 corridas, de Cádiz a San Sebastián, de Santander a La Coruña, a Huesca, a Manzanares. Era esta última un 11 de agosto, de feria. Había llegado por casualidad, por la petición que le había hecho Domingo Ortega, Dominguín, para sustituirlo. Y fue a las cinco de la tarde cuando se produjo la citación fatal, cuando se sentó en el estribo de la barrera amparado en su muleta, cuando el toro Granadino lo arrastró hacia los medios hasta cornearlo de muerte.

La muerte del torero dolió a los poetas y les inspiró: en marzo de 1935, Lorca publicó su elegía “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”; en agosto, Alberti publica su “Verte y no verte”; Gerardo Diego su “Presencia de Ignacio Sánchez Mejías”.

Cuando ocurre lo de Sánchez Mejías, Miguel está en Orihuela y escribe al volapié su poema “Citación fatal”, anticipándose a todos ellos:

“Se citaron los dos para en la plaza
Tal día, y a tal hora, y en tal suerte:
Una vida de muerte
Y una muerte de raza.” [ii]

Sin duda, es menos conocido; de hecho, pretende publicarlo en el diario ABC, como así lo atestigua la carta que dirige el mismo mes de agosto al director:

Lokinn

“Me atrevo a enviar ese poema con esperanza de que lo hará público en las páginas que usted dirige. Sé que Sánchez Mejías contaba de muchas simpatías entre ustedes.

Quiero que aparezca, si es posible, el domingo próximo, antes que deje de ser tema de palpitante actualidad el trágico suceso ocurrido a nuestro más inteligente torero. …” 

Como en tantas ocasiones, no tiene éxito, su carta es ignorada, su poema al olvido. No obstante, si algo caracteriza a Miguel es su constancia, a veces rayana en tozudez, su confianza en lo que hace, en lo que siente; su inagotable fuente de inspiración, su instinto, su capacidad de trabajo, su no rendirse.

Para octubre de 1934, ya escribe a José Bergamín, mitad avergonzado, mitad desesperado, pero sin faltar un ápice de dignidad creadora:

“Vea, amigo mío, y perdone si puede darle un poco de quehacer a mi cuerpo, que sólo conoce trabajos y trabajos. Aquí me es imposible hallar nada. Y, si usted no lo remedia, me voy a pasar mucho tiempo debajo de mi limonero matándolo en forma de moscas.

Mañana o el otro, acabo “El torero más valiente”…. He pensado salir al teatro aquí a decir unas escenas, como propaganda.”

El tema taurino no le es ajeno a Miguel, el toro forma parte de su universo simbólico e inspira un cielo de metáforas e imágenes de intenso dramatismo, de sabor trágico que salen al ruedo de su producción poética y teatral: “Como el toro [ha] nacido para el luto [y] como el toro lo encuentra diminuto todo [el] corazón desmesurado [iii].

Posiblemente, es el teatro de Miguel Hernández el menos conocido, el menos estudiado, pero hay que saber que su producción no es menos importante y contiene auténticas joyas como la que acabamos de citar. No deja de admirar a Lorca y de este modo, guiado por los éxitos de este con los recientes estrenos de “Bodas de sangre” y “Yerma”, se encomienda al teatro como tabla de salvación, como remedio para sus penurias económicas; remedios que ya espera menos de la poesía. Necesita estrenar, Miguel lo sabe, y se lanza desesperadamente a la tarea de ver representados su auto sacramental “Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras” [iv] y su tragedia amorosa “El torero más valiente”.  Busca teatro y padrinos; para lo primero, viaja a Madrid en los primeros días de diciembre de 1934, su tercer viaje: “Dentro de unos días – diez… doce – voy de nuevo a Madrid. El torero más valiente, tragedia mía, me lleva en busca de teatro allí. Además, también quiero ver si estreno el auto sacramental.” [v] En cuanto a los padrinos, se encomienda a Federico, a Pablo Neruda, a Luis Felipe Vivanco:

“Quiero que me digas, Federico amigo, algo, ¿no se estrena El torero más valiente”? Bueno, hombre. Será que no vale la pena, hice esa tragedia por aliviar la mía.” [vi]

Y no hubo respuestas, de tal modo que esta permaneció inédita en su totalidad [vii] hasta 1986, apenas conservado el manuscrito por su viuda.

