Llega el 8 de marzo, Día Internacional de las Mujeres, convertido en uno de los más convulsos de los últimos años. Una fecha que llega empañada por el mayor retroceso que jamás hayamos vivido en la conquista de los derechos y la dignidad de las mujeres.
Mi experiencia de más de tres décadas al frente de AMFAR, la Federación de Mujeres y Familias del Ámbito Rural, defendiendo a las mujeres rurales españolas, jamás me llevó a imaginar que en pleno siglo XXI, el Gobierno de España, llegara a aprobar leyes que supusieran la rebaja de las penas y la excarcelación de delincuentes sexuales y violadores que fueron condenados por violar y/o abusar de mujeres, niñas o menores.
No hay mayor expresión de discriminación que la violencia que se ejerce contra las mujeres por el mero hecho de serlo. Una discriminación que se agudiza en el ámbito rural, y especialmente en los pueblos más pequeños, donde la violencia se vuelve más silenciosa y muestra su cara más abominable. Mujeres que ocultan y disfrazan auténticas pesadillas personales, en unos casos, por evitar los ‘dimes y diretes’, en otros por proteger a sus hijos o incluso, por evitar el escarnio público al que pueden ser sometidas.
En AMFAR hemos trabajado mucho y duro en la concienciación, en la necesidad de reforzar los mecanismos de prevención. Hemos reivindicado el aumento de las herramientas disponibles para la atención a las víctimas en las zonas rurales y hemos incidido en la necesidad de denunciar la violencia que se ejerce contra las mujeres en cualquiera de sus manifestaciones.
Tantos años de trabajo y tantas conquistas no pueden ser tiradas por la borda. No debemos permitir una barbaridad como la Ley del sólo sí es sí que ya ha supuesto la rebaja de condenas a más de 721 delincuentes sexuales y la excarcelación de otros 74 violadores. Un disparate que crece día a día y que los jueces consideran que el «daño» que provocará será «irreversible», ya que estiman hasta 4.000 revisiones de penas a violadores.
Sirva este espacio para hacer un llamamiento a la sociedad; sobre todo, a las mujeres para que, en un ejercicio de profunda reflexión, seamos capaces de despojarnos de ideologías, colores o partidismos y reivindiquemos como mujeres nuestros derechos y libertades. El castigo de la violencia de género no puede recaer, bajo ningún concepto, sobre las mujeres que han sido violadas o maltratadas. Debemos proteger a las mujeres, sí o sí y no a los violadores.