La lentilla digital se vende bien. Las redes sociales han hecho su trabajo, procurando que millones de usuarios sigan las recomendaciones de unos pocos <influencers>. Gracias a la lentilla digital, ya no necesitamos pantallas, teclados u otro tipo de interfaz para acceder a Internet. Su colocación es igual de sencilla.
La lentilla digital tiene varios inconvenientes. Entre ellos, el más significativo es que nos vuelve idiotas a una velocidad superior. Pero hay más. Provoca todo tipo de accidentes, pues la llevamos mientras conducimos o caminamos. Apenas dedicamos tiempo a comer, a hablar con los demás o, peor aún, a besar (es muy desagradable hacerlo mientras la otra persona está con un ojo en otra parte). Por último, produce perforaciones debido a su uso intensivo. No obstante, al ser solo una, puedes cambiarla de ojo, a riesgo de acabar sufriendo úlceras en los dos globos oculares.
La lentilla digital fue, primero, la lentilla educativa. Con ella, el alumnado disponía de acceso instantáneo a toda una red de conocimientos. Así, podría aplicarlos convenientemente, desarrollando capacidades hasta ahora desconocidas. Al ocupar sólo uno de los ojos, el otro quedaba libre para visualizar elementos como la pizarra. Además, la lentilla digital no interfería (eso era entonces) en el oído.
No tardaron los adolescentes en cambiarse las lentillas, suplantando sus respectivas identidades digitales, probar a ponérselas al revés, personalizarlas o, incluso, usarlas para copiar. Esto último no debía ocurrir pues la lentilla digital llevaba aparejada una nueva forma de evaluación, en la cual no existía cabida para el examen. Como era de esperar, la lentilla educativa tuvo, entre los docentes, una aceptación dispar. Se crearían grupos de trabajo para fomentar su uso y, por otro lado, asociaciones nacionales para prohibirla. Con el tiempo se demostró su escaso potencial pedagógico, señal inequívoca de que la lentilla digital estaba lista para ser lanzada al mercado.