“El torero más valiente” es una tragedia en la que la pasión amorosa concluye trágicamente, en una especie de rueda en la que giran irremediablemente la valentía, la rivalidad, la culpabilidad y la muerte. Una rueda impulsada por el rayo como símbolo del amor, que aparece aquí por primera vez, antes de hacerlo en “El silbo vulnerado” y sublimado en “El rayo que no cesa”. Puro retrato de determinismo existencialista para el que el amor es, sin duda, la excusa, el hilo que nos guía en el laberinto de la vida hasta su fin.

En la obra, el poeta va tejiendo un doble relato en el que convergen, por una parte implícitos y fácilmente identificables, datos biográficos de Ignacio Sánchez Mejías (su relación con su cuñado, el Gallo, su rivalidad, la muerte de este, así como las circunstancias de su propia muerte, después de haber estado retirado) y el drama en el que conviven José (el torero más valiente) y Flores (el cuñado), enmarcados en el ambiente artístico y literario de ese Madrid que Miguel añora tras haberlo saboreado en breves y ansiosos sorbos. Son el Madrid de la tertulia de Pombo, de Gómez de la Serna, de Bergamín que aquí aparecen como personajes.

Aquí están presentes y nítidos los primeros síntomas de la transformación de Miguel que construye una pieza ya claramente separada del tono religioso. Las escenas iniciales se elaboran mediante un relato muy ágil en las que los hechos ocurren de forma vertiginosa (la primera corrida de José, el éxito, su enamoramiento), con escenas que se encabalgan, que contienen a otras que se dan por supuestas, pero que se van hilvanando a base de lirismo y fuerza poética.

Son el propio Lorca y Lope, este más lejano, los que resuenan en los ritmos y canciones populares que acompañan con personalidad propia el argumento; coplas y romances que con pasmosa naturalidad nos trasladan en un instante de la alegría de la boda al reconocimiento de la propia tragedia:

–          “Traed sillas, flores, régalos:/ traedlo todo, traedlo todo,/ que estoy casada, y estoy/ que me reviento de gozo.”
–          “Me casé con un torero,/ madre, que adoro,/ y antes de que lo probara/ lo corrió el toro.
O coplas de la viuda Pastora, que rezuman sensualidad y simbolismo:
“La flor sin el agua/ muere de sequía./ Así una casada/ sin su amor moría”.

Todo ello, sin perjuicio del magistral romance de ciego que se reproduce en la última escena, frente a la figura de cera del torero muerto expuesta en la feria. Pieza que supera el canon de la literatura de cordel para convertirse en elegía:

“En la plaza de Madrí/ mi amor el toro cogió:/ allí se rompió el espejo/donde me miraba yo./ Burladero, burladero, ¿de qué te burlas tú, di,/ si no es de mi amor torero/ de la triste yo de mí? …”

Resulta así un Miguel que espera al pie del limonero de su huerto, con azahar en pleno invierno; se queda en su huerto y en el campo, en medio de almendros, montes, luz y aire [viii]; que viene pisando y reclamando atención y espacios, enardecido por el rayo de los poetas; que ha pisado el zapato de un dios con pajarita, con el que rivaliza noblemente y al que admira.

[i] El encuentro en Sevilla que dio origen a la que luego se conoció como “Generación del 27” fue gracias a su patrocinio.

[ii] Primera estrofa del poema de Miguel Hernández dedicado a Ignacio Sánchez Mejías “CITACIÓN-fatal”.

[iii] Del soneto 23 en “El rayo que no cesa”.

[iv] Auto sacramental publicado en 1934 por José Bergamín, en la revista “Cruz y Raya”.

[v] En carta de Miguel Hernández a Pedro Pérez Clotet, a finales de noviembre de 1934, desde Orihuela.

[vi] En carta de Miguel Hernández a Federico García Lorca, fechada el 1 de febrero de 1935,desde Orihuela.

[vii] Algunas escenas fueron publicadas en la revista “El gallo crisis” de Ramón Sijé, a modo de anticipo.

[viii] Imágenes tomadas de una carta que escribe a Luis Felipe Vivanco, en enero de 1935, desde Orihuela.

Luis Miguel Miñarro
Luis Miguel Miñarro
Manchego. Doctor en Estudios Filológicos. Antropólogo social. Maestro.
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