Elena Manjavacas, nacida en Mota del Cuervo (Cuenca) y reconocida como Hija Predilecta de Castilla-La Mancha en 2022, es una astrónoma que actualmente trabaja en el prestigioso Space Telescope Science Institute, en Baltimore (Estados Unidos). Desde allí, colabora en tareas relacionadas con el revolucionario James Webb Space Telescope, uno de los más avanzados de la astronomía moderna.
Tras estudiar Ciencias Físicas y un máster en Astrofísica en la Universidad Complutense de Madrid, Elena emprendió una brillante trayectoria internacional consolidando su experiencia en algunos de los observatorios más importantes del mundo.
Elena encarna el espíritu de una generación que ve en la ciencia una oportunidad para explorar, innovar y transformar la sociedad. Además, es una firme defensora de la igualdad en la ciencia y trabaja activamente para visibilizar el papel de las mujeres en la astronomía. Su trayectoria nos recuerda que las estrellas no están tan lejos para quien se atreve a soñarlas.
– ¿Cómo ha podido una joven de Mota del Cuervo seguir su pasión por la astronomía hasta trabajar para la NASA?
Cuando tenía siete u ocho años, me gustaba en particular la clase de ciencias. Estoy hablando de tercero de primaria y tenía un maestro, don Aníbal, que me daba conocimiento del medio. En el libro venía una mezcla de cosas de ciencias, desde el cuerpo humano hasta las plantas y, en particular, uno de los temas era de astronomía; y por alguna razón me fascinó muchísimo. Me encantó, quizás porque era el que tenía más preguntas abiertas y a mí lo que me gustaba era buscar respuestas.
Además de este maestro, en mi familia también me alimentaron bastante la curiosidad. Toda mi familia estaba en el pueblo, excepto dos tíos: uno en Madrid y una tía en Murcia. Mi tía era un poco mi referente, y me gustaba fijarme en ella porque era la única que había ido a la universidad; cuando le hablé de este tema, me trajo el típico libro ilustrado, y mi otro tío, el de Madrid, me compró un telescopio, que me encantó. Salía a mi balcón, miraba las estrellas…
Seguí adelante. Sacaba muy buenas notas y pensaba: «Tengo que demostrar que valgo para estudiar». Al finalizar el bachillerato, me fui a Madrid. Me matriculé en la Complutense, en la carrera de Física, porque tenía una especialidad en Astrofísica. A pesar de que tuve becas, mi padre, en cierto modo, estaba asustado porque iba a hacer una carrera que, según él, ¿para qué valía?
Conforme fui sacando la carrera, mi padre vio que esto iba en serio. Luego, cuando empecé el máster y conseguí comenzar el doctorado en el Max Planck Institute for Astronomy en Heidelberg, ya se tranquilizó, sobre todo cuando vio que con el doctorado ya me estaba ganando la vida por mí misma.
Después de hacer mi doctorado en Alemania, seguir la carrera científica implica hacer estancias postdoctorales. La primera fue en Canarias, por un año. Luego me fui a Estados Unidos y ahí fue donde empecé a despegar como científica.
Desde Tucson, conseguí mi primera plaza fija como astrónoma de soporte en el observatorio W. M. Keck de Hawái, donde estuve dos años. Me gustaba el trabajo, pero era muy duro. Dormía lo justo, porque trabajaba de noche y, además, estaba muy lejos. Si tenía que viajar a España, era una locura.
Posteriormente me salió la oportunidad de trabajar en Baltimore, en el Space Telescope Science Institute (STScI), un instituto que colabora con la NASA y una de las labores en las que trabajamos fue la puesta a punto del telescopio James Webb.
Ese es más o menos el resumen, pero lo cierto es que nunca pensé que iba a llegar hasta aquí.

– ¿Considera que, por el hecho de ser mujer, ha enfrentado obstáculos adicionales en su camino para alcanzar su sueño?
Sí, un rotundo sí. Tanto yo como compañeras con las que hablo coincidimos en ello.
Cuando estudiaba la carrera, había muchas chicas, así que no lo noté tanto. Pero sobre todo cuando me fui a Alemania, no sé por qué razón allí las chicas no estudiaban Física, al menos cuando yo estaba.
Luego te das cuenta de ciertas cosas. Mis supervisores eran dos hombres: uno francés y otro alemán. Con el francés no notaba diferencias, la verdad es que era bastante justo. Pero el alemán, que además era el director del instituto —un señor con mucho poder—, sí.
