En el noroeste de Guadalajara, donde la Sierra Norte comienza a elevarse en silencio y el viento recorre valles solitarios, se extiende la microrreserva Cerros volcánicos de La Miñosa. Allí, entre barrancos y lomas de apenas cien hectáreas, emerge uno de los paisajes más singulares de Castilla-La Mancha: afloramientos de andesita, una roca magmática que surgió de antiguas erupciones y movimientos sísmicos que modelaron el territorio hace millones de años. Sobre ese terreno oscuro, áspero y de origen profundo, sobrevive una vida inesperada y frágil.
El verdadero corazón de este enclave no es solo su geología, sino una pequeña flor que ha convertido este lugar en un santuario: el geranio del Paular (Erodium paularense). Esta especie, catalogada como vulnerable, encontró aquí hace décadas un refugio improbable. Lo que en un principio se conocía solo en dolomías de la sierra madrileña apareció, a partir de 1995, en estos cerros volcánicos de La Miñosa, donde las andesitas pérmicas le ofrecieron un nuevo hogar.

Hoy, este municipio serrano acoge alrededor de 70.000 individuos repartidos en más de veinte núcleos, lo que representa cerca del 80 % de toda la población mundial del geranio del Paular. El resto, apenas un 20 %, sobrevive en la provincia de Madrid. A pesar de esta abundancia relativa, la especie muestra fragmentación y problemas de regeneración, un recordatorio constante de su vulnerabilidad.
En primavera, cuando el frío retrocede, la floración del geranio del Paular convierte los cerros en un discreto mosaico de color. Es un espectáculo modesto, casi secreto, que obliga a mirar de cerca, a detenerse en los pequeños detalles que brotan sobre una roca formada en las entrañas de la Tierra. Su presencia, aislada y resistente, añade un matiz casi poético a este paisaje volcánico de Guadalajara: la fragilidad aferrada a la piedra más antigua.

La microrreserva, accesible desde la carretera CM-110 que une Atienza con la provincia de Segovia, puede visitarse en cualquier época del año. Sin embargo, es a finales de primavera cuando este rincón muestra su verdadera esencia, cuando en medio del silencio de La Miñosa florece la diminuta joya que ha convertido a estos cerros en un tesoro botánico y geológico de la región.


