lunes, 10 noviembre 2025

Europa ante el espejo de su sumisión

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Los pueblos de Europa merecen algo mejor. La actuación de Úrsula von der Leyen en política exterior ha contribuido a debilitar la autonomía y la credibilidad de la Unión Europea. Su gestión no solo ha mostrado una alineación incondicional con los intereses de Washington y Tel Aviv, sino que ha profundizado el aislamiento de Europa en el escenario internacional. El caso más evidente fue su discurso en Israel en 2022: un acto que pasó de la torpeza diplomática a la subordinación ideológica, con una exaltación del sionismo como parte esencial de la identidad europea. En junio de aquel año, durante la ceremonia en la que recibió el doctorado honoris causa por la Universidad Ben-Gurion del Negev, Von der Leyen quiso rendir homenaje al judaísmo y a su presunta influencia en los valores europeos. En un gesto político inequívocamente proisraelí, sostuvo que el derecho y la ética europeos provenían del Talmud, y que Europa debía reconocerse en esos valores.

Sus palabras fueron literales: «Europa son los valores del Talmud, el sentido judío de la responsabilidad personal, de la justicia y de la solidaridad». Elogió a David Ben-Gurión sin reservas, como si se tratara de un héroe universal, ignorando por completo los crímenes del sionismo y, lo que es más grave, sin mencionar una sola vez los derechos del pueblo palestino. Cabe preguntarse entonces: ¿cuándo Europa se volvió talmúdica? El fragmento más perturbador de su intervención fue, precisamente, aquel en que insistió: «Europa son los valores del Talmud (…). El pueblo judío ha sido una luz para las naciones y será una luz para Europa durante muchos siglos. El legado de Ben-Gurión es perdurable». Afirmar semejante cosa no solo es una manipulación histórica, sino una forma de colonización cultural. Ben-Gurión, el “padre fundador” de Israel, también fue quien justificó y ordenó la expulsión de más de setecientos mil palestinos en 1948. Los llamados “Nuevos Historiadores” israelíes —Benny Morris, Ilan Pappé, Avi Shlaim— han documentado la limpieza étnica sobre la que se erigió el Estado israelí. Desde la Declaración Balfour de 1917 hasta la proclamación de independencia en 1948, el proyecto sionista se construyó sobre la exclusión de cualquier soberanía árabe. Las propuestas de un Estado binacional, defendidas por intelectuales y nacionalistas árabes, fueron sistemáticamente rechazadas por quienes aspiraban a un Estado judío puro, territorialmente expansivo y homogéneo.

Reescribir la historia europea a la luz de un texto religioso que nunca ha sido su fundamento es, además de un despropósito intelectual, un intento peligroso de redefinir la identidad del continente. Europa ha sido históricamente grecolatina, cristiana en su desarrollo medieval y, posteriormente, secular, ilustrada y democrática en su madurez moderna. Vincularla al Talmud es confundir, como se dice en castellano, “el culo con las témporas”. ¿A quién representa Von der Leyen con esta lectura forzada? ¿A los pueblos europeos o a las élites que desean atar el destino de Europa al de las potencias extranjeras? Su discurso fue algo más que un guiño a Israel; fue una declaración de fidelidad política. Glorificar a figuras como Ben-Gurión, omitiendo la limpieza étnica que lideraron, equivale a legitimar la colonización actual y a negar la existencia misma de Palestina. Cada palabra suya actuó como un aval moral al expansionismo sionista.

El 13 de octubre de 2023, mientras Gaza comenzaba a ser devastada, Von der Leyen viajó de nuevo a Israel. No consultó ni al Consejo Europeo ni al Parlamento. Se fotografió abrazando a Netanyahu y proclamó el “derecho de Israel a defenderse”, justo cuando los bombardeos arrasaban barrios enteros, hospitales y refugios civiles. Añadió, en un ejercicio de cinismo político, que confiaba en que “la respuesta de Israel demostraría que es una democracia”. Las críticas no tardaron en llegar. La eurodiputada Nathalie Loiseau, presidenta de la Comisión de Seguridad y Defensa del Parlamento Europeo, le recordó públicamente que Israel debía respetar el derecho internacional humanitario. Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, insistió en que bloquear alimentos, agua y combustible a una población entera era un crimen, no una medida de defensa. Pero Von der Leyen no rectificó. Ni una palabra de condena, ni un gesto de empatía con las víctimas palestinas.