En el Instituto Max Planck, que vendría a ser como el CSIC en España, este señor tenía un problema con las mujeres, sobre todo con aquellas que eran más femeninas. A lo mejor con una mujer que encajaba más en el estereotipo alemán no lo demostraba tanto. Pero con alguien como yo, o con otras chicas latinas, se notaba. A nosotras nos ponía el listón mucho más alto.
Siempre que tenía reuniones con él me cuestionaba mucho, me trataba de manera diferente a los hombres. Por ponerte un ejemplo, tenía un compañero español que estaba encantado con él y hay detalles que acaban dejando huella y te hacen cuestionarte cosas como: » ¿Qué ha hecho él que no haya hecho yo?», «¿Tan mala estudiante soy?».
En Estados Unidos también lo noté. No tanto donde estoy ahora, porque son muy conscientes del problema. Pero en otros sitios sí. A veces eres la única mujer en una reunión con veinte hombres, y poco más que tienes que gritar para que te escuchen, porque si no, simplemente, te ignoran.
Son cosas que te hacen sentirte fuera, como que no perteneces. También ocurre con las promociones. He visto a compañeros ser promocionados y me pregunto: «Tú no tienes más experiencia que yo, no haces más que yo, no eres mejor que yo. ¿Por qué te han promocionado a ti y a mí no?». Quizás porque hacen más ruido. Quizás porque son hombres. No lo sé, pero pasa.
Son pequeñas cosas que van sumando y que te afectan. Te hacen cuestionarte lo que haces. Así que, desgraciadamente sí.
– En un campo como la astrofísica, donde las respuestas a menudo parecen inalcanzables, ¿cómo el inconformismo y el deseo de salir de su zona de confort la han llevado a explorar enfoques innovadores?
La ciencia, por definición, es salir siempre de la zona de confort. No puedes hacer ciencia desde tu zona de confort porque, entonces, simplemente te quedas en lo que ya sabes. Como digo, buscar lo que no sabes requiere salir constantemente de tu zona de confort y a mí es algo que siempre me ha gustado, porque siempre he tenido mucha curiosidad.
Cuando estaba en el pueblo, quería ver qué había fuera. Quería salir, explorar, descubrir. La curiosidad me movía. Y creo que es algo básico. Si no tienes curiosidad, no vales para ser científico.
Se trata de ver cómo puedes mejorar, cómo puedes avanzar. Siempre hay cuestiones que no se pueden responder por completo, pero hay que seguir buscando. ¿Cómo podemos responder a esta pregunta que aún no tiene respuesta? Para ello nada mejor que ser inconformista con lo que ya tienes, preguntándote: ¿cómo puedo seguir adelante?, ¿cómo puedo indagar más?, ¿cómo puedo buscar la respuesta a una pregunta que, quizás, nunca logremos responder? Esas y otras cuestiones, en cierto modo, te impulsan y te hacen avanzar.

– ¿En qué consiste su labor en el Space Telescope Science Institute y cómo contribuye al avance de la investigación astronómica?
En el instituto tengo dos papeles. Uno es el que te acabo de contar antes: seguir con la puesta a punto del telescopio, o, mejor dicho, de uno de sus instrumentos, porque tras una puesta a punto inicial muy básica, con el tiempo, esa calibración se va mejorando.
Seguimos optimizando el sistema para que las imágenes, los espectros y los datos que obtenemos sean lo más limpios posibles. Parece fácil, pero no lo es en absoluto. Es un instrumento que no puedes tocar ni modificar físicamente. Solo tienes los datos que te proporciona y, además, tampoco puedes estar tomando datos continuamente. Por lo que, las calibraciones requieren un gran esfuerzo de planificación y, a veces, hay que desarrollar nuevas estrategias para optimizar la precisión.
– ¿Cuáles son las principales características técnicas que convierten al telescopio espacial James Webb en el observatorio astronómico más avanzado construido hasta la fecha?
La primera, y una de las principales, que es un telescopio enorme. De hecho, es el más grande que se ha puesto en órbita, con un diámetro de espejo de más de 6 metros. No olvidemos que, a mayor tamaño del espejo, mayor será la distancia que se pueda ver con el telescopio.
