En el corazón de Guadalajara, frente a la plaza de España, se alza un edificio que no deja indiferente a nadie: el Palacio del Infantado. Definido por muchos expertos como “único en su género”, este palacio es mucho más que una joya arquitectónica; es una cápsula del tiempo que guarda historias de poder, arte y curiosidades que sorprenden al visitante.
Levantado hacia 1480 por orden de Íñigo López de Mendoza, segundo Duque del Infantado, fue diseñado por dos grandes artistas del momento: el arquitecto Juan Guas y el tallista Egas Coeman. Su misión no era discreta: dejar bien claro el poder de la familia Mendoza, una de las más influyentes de Castilla. Y lo consiguieron. Lo que hoy vemos es una mezcla deslumbrante entre palacio y fortaleza, un edificio donde conviven el gótico, el arte mudéjar y un primer aliento renacentista.
Uno de sus mayores atractivos es la espectacular fachada, que no se parece a nada que se haya construido en España por entonces. Está decorada con puntas de diamante que crean un dibujo geométrico dinámico, inspirado en las tramas andalusíes. La piedra caliza fue traída expresamente desde Tamajón, a más de 50 kilómetros, lo que ya da una idea del nivel de detalle y ambición del proyecto.

La portada es otra maravilla: mezcla columnas, arcos apuntados, escudos heráldicos, figuras talladas, motivos góticos como florones y cardinas, e incluso elementos mudéjares como mocárabes y epigrafías. Encima, un escudo gigante sostenido por dos colosos parece custodiar la entrada. Nada está puesto al azar.
EL FAMOSO PATIO DE LOS LEONES
Pero el verdadero espectáculo está dentro. El famoso patio de los Leones, al que se accede tras la portada, combina el orden gótico con una profusa decoración simbólica. En él, leones y grifos enfrentados decoran las enjutas, en una referencia directa a la tradición islámica oriental. Todo está pensado para impresionar, repetir sin aburrir, y crear una escenografía digna de una corte principesca.

¿Y sabías que este palacio fue elegido por dos reyes para celebrar sus bodas? Felipe II y Felipe V decidieron casarse aquí, cautivados por la belleza del lugar. No es para menos: incluso hoy, el edificio sigue impactando por su esplendor.
Además, el Palacio del Infantado cuenta con algo que, en su época, era prácticamente exclusivo de los palacios islámicos: un gran jardín. Un espacio de recreo que rompía con la tradición castellana y que se adelantaba a los gustos renacentistas. Y no falta una galería orientada al poniente, con arcos de medio punto sostenidos por elegantes pilares elípticos, que refuerzan ese carácter innovador.
Actualmente, el edificio alberga el Museo de Guadalajara. En su planta baja aún se conservan algunas salas nobles con pinturas murales del siglo XVI. La visita permite conocer tanto la historia de la provincia como la del propio palacio y la poderosa familia que lo hizo levantar.



La entrada es gratuita y el horario de visita abarca de martes a domingo. Una recomendación: no te conformes con ver solo la fachada. Recorre el patio, detente en cada detalle de la portada y entra al museo para descubrir las huellas de una familia que quiso dejar su marca en la historia, y lo logró.
El Palacio del Infantado no es solo un edificio bonito. Es una lección viva de arte, poder y fusión cultural. Un imprescindible para cualquier viajero curioso que pase por Guadalajara.