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Durante 2024, su postura no varió. Continuó respaldando al comisario húngaro Oliver Várhelyi —aliado político de Netanyahu y responsable de la cartera de Vecindad y Ampliación— frente a las posiciones más equilibradas del entonces Alto Representante Josep Borrell, que pedía un distanciamiento del gobierno israelí. Así, la Comisión Europea mantuvo su complicidad con Tel Aviv, mientras miles de niños palestinos morían bajo las bombas. En mayo de 2024, la Corte Internacional de Justicia ordenó detener la ofensiva sobre Rafah. Von der Leyen ignoró el fallo. Lejos de suspender acuerdos, la Comisión continuó firmando convenios comerciales, tecnológicos y de defensa con Israel. Se negó, además, a aplicar el artículo 2 del Acuerdo de Asociación UE-Israel, que permite suspender el pacto si se vulneran los derechos humanos. Europa se convirtió, de hecho, en cómplice económica del asedio.

No fue hasta el 20 de mayo de 2025 cuando el Consejo de Asuntos Exteriores decidió revisar ese acuerdo, que otorga a Israel el estatus de “socio privilegiado” de la Unión. El Servicio Diplomático de la UE presentó un informe demoledor el 23 de junio, confirmando las acusaciones por crímenes de guerra y violaciones sistemáticas del derecho internacional. El Parlamento Europeo apoyó la suspensión del acuerdo comercial, pero evitó mencionar la palabra “genocidio”. Y cuando llegó septiembre, en su discurso sobre el Estado de la Unión, Von der Leyen volvió a demostrar su cobardía moral. Habló de revisar los lazos comerciales con Israel, que en 2024 alcanzaron los 42.600 millones de euros, pero fue incapaz de llamar por su nombre a lo que ocurre en Gaza: un genocidio televisado.

Europa, bajo su liderazgo, ha dejado de ser un referente ético. De la Unión que aspiraba a ser garante de la paz y la justicia queda poco más que una maquinaria económica sometida a los dictados de la OTAN y a los intereses de los lobbies armamentísticos. Su política exterior ha convertido al continente en un actor irrelevante, desprovisto de voz propia, mientras Estados Unidos e Israel dictan las líneas rojas. La izquierda transformadora europea debe decirlo con claridad: Von der Leyen no representa la Europa de los pueblos, la de los derechos sociales, la del antifascismo y la solidaridad internacionalista. Representa la Europa de las élites, del capital financiero y de la guerra. Su mandato al frente de la Comisión ha sido un retroceso moral y político, una renuncia a los principios sobre los que se construyó el proyecto europeo tras la Segunda Guerra Mundial.

No se trata solo de denunciar su connivencia con Israel, sino de comprender el fondo del problema: la deriva neoliberal y militarista de la Unión. Mientras se desmantelan los servicios públicos y se precarizan las vidas, se multiplican los fondos para armamento, vigilancia y represión. En nombre de la “defensa europea”, se alimenta un complejo industrial-militar que necesita enemigos permanentes para justificar su existencia. Palestina, Ucrania o el Sahel son escenarios distintos de una misma lógica imperial.

Europa necesita emanciparse. Recuperar su soberanía política frente a Estados Unidos y frente a Israel. Volver a hablar con voz propia desde los valores que sí son suyos: la razón, la justicia social, el humanismo laico y la solidaridad internacional. Pero para eso hace falta romper el consenso servil que ha impuesto Bruselas. Hace falta una nueva izquierda europea que mire más a los pueblos y menos a los mercados, que apueste por la neutralidad activa, por la paz, por la cooperación y no por la guerra. Una izquierda que diga con valentía que Europa no puede seguir siendo la sucursal atlántica de los intereses estadounidenses ni el cómplice silencioso de un genocidio.

El futuro del continente no se decidirá en los despachos de la Comisión, sino en las calles, en los sindicatos, en los movimientos por la justicia global y en las voces que se niegan a callar ante la barbarie. Europa debe volver a ser rebelde, libre, soberana. Y para ello debe desobedecer el mandato de Von der Leyen y de todos los que la acompañan en su servidumbre.

Porque si Europa ha de tener un destino digno, no será el de la sumisión, sino el de la resistencia. No el de la obediencia ciega al imperio, sino el de la afirmación consciente de los pueblos. Frente a la Europa del dinero y las armas, debe alzarse la Europa de la dignidad y de la vida. Y que se escuche claro, desde Lisboa hasta Atenas, desde Berlín hasta Madrid: los europeos no solo se merecen algo mejor… se merecen recuperar su soberanía, su voz y su decencia.

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