Además, dirijo un grupo de investigación con el que hacemos ciencia, formado por dos estudiantes de doctorado, dos estudiantes de grado —que aquí pueden hacer investigación— y una estudiante del instituto, que es brillante. Cada uno tiene asignado un proyecto, y yo también tengo el mío propio. Mi campo de estudio son las enanas marrones. Su nombre puede sonar extraño, pero básicamente son un poco más grandes que los planetas gigantes y a diferencia de estos, las enanas marrones no siempre orbitan una estrella. Algunas están solas, sin estar gravitacionalmente unidas a ninguna estrella y eso nos da una gran ventaja a la hora de estudiarlas, porque al no estar cerca de una estrella no hay contaminación de luz estelar y los datos que obtenemos son mucho más limpios, permitiéndonos, en algunos casos, compararlas con los exoplanetas que sí están alrededor de una estrella. Sin embargo, los exoplanetas son mucho más difíciles de estudiar, precisamente porque la luz de su estrella los contamina y dificulta la obtención de datos precisos.
La segunda, que todo en el telescopio está a temperaturas extremadamente bajas; el propio espejo opera a 37 Kelvin, y los instrumentos están incluso un poco más fríos. Para poder estudiar algunos objetos celestes que están muy fríos, se necesita un telescopio que también esté frío, porque el calor genera contaminación en los detectores. Por poner un ejemplo: imagina que quieres sacar una foto con el móvil, pero si el sensor de la cámara fuera sensible al calor, en verano no podrías ver nada. Algo similar ocurre con este telescopio.
Además, el telescopio cuenta con una especie de sombrillas gigantes que lo protegen del Sol. Sin esta protección, el telescopio se calentaría demasiado y perdería sensibilidad.
No hay ningún telescopio en la Tierra, por grande que sea, que pueda igualar su sensibilidad. Primero, porque la atmósfera terrestre distorsiona la luz que nos llega del espacio. Y segundo, porque no se puede controlar la temperatura de un telescopio en tierra de la misma manera. Por ejemplo, aunque instales un telescopio en la cima de una montaña, nunca alcanzarás una temperatura de 37 Kelvin (-236°C), porque eso es una barbaridad en condiciones naturales. Por todo esto, el JamesWebb ha supuesto una revolución para la astronomía.
– ¿Qué características hacen de la isla de La Palma uno de los lugares más privilegiados del mundo para la observación astronómica?

El Observatorio del Roque de los Muchachos está en una montaña bastante alta y aislada, por lo que no hay contaminación lumínica. Además, en La Palma y en las demás islas tienen mucho cuidado con este tema y cuando vas allí, da la sensación de que está muy oscuro, ya que no ponen tantas luces en la calle. Y esto es, precisamente, por los observatorios.
Otro factor importante es la humedad. En las montañas, la humedad es más baja, y esto es clave, porque incluso si no hay nubes, la humedad podría condensarse en el telescopio, y provocar el mismo efecto que se produce en el espejo del baño después de ducharse.
Además, la atmósfera tiene relativamente poca turbulencia. No en todas partes la turbulencia atmosférica es igual. Hay lugares con más y con menos, y La Palma es una de las zonas con menor turbulencia.
Por supuesto, otro aspecto clave es que tiene muchas noches despejadas. De nada sirve tener una atmósfera ideal si todas las noches se nubla a las 12. Hay lugares donde esto ocurre, pero en La Palma, por suerte, no.

– Es bien sabido el dicho “a falta de pan, buenas son tortas”. ¿Considera que el promontorio del Balcón de la Mancha, en su localidad natal, donde se alzan vigilantes los molinos de viento, cuenta con un potencial especial para el astroturismo o actividades relacionadas con la contemplación de las estrellas?
Si hablo de mi pueblo, la contaminación lumínica ha aumentado bastante desde que era pequeña. Recuerdo salir al balcón y ver el cielo completamente negro, con la Vía Láctea visible. Poder ver la Vía Láctea es una señal de que tienes un buen cielo.
Ahora ya no tanto. El pueblo ha crecido, se ha modernizado y han puesto más luces, por lo que ya no se ven las mismas cosas. Aun así, creo que sigue siendo un buen sitio. Quizás no para hacer la ciencia más revolucionaria de tu vida, pero sí, por ejemplo, para divulgación.
