No cabe duda de que el tiempo que vivimos está afectando a nuestra normalidad, incluidas en ella las fechas especiales, días señalados que sin embargo quedan ahora, en estas circunstancias, reducidos a mera anécdota, lo cual es perfectamente comprensible porque hay prioridades que atender. Tal es el caso del Día de Castilla-La Mancha, que este año, más que para la celebración, ha de ser jornada para la reflexión. De lo que somos y de lo que podemos ser como orgullosos ciudadanos de una maravillosa región con historia, presente y, sobre todo, futuro.
El Coronavirus no es ninguna broma, como todos hemos aprendido ya en la cotidianidad de nuestras vidas. En nuestras relaciones personales, nuestra rutina. La epidemia está suponiendo un siniestro frenazo a miles y miles de aspiraciones, de proyectos de toda índole. Ha destrozado familias. Ha cambiado vidas, en definitiva, y por ende está cambiando en cierto modo nuestra sociedad. No puedo dejar de recordar con profunda emoción en este día a todas aquellas personas que el virus nos ha arrebatado. Su recuerdo es imborrable. Pase lo que pase, siempre tendremos clavada su ausencia.
Les voy a confesar, al hilo de todo lo que viene ocurriendo en las últimas semanas, que observo con tremenda preocupación los episodios, acaso aislados pero a mi juicio lamentables, de enfrentamientos entre españoles. En la calle, en las redes sociales, en los medios de comunicación. Veo una creciente tensión social, un clima que me inquieta sinceramente, una división que no quisiera que fuera en aumento, por la cuenta que nos trae. Los garrotazos del cuadro de Goya no debieran ser nunca más la fotografía de esta España nuestra que es de todos.
Desde luego, si de algo podemos estar orgullosos en Albacete y en Castilla-La Mancha -y miren que aquí podemos estar orgullosos de muchas cosas- es de haber sido una piña en las adversidades. Estarán ustedes de acuerdo conmigo en que a esta región nunca nadie le regaló nada. Muy al contrario, todo cuando logramos, cada avance, lo hicimos remando juntos, sumando fuerzas. Golpe a golpe y verso a verso, como escribió Machado. En esta maravillosa tierra de quijotes y sanchos pronto aprendimos que juntos alcanzaríamos más arriba. Por eso quisiera hoy, cuando acariciamos este 31 de mayoen el almanaque del loco año veinte, reivindicar con más fuerza que nunca el espíritu de unión y de entendimiento. No como vana retórica, sino como elemental principio de utilidad.
Nada más unido que una sana familia, como bien sabéis. Y nada más diverso al mismo tiempo. ¿Es que no nos sentamos unos y otros, cada cual a su forma y a su modo, a la misma mesa y compartimos el mismo pan? ¿Acaso no acudimos todos, prestos, a la llamada de socorro? Pues así es la sociedad castellanomanchega, como una gran familia. Una familia que respeta y aprende de sus mayores, a los que protege y admira. Una familia espoleada por el empuje, la vitalidad y la chispa de esos jóvenes que vienen pisando fuerte para traer el aire fresco del nuevo tiempo. Una familia, en definitiva, que hace de la diversidad, riqueza; de la diferencia, suma; del error, aprendizaje. De la necesidad, virtud. Sobre todo cuando vienen mal dadas. Así fue siempre en las familias de Castilla-La Mancha reunidas en la mesa camilla de nuestra memoria y cuyo ejemplo, el que nos dieron nuestros padres, debemos aplicar hoy con más razón que nunca.
Hoy más que nunca porque hoy la amenaza y el dolor son más grandes hoy que nunca. A la incertidumbre sanitaria se suma la inestabilidad económica. Y todo por este maldito virus, este enemigo invisible -porque el enemigo es él y solo él- que nos iguala en la debilidad. Si ahora no nos damos la mano, ¿cuándo lo haremos? Es por tanto momento de que, cada cual desde sus responsabilidades, todos estemos a la altura de las circunstancias. Como lo han estado de manera absolutamente ejemplar en las últimas semanas nuestros héroes de bata blanca, esos ángeles de la guarda que en hospitales, centros médicos y residencias de mayores lo han entregado todo, algunos hasta su vida, para salvar las de los demás. O la de los reponedores y cajeros de supermercados, transportistas, taxistas, personal de limpieza y desinfección, trabajadores de servicios de reparto, agricultores, voluntarios, y así un largo etcétera que engloba a todos aquellos que han plantado cara al virus para amortiguar sus muy diversos efectos, sin olvidar, obviamente, a nuestra Policía, nuestra Guardia Civil y nuestro Ejército. Protección civil, bomberos. La lista es larga y cada una de las personas que la componen merece un monumento. Representan lo mejor de nuestra sociedad, son motivos de esperanza en tiempos de caos y tormenta.
Ellos merecen que la responsabilidad -política y ciudadana- sea el criterio superior a tener en cuenta estos días, pues ninguna diferencia que podamos tener será tan importante como la necesidad común de plantar cara a un virus absolutamente devastador. Quienes en este tiempo, por tanto, promueven la bronca y el antagonismo desde las trincheras de los extremos no hacen sino ahondar en la herida del pueblo español. Como ciudadano y como alcalde acepto tener adversarios, pero no enemigos. Mi enemigo único es el coronavirus, por sus terribles consecuencias a todos los niveles.
En definitiva, apelo a la razón. A que cada uno levante, en mitad del desastre, la incertidumbre y la desesperanza, la bandera del sentido común. Porque solo desde la fortaleza de la unión superaremos esta tremenda adversidad. Solo si somos los quijotes y los sanchos que siempre fuimos lograremos salir fortalecidos de esta situación que parece una pesadilla pero que es una tremenda realidad. Respetando a los demás, cumpliendo las recomendaciones de las autoridades sanitarias, guardando la distancia de seguridad, usando la mascarilla, evitando aglomeraciones. Demos ejemplo como siempre lo dimos. Estemos a la altura de lo que merecemos. Para que el año que viene celebremos juntos, unidos y mejores, diversos siempre, quijotes y sanchos, este día nuestro que es el día de Castilla-La Mancha.