Iremos galgueando con esta sección de semblanzas por la restauración y baretos patrios. Hablaremos solo de lo que nos gusta, lo otro se lo hemos encargado a Chicote y a la inspección de Sanidad, porque de lo que se trata es de compartir alegrías y no de ir poniendo malos cuerpos.
Si el nivel de una bodega se mide por su vino de entrada, podríamos decir que el nivel de un restaurante se mide por su menú base y por los vinos que elige para su carta.
Bien merecen una visita Las Musas en lo alto del cerro de los molinos de Criptana, que lejos de caer en la tentación de ave de paso trancazo, como ocurre con frecuencia en los lugares con reclamo turístico, mima los detalles y cuida a sus clientes.
Una amplia explanada con unas vistas magnificas del páramo manchego custodiada por esos gigantes que algunos creen que son molinos, sirve como pórtico de un local dividido por la orografía del terreno en tres niveles que generan tres ambientes con un propósito común,atender y agradar.
En la visita del Pollo Morgan despachamos sendos menús de la casa,dos, precedidos de unas gambas rojas que no envidian a las que se puedan servir en Denia o Santa Pola a sus registradores, acompañados de un tinto clásico manchego laureado por Parker, aclamado por Peñín, y festejado por cuanto han tenido la oportunidad de echarlo al coleto. Todo ello no llegó a treinta cinco € por persona.
La carta recoge guiños a la cocina local, pisto, gachas, ensalada de tiznao, puestos en hora y sencillamente bien resueltos.
La atención por parte del personal de sala es más que destacable con una sonrisa permanente e incombustible completa la labor de una cocina, seria,sin tonterías ni complejos.
Una puesta en escena en cuanto a mantelería y vajilla dignísimas, hablan de que si se quiere hacer bien, se puede hacer bien.
Es un sitio para ir y para volver.
El Pollo Morgan