Desde el primer momento no tuve la mĂĄs mĂnima duda: debĂa estar allĂ. Y debĂa hacerlo por un sinfĂn de razones que nos tocan tan de cerca a todos los españoles constitucionalistas, seamos de la regiĂłn que seamos, que era imposible mirar a otro lado cuando vemos, dĂa tras dĂa, cĂłmo Cataluña se ha convertido en una hoguera de espanto internacional, avivada por Quim Torra, quien pretende quemar en su loca sinrazĂłn el presente y el futuro de una comunidad que ha sido ejemplo en toda Europa.
Cuando la noche del sĂĄbado veĂamos en televisiĂłn cĂłmo los radicales volvĂan a propagar su odio en la calle y volvĂan a cargar contra las fuerzas del orden sin piedad y con una violencia extrema -solo digna de aquellos que se dejan guiar por los instintos mĂĄs primarios y por el revanchismo y el odio mĂĄs absoluto- tuve muy claro que la responsabilidad de un cargo pĂșblico y la oportunidad de defender España y sus valores por las arterias principales de Barcelona era mucho mĂĄs fuerte que el temor ante los disturbios.
El primer contacto con las calles de la ciudad condal me hizo ver que iba a tratarse de una mañana histĂłrica. Las banderas españolas copaban las aceras de la calle Mallorca hacia la Rambla de Cataluña. Se respiraba libertad, unidad y ganas de gritar ÂĄbasta! a ese ProcĂ©s que estĂĄ destrozando la convivencia y el sentido comĂșn de los catalanes.
El constitucionalismo, la unidad de España y la concordia son valores que debemos llevar por bandera todos aquellos que nos sentimos españoles y que tenemos una responsabilidad institucional. No podemos dar la espalda a todos aquellos catalanes que se definen como âla mayorĂa silenciosaâ y que no quieren dejar de formar parte de nuestro paĂs; que rechazan la independencia y que, simplemente, quieren seguir siendo españoles y que su paĂs se desarrolle.
Las sonrisas, las consignas de ÂĄCataluña es España! ÂĄBarcelona no se quema! y ÂĄAquĂ la prensa, no lleva casco! inundaron las Ramblas de un optimismo comparable a una suave ola de paz, muy lejana de ese tsunami de terrorismo callejero que vemos cada noche. Las rojigualdas, las señeras y las banderas europeas convivĂan y se mezclaban en el cielo barcelonĂ©s dĂĄndole un colorido digno de admiraciĂłn.
Junto a mi presidente nacional, Pablo Casado, y con la compañĂa tambiĂ©n del vicesecretario de ComunicaciĂłn del PP de Castilla-La Mancha, Santiago Serrano, pude comprobar que los catalanes estĂĄn hartos de la situaciĂłn a la que les ha conducido el independentismo. La gente, ansiosa por estrechar su mano, pedĂa que, por favor, no nos rindiĂ©semos, que siguiĂ©semos peleando por ellos y por la libertad de su tierra, por la libertad de Cataluña. Vivir este momento histĂłrico junto a Pablo Casado sin duda es una experiencia que no olvidarĂ© jamĂĄs.
Fueron mĂĄs de dos horas y media de sonrisas cĂłmplices, abrazos entre hermanos, apretones de manos entre camaradas y gritos de ÂĄpresidente, presidente!. Estoy seguro de que nuestro presidente Casado llenĂł su ĂĄnimo de esperanza y decisiĂłn para afrontar el futuro de Cataluña y de España. La historia de nuestro gran paĂs la escriben los valientes, y Pablo Casado ha demostrado que lo es. Se echĂł de menos a otros cuyas responsabilidades son mayores, pero que no quisieron participar de ese grandioso acto de defensa civil y pacĂfica de lo que nos une: nuestra patria comĂșn, España. Ellos verĂĄnâŠ
Lo que sà sé es que el pasado domingo, los que allà estuvimos, vivimos un momento histórico; el momento en el que la sociedad civil catalana -aquellos que no portan lazos amarillos y no gritan por la independencia- se plantaron contra los separatistas y demostraron que Cataluña, hoy mås que nunca, es España.