De hecho, cerca de mi pueblo, a unos 20 km, se encuentra el Complejo Astronómico de La Hita, que es uno de los centros de referencia en la divulgación e investigación astronómica y cuenta con varios telescopios. Así que, claramente, se pueden hacer cosas.
– ¿En qué consiste el programa de mentoría de la Comisión Mujer y Astronomía (CMyA) del que es impulsora y cómo contribuyen iniciativas como esta a visibilizar y sensibilizar sobre la importancia del papel de las mujeres en la ciencia en general y en astronomía en particular?
Durante la pandemia, se me ocurrió organizarlo con el apoyo total de la Sociedad Española de Astronomía (SEA) y su Comisión de Mujer y Astronomía.
La idea es muy sencilla: poner en contacto a mujeres astrónomas que están comenzando su carrera como estudiantes de doctorado con mujeres más senior que ya han pasado por distintas etapas de la carrera científica, con el objetivo de que puedan aconsejarse mutuamente, no solo en una única dirección. A veces, las astrónomas más jóvenes también pueden aportar información valiosa a las más experimentadas.
Para garantizar la seguridad y el buen funcionamiento del programa, los participantes deben ser miembros de la Sociedad Española de Astronomía. Esto nos permite asegurarnos de que la gente que se une realmente pertenece al ámbito profesional.
El programa surgió porque, en astronomía, las mujeres somos una minorí, aproximadamente un 30%. Los hombres, al ser mayoría, generan redes de apoyo de manera más natural. Se encuentran en eventos informales, como salidas después del trabajo, y ahí es donde surge la mentoría sin llamarla así. Se aconsejan entre ellos, comparten oportunidades de becas o colaboraciones, se recomiendan contactos útiles. Pero esto no ocurre tan fácilmente entre las mujeres porque en muchos casos, algunas tienen responsabilidades familiares y no pueden quedarse después del trabajo para socializar.
Por eso, el programa busca impulsar el contacto entre astrónomas y generar una red de apoyo y colaboración entre mujeres del gremio, independientemente de su etapa profesional.
Estoy muy orgullosa de este proyecto y la respuesta ha sido increíble. Las participantes están muy agradecidas y, después de cuatro años, seguimos adelante con el programa.
– Aún queda mucho camino por recorrer para que la presencia femenina en sectores STEM sea equiparable a la masculina, ¿qué acciones podrían implementarse en la educación, la sociedad y el ámbito laboral para fomentar un mayor interés y participación de las mujeres en estas disciplinas y reducir la brecha de género existente?
Creo que lo primero, es la visibilidad, que haya mujeres haciendo ciencia es muy importante, porque permite que las niñas pequeñas se vean reflejadas en alguien.
Yo, por ejemplo, no tenía ningún referente, ni de hombres ni de mujeres. En mi caso, simplemente me gustaba la astronomía, pero entiendo que haya niñas que puedan pensar que no es un camino para ellas porque no ven referentes femeninos.
También es clave hacerles entender a las niñas y adolescentes que la ciencia no es solo para hombres. Porque, de alguna manera—y no sé muy bien cómo sucede—te inculcan la idea de que hacer ciertas tareas no son para mujeres. Son ideas que, aunque no sean explícitas, están ahí.
Esos prejuicios son algo que tiene que cambiar. No se puede seguir metiendo en la cabeza de una niña que, por el hecho de ser mujer, debe hacer una cosa, y en la de un niño que, por ser hombre, debe hacer otra.
Después, ya en la carrera científica, hay que promover activamente la presencia de mujeres en la ciencia. Hasta hace relativamente poco, ni siquiera éramos conscientes del sesgo existente. Por eso, deberían existir medidas concretas, como plazas reservadas para mujeres en ciertos ámbitos académicos, por ejemplo, en universidades.
Muchos hombres critican esto y dicen que es injusto. Pero, durante años, se contrataba a hombres solo por ser hombres, aunque nadie se diera cuenta de que eso estaba ocurriendo. Simplemente, era la norma. ¿Cuántas mujeres no llegaron a esas posiciones porque el sistema ya se había encargado de apartarlas antes?
Hay que intentar revertir la tendencia. Si hay más mujeres científicas, no solo las niñas y jóvenes tendrán referentes, sino, también, aquellas que ya están inmersas en la carrera científica—como las doctorandas—que dejarán de sentirse como si no pertenecieran a ese mundo. Si ven a mujeres en puestos senior, como investigadoras consolidadas o profesoras, pensarán: «Vale, esta carrera también es para mí. Mira lo que ha conseguido esta mujer». Y eso es clave.
