Más de cuatro siglos después, decenas de pueblos de nuestra región se siguen creyendo ostentar el título de ‘Lugar de La Mancha’, los mismos cuatro siglos que Miguel de Cervantes lleva riéndose de todos ellos desde la tumba que ocupa en el convento de Las Descalzas del madrileño barrio de Las Letras. Mientras se ríe, se olvida de que la cripta donde reposan sus restos, ya polvo, se encuentra hoy por hoy en la calle bautizada como calle Lope de Vega, con quien compartió enemistad de ida y vuelta. Lo que es la vida. O la muerte.
En estos cuatrocientos años, cervantistas de todo pelo, intuición y nacionalidad han intentado ponerle coordenadas a casi todo lo que Cervantes dejó escrito, intentando desafiar a través del tiempo al ingenio del escritor sin conseguir doblarle el único brazo que le quedó útil tras aquello de Lepanto.
Pugnas que van más allá de lo literario, y es que restan todavía escaramuzas municipales del Alcázar a Alcalá y de Alcalá a Alcázar por ver dónde recibió don Miguel el primero de los sacramentos, una disputa en la que ninguno de los dos ayuntamientos de la pugna ha entregado la cuchara, aunque a este lado del Tajo todos tengamos la certeza de que el papelito está en Santa María La Mayor, icónico templo alcazareño que este año cumple ocho siglos reinando en la capital de La Mancha.
Las trincheras del Cervantismo, como las de los cervantistas, se escapan del entendimiento del resto de los mortales. Y, sin ser cuestión de fe, si hay que tomar partido, les invito a que se asomen a los planteamientos que Javier Escudero ha dejado escritos en ‘Las otras vidas de Don Quijote’. Si no tienen a mano el volumen, les guío a través de estas líneas.
El archivero, ya doctorado en asuntos quijotescos, hizo saltar por los aires las premisas más tradicionales con sus cálculos en los que delimitó esa chincheta en el mapa de la que Cervantes no quiso acordarse. Y lo hizo, con argumentos, cerrando el cerco en un perfecto triángulo equilátero entre la CM-3162, la CM-3103 y la CM-310, líneas rectas contemporáneas que unen El Toboso al norte, Quintanar de la Orden al este y Miguel Esteban al oeste.
Una apuesta, sino arriesgada, al menos si disonante de las teorías más trabajadas. Aquellas que, por ejemplo, situaban la residencia de Alonso Quijano en Argamasilla de Alba por ser éste el municipio donde don Miguel escribió la parte de la obra y por empeño del apócrifo ‘Quijote de Avellaneda’ que vino después; realidad que no ha sido suficiente para arrebatarle a Villanueva de los Infantes, al menos, el noble título de demarcación que más ha rentabilizado lo de arrogarse ser el único.
Campo de Criptana, que atesora hoy por hoy los únicos molinos de viento tradicionales cuyas aspas fueron movidas por los vientos del siglo XVII, aprovecha esta circunstancia para reivindicar título. Consuegra también lo intenta; Esquivias no deja de recordar dónde se desposó el autor como justificación para reivindicarse como emblema; mientras Ossa de Montiel, ya en la puerta de Sierra Morena, parece desistir de la trifulca.
Volvamos a la parcela de La Mancha toledana. «Leyendo los primeros capítulos del Quijote se ve que la geografía elegida es el triángulo entre Quintanar de la Orden, El Toboso y Miguel Esteban», defiende un cerciorado Javier Escudero en su obra.

Un atrevimiento que va a más para, incluso, colocar los Gigantes que enfrentó Don Quijote en el mismo mapa donde danzaba Dulcinea. «Estaban en El Toboso». Un enclave que justifica echando la vista atrás más de 400 años. «Era un lugar antisistema, muy especial, que se enfrentó con autoridades religiosas y administrativas. Extraordinariamente especial para la crítica y la burla, muy echado para adelante pero bruto y rural», añade antes de aclarar que la localidad toboseña lucía en las postales hasta 16 molinos de viento.
Leyendo el icónico paisaje que Cervantes dejó escrito, se puede constatar que Quijote y Sancho atravesaron poco antes de la batalla un pueblo, y una vez el Hidalgo levantó las costillas del suelo, su triste figura y su escudero pusieron rumbo a Puerto Lápice.
Discute, además, que don Quijote fuera solo uno, y apuesta por la teoría de que Cervantes cosió distintas piezas de hidalgos similares para completar el puzzle del personaje universal.
Todos estos retazos enhebrados por Escudero en su primer libro tienen, desde hace semanas, un eco profundo en un forma de nueva entrega, ‘Cervantes del envés’ donde radiografía a los personajes del autor complutense para entender mejor a su pluma y a su contexto histórico, dando así continuidad a su obsesión, la de certificar que el realismo del Quijote no empezó en su segundo tomo y que los personajes plasmados en tinta lo fueron primero de carne y hueso.
Dando por válidos todos sus argumentos, se puede concluir que Cervantes eligió La Mancha de forma consciente y meditada, y todos los escenarios de sus decorados no cristalizaron en el papel por casualidad.
ECOS TEÓRICOS
Tras la primera disección cervantina de 2022, este año está siendo prolífico para la persecución a través del tiempo a la que Javier Escudero tiene sometido a Miguel de Cervanes.
A principios de este año, en ‘Eso no estaba en mi libro de Miguel de Cervantes’, el estudioso publicó en Almuzara todas sus pesquisas ante las intrigas del escritor, por si sirvieran para despejar alguna incógnita.
En ‘Cervantes del Envés’, obra que acaba de quitarse los precintos, el doctor, que ni se ha cansado ni se cansará de investigar la figura de don Miguel, desempolva un centenar de documentos para aliñar una nueva entrega en la que disecciona decorados y personajes que ilustraron la obra del manco.
El archivero hace un despliegue, cogiendo todos los retazos de los personajes secundarios y primarios que terminó de ordenar en distintos cajones. Con todos los datos, quiso establecer la hipótesis sobre le origen de todas sus novelas y hacerlo sin cortapisas, desde lo más sencillo y pragmático. Lo que parece sencillo es, en toda regla, un desafío a todas las teorías cervantistas escritas hasta ahora.
Quijotista como soy desde que hace 29 años mi padre me quitara de las manos el cómic del Ingenioso Hidalgo para sustituirlo por su antigua edición a dos tomos con grabados de Gustavo Doré, me apasiona la carrera de Escudero desafiando al tiempo y a la audacia de Cervantes al mismo tiempo.
Con la esperanza de que, igual que don Quijote abrazó el regreso de su locura en las últimas páginas de la obra, en algún momento, en cualquier lugar, Escudero logrará por fin darle la vuelta a todas las cartas que Cervantes escondió en la mano para terminar así, de una vez por todas, de desenmascarar todo aquello que el eterno escritor nunca pensó que le revelarían. El destino se lo debe.


