jueves, 20 noviembre 2025

Huesos, cuerdas, un kimono y el Da Vinci de La Fontaine

Santiago David Domínguez ha entrelazado el Kung-Fu, el Heavy Metal y la arqueología en una trayectoria vital forjada desde Cuenca, demostrando que la identidad también se construye desde las periferias

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Por si a usted le preguntaran algún día qué tienen en común el Kung-Fu, el Heavy Metal o la arqueología y no supiera bien qué responder, al final de este espacio que compartimos cada diez días puede que encuentre la clave.

Va todo tan rápido que todo lo que no quepa en un ‘tik tok’ a veces se hace bola, será por eso que no caemos en la cuenta de que las verdaderas historias son más anchas que un titular. La historia de hoy nace y crece en un barrio tricolor, el de la Fuente del Oro en Cuenca, y lo hace al amparo de un alma brillante que, de tanto que brilla, no le hace falta ni brillar.

Vinícola de Tomelloso

KIMONO

Huesos, cuerdas, un kimono y el Da Vinci de La Fontaine
(Foto: eldeporteconquense.es)

Santiago David Domínguez es del 85 y echó raíces en la Avenida de San Julián, que por entonces era periferia del barrio de la Fuente del Oro, de la ciudad de Cuenca y casi de toda civilización conocida. De todas las cosas que acabó siendo, lo primero que fue se hizo carne al enfundarse en un kimono para iniciarse en la práctica del Kung-Fu, estilo Wu-Tao para más señas.

«Ni me acuerdo de cuando no lo hacía», revela al que firma este espacio en una conversación que duró lo que un café y que se alargará hasta que usted quiera seguir leyendo. Hijo de Albert y de Yolanda, hermano de Elena y eterno dueño de Nala, una samoyedo a la que todo un barrio vino a llamarla ‘Ón’ por ser, como Platero, toda de algodón, Santiago David, todo huesos, dio con todos ellos en el gimnasio de Ángel, maestro e impulsor de la rama sobre la que impartía docencia.

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«Siendo feo y tirillas, nunca he tenido problemas de autoestima. Con el Kung-Fu, adquirí superpoderes», confiesa rememorando una afición de infancia que, a base de ver pasar hojas del calendario, se convirtió en sustento y forma de vida a partes iguales.

Un refugio de niñez tan elástico que desbordó la adolescencia para acompañar también en el viaje de la vida adulta. Y es que, una vez llegado a Madrid para aquello de la etapa universitaria y coincidiendo con el cambio de siglo, su maestro dejó de prestar la formación que él había inspirado en la capital de España, dejando un hueco que Santiago tuvo que llenar.

Fue así cómo se hizo cargo de extender el legado de Ángel, creador del estilo Wu-Tao de este arte marcial, haciéndose cargo de aplicar doctrina a sus primeros alumnos al mismo tiempo que seguía formándose en la materia. Y, sin dejar de dar pasos, iban cayendo los logros, desde el quinto nivel de cinturón negro hasta el título de entrenador internacional.

Y, como «enseñar es aprender», los dos caminos, el de docente y el de aprendiz, siguieron trazados paralelos hasta que decidió montar la escuela de Wu-Tao en la pequeña localidad de Arcas, donde casi veinte años después sigue ayudando a construir identidades.

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Como si de los consejos de Don Quijote a Sancho antes de gobernar Barataria se trataran, el maestro detalla cómo los valores que se adquieren por el camino se quedan impregnados en cuerpo y alma.

«En Kung-Fu valen todas las destrezas. Usas la fuerza, usas la flexibilidad, y todo vale. Hombres y mujeres compiten en igualdad de condiciones. Nunca me han segregado por sexo, solo por edad y por cinturón. Será por eso que no soy machista pese a los micromachismos de los que todos estamos rodeados», reflexiona.

Lokinn

Una paleta de colores en cuanto a enseñanzas vitales que, cuarenta años después de los tratados fundacionales que el maestro Ángel dictó en esta derivada conquense del Kung-Fu, siguen vigentes por atemporales, por impertérritos.

CUERDAS

Huesos, cuerdas, un kimono y el Da Vinci de La Fontaine

De cuerpo conquense y alma de Vitruvio, Santiago David prosperaba en su trayecto a una edad del pavo en la que el Heavy Metal le tocó el corazón antes que la música. Sin haber mostrado interés por absolutamente ninguna nota del pentagrama más allá del sentimiento de tribu que desarrolló con sus amigos del colegio al escuchar Extremoduro, la primera vez que se dejó cosquillear la espalda por lo que salía de unos altavoces fue culpa de Mago de Oz.

«Me quedé con esa fuerza, y fíjate que no son la quintaesencia del Metal. Pero me abrió las defensas», relata como paso previo al estendalazo que le patrocinó el ‘Keeper Of The Seven Keys’ de los Helloween. Ahí llegó el ‘pum’ en la cabeza y el ‘click’ en el corazón. «Yo no sabía qué era el Heavy Metal, pero yo supe que ahí algo cambió».