– ¿Qué aspectos de su experiencia en Estados Unidos aplicaría para mejorar el sistema científico y académico en España con el fin de evitar la salida de talento, más por la necesidad de encontrar oportunidades laborales que por una búsqueda de crecimiento profesional?
Es una muy buena pregunta. Confieso que quería quedarme en España o en Europa. Nunca me ha gustado Estados Unidos y sigue sin gustarme; aunque, como sabemos, tiene cosas muy buenas, la forma de vida no me convence. Aun así, me vine porque quería seguir con mi carrera.
Desde mi punto de vista, lo que falta para hacer ciencia es financiación. No voy a decir de dónde tiene que venir esa financiación. También influye cómo está diseñado el sistema y en España, hay una fuerte dependencia de lo público, y eso, en cierta medida, es una limitación.
En Estados Unidos, como la financiación es tanto privada como pública, hay más oportunidades. Creo que esa es la mayor diferencia. Aunque es cierto que las oportunidades van y vienen, al depender de inversión privada la cosa cambia mucho.
La carrera científica en España, básicamente consiste en hacer un doctorado, luego algún postdoctorado fuera del país para regresar con la beca Ramón y Cajal, que dura cinco años y sigue siendo postdoctoral. Después, si todo va bien, te dan una plaza y te hacen fijo.
Otra gran diferencia es lo que pagan. Recuerdo que cuando estaba en España, los sueldos eran los mismos que hacía 15 años, y eso tampoco ha cambiado mucho. De hecho, hace un par de años, me surgió la oportunidad de volver con una beca y me lo pensé mucho. El problema es que, incluso cuando eres fijo, un astrofísico gana menos de 2.000 euros al mes. Así que, si pretendes vivir en Madrid, el salario no da casi ni para alquilar una vivienda, a no ser que decidas compartir piso.
Vivencias Compartidas
– ¿De qué forma marcó su experiencia en la Ruta Quetzal su espíritu aventurero y cómo ha impactado en la toma de decisiones clave de su vida?
Me alegra que me hagas esa pregunta. No me la suelen hacer, y fue una experiencia muy importante que recuerdo como algo maravilloso. Tenía 16 años cuando me fui, y para mí fue como un salto fuera de la burbuja en la que siempre había vivido: mi familia, el pueblo, la gente que conocía …
El pueblo era perfecto, pero salir fuera supuso para mi descubrir que existían otras personas con otra visión. Durante la ruta conocí a gente de muchísimos países, personas estupendas; y eso alimentó mi curiosidad de una manera increíble. Ese viaje fue una auténtica aventura y desde entonces supe, con más seguridad, que quería salir del pueblo, que quería estar en otras partes.
Para alguien que nunca había salido fue algo muy importante, porque por primera vez estuve 40 días fuera de casa. En aquella época no había teléfonos móviles y tenía que ir a una cabina en la República Dominicana para llamar al pueblo a cobro revertido.
Fue una experiencia que me despertó una curiosidad enorme por viajar, por conocer otras culturas, por descubrir a personas con visiones distintas de la vida. Fue como si se me abriera un mundo nuevo.
Era un aluvión de estímulos: gente de países distintos, personas que no hablaban español. Creo que fue la primera vez que vi a tanta gente de fuera reunida en un mismo lugar, porque en aquella época, en el pueblo había algún inmigrante, pero tampoco eran muchos.
Como digo, conocer a gente con otra manera de ver la vida y de tratar a los demás me pareció impresionante. Por ejemplo, en nuestra cultura, raramente damos las gracias por la comida. Pero en aquel viaje, me di cuenta de que los latinos son muy educados y cariñosos. Me llamó mucho la atención y pensé: «Fíjate, nosotros no decimos gracias nunca… salvo cuando la abuela nos da el aguinaldo’.
– La canción Bonito de Jarabe de Palo contrasta dos perspectivas: la de alguien atrapado en la negatividad, frente a otra que invita a vivir con entusiasmo. En su caso, ¿cómo cree que adoptar un enfoque positivo influye en la creatividad y la capacidad de resolver problemas en el ámbito científico?
