jueves, 21 noviembre, 2024

Con Quevedo, vivir tomando parte

Enfrentarnos a dilemas éticos es una de las cuestiones habituales que nos ocupan y preocupan como personas. En la vida hay dos posiciones que adoptar en función de las sutilezas interpretativas que vayamos construyendo en cada caso, en cada tiempo; con las que nos vayamos armando para interactuar con las circunstancias: serán la de aquellos que permanecen ajenos, inalterables, desde un estoicismo parsimonioso y prudente; la de aquellos que, por el contrario, deciden tomar parte sin importarles las consecuencias.

Ya Cervantes señalaba en su Persiles que la disimulación es provechosa, que favorece a los que deciden mirar para otro lado y, sobre todo, a los ambiguos. Quevedo, hombre no ajeno a una vida contradictoria y tormentosa nos previene, soneto de por medio, de la “Conveniencia de no usar de los ojos, de los oídos y de la lengua”, de la ventaja que pueda suponer el hecho de no querer ver, privarse de escuchar, de hablar y referir; aunque sean injusticias el motivo, las que quieran cegar los mares, sepultar los amores, destellar de vidrios agresores [i].

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Miguel es de los que se han propuesto mirar de frente a la tragedia, olvidarse de lunas gongorinas y de su dios para agrupar su hambre, sus penas, sus cicatrices, con los otros, con tantos; para calmar su desesperación de toros castigados y agruparse oceánicamente. [ii] También es Quevedo cuando en pura antítesis se rebela contra privilegios de aquellos reaccionarios de “… piel de levita/, y una perilla obscena de culo de bellota/, y calvos y caducos. …” [iii].

Paradójicamente, ha transitado vía Ramón Sijé a otras formas de poesía y se ha liberado de la necesidad de hacerse poeta a fuerza de dominar un lenguaje ajeno y esquivo, cargado de metáforas que resuenan densas y veladas. Ha llegado a Quevedo y se maneja con gloriosos tercetos encadenados, elegíacos, en los que el llanto masculino se hace presente y desacomplejado (“los que ciego me ven de haber llorado/ y las lágrimas saben que he vertido/ admiran de que en fuentes dividido/ o en lluvias, ya no corra derramado, pero mi corazón arde admirado… [iv]”), para remitirnos al dolor desconsolado, hiperbólico y celoso de una muerte enamorada, ya sea fuego abrasador o golpe helado [v] :

“Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento [vi]
…”

Y donde aspira a una vida recuperada, más allá de la muerte, en el más puro estilo barroco, para el que solo el amor vence sin dejar el alma abandonada en la otra ribera (“mas no, desotra parte, en la ribera, /dejará la memoria, en donde ardía;/ nadar sabe mi llama la agua fria,/ y perder el respeto a ley severa”). [vii] Es el amor del amigo el que lo reclamará y lo devolverá a este nuestro lado, el de los vivos, a la tierra habitada por las flores, aunque sea polvo y alma, pero polvo enamorado:

Lokinn

“Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.”

Y llegará a la cumbre de la ironía, del sarcasmo escatológico y burlesco; implacable en tremendos serventesios que resuenan con sus golpes en desahogo, en principio de la risa, en desproporción entre el fondo y sus palabras, en desigual combate y disconforme entre hombres viejos y un tiempo nuevo; en franca rebelión de férrea juventud, pues “para tanta fuerza, tanta maldad es poca”:

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“Se cae de viejo el mundo con tal matalotaje.
Hijos de la rutina bisoja y contrahecha,
valoran a los hombres por el precio del traje,
cagan, y donde cagan colocan una fecha.” [viii]

A ese Quevedo osado y contradicho, (“No he de callar por más que con el dedo,/ ya tocando la boca o ya la frente/ silencio avises o amenaces miedo.”[ix]) su sátira le costó cárcel y vida [x]; Miguel Hernández en el Consejo sumarísimo 21.001 fue condenado a muerte por “ser izquierdista” y “haberse dedicado a actividades literarias”. La pena fue conmutada pero no hizo falta, la cárcel le apagó la voz, aunque no cesó de ser flor de oleaje [xi] y eterno; todo ello por resultar inconveniente, por usar los ojos, los oídos, la lengua; por ser fiel y tomar parte.

[i] Imágenes tomadas del poema “El soldado y la nieve”. El hombre acecha.

[ii] Imágenes tomadas del poema “Sonreidme”

[iii] Del poema “Los hombres viejos”. El hombre acecha.

[iv] Quevedo. Soneto “Padece ardiendo y llorando sin que le remedie la oposición de las contrarias calidades”.

[v] Quevedo. “Soneto amoroso definiendo al amor”: Es hielo abrasador, es fuego helado.

Torre de Gazate Airén

[vi] . En el poema “Elegía”. El rayo que no cesa

[vii] Quevedo. Del soneto “Amor y muerte”

[viii] Versos del poema “Los hombre viejos. El hombre acecha

[ix] Del poema de Quevedo “Epístola satírica y censoria contra las costumbres presentes de los castellanos, escrita a don Gaspar de Guzmán, conde de Olivares, en su valimiento”.

[x] A instancias del conde-duque de Olivares, Quevedo estuvo en prisión en San Marcos de León de 1639 a 1643. Murió en 1645.

[xi] Del poema “El hombre no reposa”, del ciclo del Romancero y cancionero de ausencias.

Luis Miguel Miñarro
Luis Miguel Miñarro
Manchego. Doctor en Estudios Filológicos. Antropólogo social. Maestro.
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