Entre otros temas, esta semana se ha hablado (y mucho) del flaco favor que supone para los j贸venes, el hecho de que las personas mayores no se jubilen y sigan, por tanto, trabajando, es decir, entorpeciendo la incorporaci贸n de nuestra juventud al mercado laboral.
Este razonamiento accede a nuestro cerebro directamente, de la misma forma que un coche se incorpora a una autov铆a por el carril de aceleraci贸n. Nuestra mente procesa la idea anterior tan f谩cilmente que nos cuesta creer que no sea as铆.
Sin embargo, el argumento es totalmente falso. En los pa铆ses donde m谩s personas mayores trabajan, existe menos paro juvenil. Hay decenas de estudios que lo demuestran, decenas de art铆culos de investigaci贸n (papers los llaman) y decenas de rese帽as en blogs y redes sociales, enlaz谩ndolos. Pueden consultarlos si lo desean (les recomiendo usar la versi贸n acad茅mica de Google) y comprobar que es cierto.
Por mi parte, les propongo leer algo que escrib铆 hace unos meses en mi blog de relatos cortos. Tal vez les ayude a cuestionarse eso que parece tan evidente, pero que, a la postre, es enga帽oso: que los puestos de trabajo son fijos y que, por tanto, los mayores deben jubilarse para dar paso a los j贸venes. Reza as铆:
Y Dios cre贸 la econom铆a. Lo hizo durante las primeras horas de la ma帽ana de un lunes. Unos minutos despu茅s, los dieciocho millones de puestos de trabajo ya estaban dados de alta y cubiertos. Las proporciones ser铆an sencillas: tres millones de empleados p煤blicos y quince millones de trabajos para el sector privado, de los que tres ser铆an aut贸nomos y, el resto, asalariados.
Durante miles de a帽os, ese n煤mero (18 000 000) fue incuestionable. Las personas nac铆an, se formaban y, m谩s tarde o m谩s temprano, aprovechaban las bajas por jubilaci贸n para tomar posesi贸n de uno de esos puestos de trabajo.
No solamente la formaci贸n era clave en la elecci贸n de la ocupaci贸n. La suerte, tener buenos contactos y alg煤n que otro pariente, bien pod铆an ayudar a localizar una deserci贸n inminente, por muerte, invalidez o cansancio, y tomar por asalto un cielo prometido desde la m谩s tierna infancia.
Mantener el n煤mero (18 000 000) comenz贸 a ser complicado. Las personas que progresaban, presionaban sobre la natalidad y, para cuando los reto帽os hab铆an crecido, el n煤mero de sillas (18 000 000) era aun m谩s escaso. Por si esto fuera poca cosa, de otras econom铆as comenzaban a llegar m谩s activos, 谩vidos de colocaci贸n. Sin embargo, bajo ley divina, el n煤mero deb铆a sostenerse.
Juan, a sus sesenta y cinco a帽os, dominaba el arte de los negocios. Una acumulada experiencia se mezclaba con un esp铆ritu emprendedor pocas veces visto antes. Lejos de abandonar su puesto, se hizo fuerte dedicando m谩s horas a su profesi贸n. Tantas, que descuid贸 su hogar (por un lado), ampliando sus negocios (por otro). Pronto, Juan necesit贸 ayuda. Quiso preguntar por talentos que ya ocupaban puestos de trabajo, pero estos no renunciaron a lo que ten铆an. Finalmente, Juan quebr贸 el n煤mero, contratando a dos personas: un joven que, reci茅n acabada su formaci贸n, gestionar铆a su hogar de manera integral y un activo extranjero que, tambi茅n terminada su formaci贸n, har铆a lo propio con la ampliaci贸n de su negocio.
El n煤mero comenz贸 a deshacerse por las unidades. Pas贸 a ser 18 000 002. Eso fue antes de que Juan, finalmente, muriera. Otros hicieron lo mismo. En esta econom铆a, que durante miles de a帽os mantuvo el n煤mero 18 000 000, ya vamos por 24 000 000. Y subiendo.