La vida te dará mil motivos para ser negativo. Por ejemplo, meses antes de venirme a Estados Unidos, falleció mi padre. Entonces, yo podría haber dicho: «Pues ya está, esto se acabó y no voy a seguir adelante». Pero, en lugar de eso, aprendí una lección.
Mi padre nunca salió del pueblo, nunca hizo algo que realmente le gustara, simplemente trabajó, porque era lo que tenía que hacer. Y luego, un día, murió. No disfrutó de la vida. Eso me hizo ver que yo tenía que ir a por mi sueño, sin más.
La vida tendrá cosas buenas y cosas malas. Y, en mi opinión, de las cosas malas hay que sacar siempre algo bueno, un aprendizaje. Eso también se aplica a la ciencia, porque en ciencia te vas a llevar muchas decepciones.
Vas a trabajar con gente que, en lugar de ayudarte, intentará minar tu trabajo, que en lugar de colaborar te criticará. Y si uno se toma esas críticas de manera personal, piensa: «Mira todo lo malo que me han dicho, no valgo para esto, mejor lo dejo». Pero si haces eso nunca aprendes y nunca avanzas.
Si algo te enseña la ciencia es humildad, no siempre vas a tener razón, no siempre vas a hacer las cosas perfectas. Y puede haber alguien con la generosidad de decirte en qué puedes mejorar. Yo prefiero tomarme las críticas como un regalo, porque a lo mejor habrá cosas con las que no esté de acuerdo y piense: «esto no lo comparto», pero en otras sí tendrán razón. Y para mí, eso es fundamental.
Además, vivir en Estados Unidos también tiene sus cosas malas. Si me enfocara solo en lo malo de vivir aquí, me habría ido hace años. Pero decidí enfocarme en lo bueno. Me dije: «Tengo un trabajo que me encanta. Me pagan bien y puedo comprarme una casa. Trabajo en un ambiente internacional con gente de todas partes, algo que me gusta mucho; quizás en España no tendría lo mismo”.
Creo que eso aplica a todo en la vida, si decides ver la parte buena, vas a ser feliz. Si solo ves la parte mala, serás infeliz, con independencia de lo que tengas.
– Cuando hablamos de personas exitosas, solemos narrar sus historias como si fueran capaces de lograrlo todo por sí solas. Sin embargo, como seres humanos necesitamos del apoyo de otros para alcanzar nuestras metas. ¿A quiénes tiene que agradecer el haber sido fundamentales en su camino hacia el éxito?
A mis padres, por supuesto. Mi padre no tuvo oportunidad de estudiar, era el primer hijo varón de la familia, y lo mandaron a trabajar al campo. Mi madre tampoco estudió, de pequeña se quedó huérfana de padre y su madre no tenía recursos para mandarla a ningún lado.
Cuando fui creciendo, mi padre se mostraba algo reticente sobre mi futuro como astrónoma, solía decir cosas como: «Esta niña mirando estrellas. Si va a la universidad, nos va a costar un dineral. ¿Quién come de mirar el cielo? «. A pesar de todo, me apoyaron para estudiar, así que ellos son los primeros a quienes se lo agradezco, sobre todo a mi madre.
También a mis tíos, mi tía y mi tío, porque fueron referentes para mí, alguien fuera del pueblo en quien podía fijarme.
Y, a mis maestros, don Aníbal y doña Pili, que curiosamente fue también maestra de mi padre. Ella me apoyaba mucho. Hablaba con mi padre y le decía: «Déjala que estudie, ya verás como llegará lejos».
En mi entorno, también estoy muy agradecida a todos los mentores que he tenido a lo largo de mi carrera. Aunque, por ejemplo, me haya quejado de mi director de tesis, en el fondo me dio una oportunidad. De alguna manera creyó en mí, y aunque la relación fuera complicada, no puedo negarle ese mérito.
Todos mis supervisores, desde mi director de máster, que me apoyó para dar el siguiente paso, hasta los jefes y supervisores que he tenido me han dado oportunidades valiosas. Ahora que yo soy jefa, me doy cuenta de que eso no es trivial. Cuando te dan dinero para hacer un proyecto y decides confiar en alguien para llevarlo a cabo, le estás dando un voto de confianza.
Por eso, estoy muy agradecida con cada uno de ellos. Porque, aunque me hayan exigido mucho o me hayan puesto retos difíciles, me dieron una oportunidad y confiaron en mí. Y gracias a eso, he llegado hasta aquí.
