lunes, 10 febrero, 2025

La culpa es de la intérprete

Hay un misterio íntimo en escuchar una lengua ajena, un rumor que se desliza entre los sonidos menos familiares y deja en el aire la sensación de un secreto. Cada idioma es un océano con su oleaje particular: unos arrullan con dulzura líquida, otros golpean con la precisión de una marea impetuosa; pero todos, sin excepción, nos susurran la existencia de mundos que no hemos pisado, de historias que no hemos vivido y de pensamientos que, aunque distintos, vibran con la misma humanidad que la nuestra.

Escuchar una lengua desconocida es como asomarse a una ventana iluminada en la noche, es habitar una frontera invisible, un umbral donde las palabras pasan junto a uno como viajeros de una estación desconocida.  No comprendemos del todo lo que ocurre al otro lado, pero hay vida, hay ritmo, hay emoción. Vemos gestos que danzan al compás de sílabas incomprensibles, intuimos el peso de una palabra, la ternura de un acento, la risa inesperada o el gesto que nos revela que, aunque no entendamos, algo hermoso  o importante ha sido dicho. Y ahí está el dilema: ¿es más bello el misterio de la lengua incomprensible o la luz reveladora del entendimiento? ¿Es más dulce el rumor de las palabras sin dueño o la certeza de que ahora nos pertenecen?

Torre de Gazate Airén

De pronto, algo cambia y el velo se levanta, el secreto se vuelve discurso gracias a los intérpretes. Hay algo de encantamiento en su tarea, un juego de sombras y luces donde cada palabra se vuelve un hilo que debe ser trenzado con precisión. Escucha, respira el discurso ajeno, lo descompone en su mente como un mecánico que desmonta una máquina invisible, y luego lo reconstruye en otra lengua, con sus engranajes intactos, con su pulso aún vivo.

No obstante, casi siempre, la culpa es de la intérprete, persona, que yerra o se retrasa; como anoche cuando Richard Gere se dirigía a nosotros y nosotras en inglés y su traducción llegaba escrita con demora. Cuánta crítica, precisamente de aquellos y aquellas que no tienen la competencia para seguir el discurso en la lengua original, ni siguiera la sensibilidad ni la disposición para disfrutar de los sonidos de otra lengua, pero que son expertos en empañar con ligereza el esfuerzo y el trabajo de los demás.

Hubiéramos preferido que tornaran su frustración por gozo, que se sumergieran en la melodía sin conocer la letra, en la belleza de perderse en los gestos, en los silencios, en la voz, como si fueran olas que suben y bajan pero que siempre llegan a alguna orilla.

Mientras tanto, apreciemos el difícil arte de interpretar, el que nos ayuda a encontrar el eco de nuestra propia voz en ese vasto bosque donde cada idioma es un árbol distinto pero cuyas raíces se entrelazan en el suelo común de la experiencia humana.

Lokinn
Luis Miguel Miñarro
Luis Miguel Miñarro
Doctor en Estudios Filológicos. Antropólogo social. Maestro.
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