«No es que me haya engañado contigo, Josefina; la que tal vez se haya engañado eres tú; esto te lo digo no como reproche a ti, sino a mí mismo; me parece que no soy el hombre que tú necesitas. … yo tengo mi vida aquí en Madrid, me sería imposible vivir en Orihuela ya; tengo amistades que me comprenden perfectamente, ahí ni me comprende nadie ni a nadie le importa nada lo que hago«.
Es una carta de Miguel a Josefina Manresa de primeros de julio de 1935. No encuentra el ajuste entre su Madrid “con sus ruidos y sus mujeres y sus diversiones y sus trabajos”[i], refulgente, sonora, libelática , y su Orihuela tan callada, tan beata y gris. Dos ciudades con nombre de mujer: Maruja Mallo, de alma inconformista y transgresora; Josefina Manresa, de corazón recogido entre convenciones, costumbres y alcanfores. La una que inflama el corazón, que enardece cuerpo y ser, que fulgura como un rayo que no cesa, que inspira y relampaguea, que hiere como un carnívoro cuchillo; la otra que enciende y apaga los anhelos entre cartas y distancias, que se muere de casta y de sencilla, al fin presa de amor y carcelera.
En enero de 1931, Rafael Alberti se había marchado a Mallorca con María Teresa León, dando por finalizado y amortizado un idilio con Maruja Mallo que, además de hondo y cierto, había sido fructífero tanto en producción como en inspiración.[ii] Desde entonces, alternando entre el deslumbramiento surrealista en el París de los Magritte, André Breton, Paul Elouard, y la época oscura y sombría de la Escuela de Vallecas, la pintora se sitúa de pleno en los espacios culturales de la vanguardia cultural e intelectual para sumar a su lista de amistades a María Zambrano, Rosa Chacel o Ernestina de Champourcín; junto a Concha Méndez, Dalí, Lorca, Buñuel, Neruda y tantos.
En ese universo acababa de entrar Miguel Hernández. Un espacio selecto y elitista que no lo acoge precisamente con los brazos abiertos. Siente el desaliento, dolido por el rechazo de su admirado Lorca, por el escaso reconocimiento de su obra, por la angustiosa supervivencia en una ciudad ajena y hostil a la par que apetecedora; sin embargo su franqueza, su inocencia, su afán y su categoría personal y poética le encuentran un hueco en ese suspirado parnaso, sueño dorado.
Así, desparpajado de zapatos y chaquetas encuentra a Maruja Mallo entre visitas, paseo y tertulias, Neruda y Zambrano de por medio. Comienza a fraguarse una emoción, de tan breve, veraniegamente intensa entre Miguel, que acaba de aparcar su relación con Josefina, y la pintora, que apenas se levanta del precipicio del despecho por Alberti: de un triste a una insumisa, de una emperatriz del arte a un veedor de cabras y regatos, cometa que aspira a ser libre del hilo cruel de otro albedrío[iii].
Tal vez saturada de filustre y ambiguas pajaritas, los verdes ojos de Miguel, su rostro “terrícola”, su silenciosa e inocente fiereza cautivan en brusco frenesí las nuevas inspiraciones de la pintora. En Miguel, la consecuencia es “El rayo que no cesa”. Maruja es mujer libre que no quiere compromisos ni ataduras y en ello el poeta triste encuentra región esquiva y desolada[iv]:
Tu corazón, una naranja helada
con un dentro sin luz de dulce miera
y una porosa vista de oro: un fuera
venturas prometiendo a la mirada.
Mi corazón, una febril granada
de agrupado rubor y abierta cera,
que sus tiernos collares te ofreciera
con una obstinación enamorada.
¡Ay, qué acometimiento de quebranto
ir a tu corazón y hallar un hielo
de irreductible y pavorosa nieve!
Por los alrededores de mi llanto
un pañuelo sediento va de vuelo,
con la esperanza de que en él lo abreve.[v]
[i] Fragmento de una carta de Miguel a Josefina, de fecha 13 de julio de 1935. [ii] Poemas ilustrados como Chuflillas de “El niño de la Palma”, Joselito en su gloria y Seguidillas a una extranjera. Sobre los Ángeles. Maruja Mallo sirvió de inspiración para este poemario de Rafael Alberti. Sermones y moradas. A modo de transcripciones de algunos cuadros de Maruja Mallo. [iii] Expresión tomada del poema “El silbo de las ligaduras”. [iv] De un verso del soneto 19 del “Rayo que no cesa”: Yo sé que ver y oír a un triste [v] Soneto 5 del “Rayo que no cesa”