– ¿Cuándo fue la última vez que tuvo la oportunidad de visitar su patria chica, y qué emociones o recuerdos le invaden al reencontrarse con sus raíces?
Estuve el pasado mes de agosto coincidiendo con las Fiestas Patronales en honor a la Virgen de Manjavacas y la tradicional “Traída” a hombros, a la carrera, desde su ermita hasta el pueblo a 7 kilómetros de distancia. Me recuerda mucho a cuando era pequeña.
A veces, aquí hay mucho trabajo. Esta semana, sin ir más lejos, ha sido una locura, mis estudiantes pidiéndome cosas, infinidad de reuniones… Y, a veces, cuando estoy agotada, me pregunto: «¿Por qué hago esto?». Pero cuando estoy en el pueblo, todo cambia. Me recuerda a mi infancia, a mis salidas con el telescopio, y de alguna manera me devuelve la inspiración. Es muy emocionante.
A veces, voy a los molinos, que siempre fueron mi sitio favorito, y doy un paseo. Es como volver a aquella época, recordar el entusiasmo que tenía por salir y descubrir el mundo. Y en realidad, eso es justo lo que estoy haciendo. Es como darme cuenta de que he cumplido mi sueño. Así que volver es, en el fondo, un reencuentro conmigo misma.
Nuestra Tierra en el Corazón

– Como homenaje al legado de Miguel de Cervantes y su icónica obra. Desde finales del año 2015, Cervantes da nombre a una estrella junto a sus cuatro planetas llamados Quijote, Rocinante, Sancho y Dulcinea. En su caso particular ¿suele ejercer de embajadora castellanomanchega cuando viaja por el mundo?
Por supuesto, siempre tengo oportunidad de hacerlo. Cuando alguien me pregunta «¿Y de dónde eres?», dependiendo de con quién hable, digo que soy de España, porque, a lo mejor, no conoce La Mancha, pero si hablo con un latino, es muy probable que conozcan la obra cervantina de El Quijote, y aunque realmente no sabemos cuál era ese lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quería acordarse, me gusta presumir y les digo: «Yo soy de donde es don Quijote». Soy muy aficionada y siempre disfruto mucho leyendo y hablando de este tema.
– ¿Cuál es el paisaje de Castilla La Mancha más inspirador que ha visto y qué sensaciones le evocó?
Los molinos son mi sitio favorito. Los llevo tan dentro que son como mi refugio. También me gustan mucho las Lagunas de Ruidera, porque siempre íbamos algún día en verano, y era súper divertido. Es un paisaje precioso y muy agradable, así que también guardo muy buenos recuerdos de mi infancia allí. Me gusta ir porque era nuestra tradición, cada año volvíamos y siempre nos preguntábamos si tendrían agua o no.
– En su opinión, ¿qué características hacen que nuestra comunidad autónoma sea un destino destacado para visitantes?
A mí me parece que Castilla-La Mancha es un lugar auténtico. Cuando viene gente de fuera, siempre va a los sitios típicos, Madrid y Barcelona. Sin embargo, para conocer la España profunda hay que visitar nuestra tierra. La forma en la que de verdad vive la gente en España no la vas a encontrar en una ciudad grande.
Y eso es precisamente lo que tenemos en nuestra comunidad: la tradición, la manera en que la gente vive el día a día. Yo creo que eso está mejor reflejado en nuestra tierra que en cualquier otro sitio.
Si de verdad quieres conocer la España real, vete a los pueblos. Es donde se hace la comida auténtica, donde el pan se hornea en la panadería de toda la vida. Y eso es lo que más me gusta de volver al pueblo, que las cosas siguen siendo como siempre han sido, mientras que, en la ciudad, eso que parece trivial, no existe. Y si existe, te cuesta un ojo de la cara.
– Para finalizar, ¿qué frase o eslogan inspirador compartiría con nosotros para reforzar el orgullo por nuestras raíces y los talentos que nos unen como comunidad?
No sabría cómo ponerlo en un eslogan, pero yo creo que somos gente luchadora y trabajadora, y esas son cualidades que se necesitan para cualquier cosa en la vida. Para experimentar sobre lo que hablo, os invitaría un día a vendimiar, aunque he de reconocer que ir a los ajos es infinitamente peor, es horrible, se pasa mucho calor.