A aquél Santiago con sombra en bigote y perilla que unos años antes había superado cualquier atisbo de complejo gracias a un arte marcial, le llegó entonces la época de buscar grupo urbano, pero él lo hizo, a la contra del resto, dejando de lado la necesidad de encajar. Y la primera pieza para ello llegó en forma de camiseta de los Maiden, seguramente falsificada, colgando de un puesto de mercadillo en Oropesa del Mar. «¿Es una camiseta de… drogadicto?», le preguntó su madre mientras abría al mismo tiempo el monedero y una época en la que la estética del niño tendría que enfrentar a la doctrina del ‘Qué dirán’ que levantaba a su paso.

Su particular grupo social, que por esos tiempos empezaba a desembarazarse de las fronteras de barrio que suponían el Júcar y la vía del tren para empezar a explorar las delicias del centro de una ciudad pequeña, estaba formado por él y por todos los demás. Y el contraste entre el ‘jevi’ del Kung-Fu con los ‘bakalas’ futboleros solo sirvió para apuntalar la amistad, una de esas amistades de lenguaje propio y liturgias únicas que, aún hoy, se repiten y se recuerdan entre las calles San Cosme y San Damián.

«Siempre he encajado en la diferencia, siempre he sido un poco el diferente… hasta que llegas a Madrid y ves que ya no eres tan especial», apunta.

Como casi cualquier inquietud que le ha ocupado algún tiempo, la música y el ‘heavy metal’ no se conformaron con hacerle llenar de discos sus estanterías. «El siguiente paso era aprender a tocar». Y, como del Kung-Fu aprendió a no tener que ser el mejor en algo para poder disfrutarlo, empezó a aporrear guitarras. Con solo la intención de hacer más grandes los poros con los que disfrutar de su música, se convirtió, de forma tan autodidacta como fugaz, en el propietario del mejor punteo de toda la historia del metal en la ciudad.

Con esa carta de servicios, formar una banda era cuestión de tiempo. Y ahí están los Dama Oscura sin terminar de completar la banda sonora de su vida, esa vida en la que, además, se abrió la puerta para que entrara Vanesa, esposa, compañera, fan y la otra mitad que necesitó para alargar la estirpe de los dos. Celia Libertad primero, Claudia después. Esas dos chiquillas que ahora beben zumo y Cola-Cao mientras su padre atiende la entrevista.

«Sin el Kung-Fu, seguramente, no habría tenido la fuerza para entrar en el Metal. Habría tenido mis complejos, habría sido más normativo», afirma para certificar el punto de conexión entre un arte chino milenario y acordes distorsionados.

HUESOS

Huesos, cuerdas, un kimono y el Da Vinci de La Fontaine

Desde un punto de partida instalado en aficiones que no quizá nunca llegaran a ser suficientes para poder pagar todas las facturas, arrancó el periplo universitario de Santiago en los estudios de Historia. Empezó, como todos, como alumno raso; terminó, como pocos, con el título de Doctor en Historia y Arqueología y con los mandos de Heroica, empresa de la que posee desde la ilusión por cada proyecto que le encargan hasta la última de las grapas esparcidas por su escritorio.

Aunque no accedió a la carrera por la vía de la vocación explícita, su itinerario escolar estuvo plagado de personas que supieron tocarle la tecla correcta. Desde Carlos Ramón Perera en el colegio de su barrio hasta Teresa Chapa en la universidad y pasando por Manuel Domínguez o Almudena Hernando, la horma que se acabó calzando fue la de la Etnoarqueología y Zooarqueología para hacer una tesis doctoral sobre tribus vigentes de cazadores-recolectores, trabajo que mereció el ‘cum laude’ casi solo con la portada.

O por curioso, o por metódico, o por lunático, solo se le ocurrió una forma correcta para hacer la foto fija que buscaba, y esta fue hacerse un cazador-recolector más. No solo una, sino tres veces. Y marchó a Groenlandia a convivir con los ‘inuit’; a Paraguay para involucrarse con los ‘ayoreo’; y a Namibia para ser un ‘boskimano’ como otro cualquiera.

«Siempre que me dicen que hago muchas cosas, respondo que no. Que hago solo tres, pero son justo las tres partes de mi vida sin las que no podría vivir», defiende. «Sin esas tres patas, no soy yo».

CUENCA, IMPRESCINDIBLE

Tres formas de vivir una sola vida que en ninguno de los casos hubiera sido posible fuera del escenario que plantea la ciudad de Cuenca.

«Parece que aquí no tenemos oportunidades, que no se puede hacer nada. Pero yo estudié en Madrid y me volví en cuanto pude, y he podido hacer todo lo que he querido. Tengo mi escuela de Kung-Fu en un pueblo, mi despacho en la ciudad, y mi grupo es de ‘jevis’ conquenses. Cuenca no ha limitado mis sueños nunca», remata la conversación mientras apura el café con prisa para llegar a tiempo con Claudia y Celia Libertad a la próxima clase de Kung-Fu.

Humberto del Horno
Humberto del Hornohttps://somosclm.com
Humberto del Horno (Cuenca, 1985), licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, llegó en 2011 a la Delegación de Europa Press en Castilla-La Mancha, que dirige desde 2013. Actualmente compagina este cargo con columnas en La Tribuna de Cuenca y El Digital de Albacete, además de colaborar en tertulias de Radio Castilla-La Mancha y en el programa Estando Contigo de la televisión regional.

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