A menos de dos horas de Madrid, entre montañas y pinares, se esconde un lugar que parece sacado de un sueño: la Playa de Bolarque. Un refugio natural en pleno corazón de Guadalajara donde el tiempo se detiene, el ruido desaparece y el calor se lleva mejor entre chapuzón y chapuzón. No es el mar, pero tampoco lo necesita. Sus aguas cristalinas, su arena y el entorno que la rodea hacen de esta playa fluvial una de las joyas escondidas del interior de Castilla-La Mancha.
Bolarque es más que una playa. Es un pequeño paraíso al que se llega tras atravesar la sierra de Altomira, siguiendo el curso del río Guadiela hasta que se une con el Tajo. Allí, en el embalse de Bolarque, se abre un paisaje sereno, con paredes de roca y bosques que abrazan el agua. Forma parte del llamado «Mar de Castilla», junto a otros embalses que salpican la comarca, pero tiene algo especial: la sensación de haber llegado a un lugar que no todo el mundo conoce.
Al llegar, el acceso es sencillo pero controlado. A la entrada, en la urbanización Nueva Sierra de Altomira, hay que mostrar el DNI y registrar el coche. Cuesta 10 euros por persona (gratis para los menores de 3 años), solo en efectivo, y se puede reservar online para asegurar plaza. El aforo está limitado a 800 personas, así que conviene ir con previsión. Abre todos los días de 9:00 a 20:00 h durante el verano, y hay socorristas para que lo único que te preocupe sea dónde colocar la toalla.

La playa tiene todo lo que se puede pedir para un día de desconexión: arena para tumbarse, césped para estirarse al sol, merenderos bajo los árboles, un chiringuito con bebidas frías, baños y vestuarios. El agua es limpia, tranquila y accesible, con escaleras que facilitan el baño. Ideal para quienes buscan refrescarse sin prisas, sin agobios, sin más ruido que el del viento en los pinos y algún chapoteo lejano.
Pero Bolarque también invita a moverse. Se pueden alquilar kayaks, tablas de paddle surf o hidropedales con forma de flamenco, y explorar el embalse desde dentro. Incluso descubrir lugares ocultos como la Cueva de las Tortugas, solo accesible por agua. Y si prefieres tierra firme, hay rutas de senderismo que serpentean por la sierra y miradores desde donde observar aves rapaces surcando el cielo.
Muy cerca, pueblos con encanto como Almonacid de Zorita o Zorita de los Canes invitan a completar la escapada con historia, castillos en ruinas y restos visigodos. Pero lo esencial está en el agua, en la brisa, en ese silencio que solo ofrecen los lugares que aún no se han masificado.

La Playa de Bolarque es ese sitio al que uno va para desconectar del mundo y reconectar consigo mismo. Para pasar el día sin mirar el reloj, para respirar hondo, para mojarse los pies y dejar que el sol te seque el alma. Y volver a casa con la sensación de haber estado lejos, aunque esté tan cerca.