viernes, 10 octubre 2025

Jamal, la guerra que no acaba y el olivo de la paz

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En medio siglo caben muchas historias, casi tantas como formas de contarlas. Cinco décadas dejan margen suficiente para que relatos paralelos lleguen a entrelazarse. Cincuenta años bastan para albergar tres crónicas de tres raíces distintas que comparten nudo pero no desenlace.

El primero de los cuentos es el de Jamal. Nació hace décadas en una Tel Aviv que años antes vino a levantarse en suelo palestino. Los judíos que superpoblaban Jaffa a principios del siglo pasado aliviaron la ciudad por el este y empezaron a darle forma a un núcleo urbano que acabaría siendo la capital del Estado de Israel desde su misma génesis en 1948. Dos años después fagocitó a su antepasada Jaffa al mismo tiempo que se agudizaba la expulsión de los palestinos que vivían de esa zona.

Jamal, la guerra que no acaba y el olivo de la paz

Fue así como los padres de Jamal tuvieron que emigrar a Kuwait a buscarse otra vida en otra tierra, aquella en la que nació nuestro protagonista. Era el pequeño de la familia y pudo prosperar en sus estudios. La fortuna de ser un palestino de mediados del siglo XX al que todavía no le han despojado de todo favoreció que pudiera emigrar a España tras el Bachillerato allá donde ya residían sus hermanos. Y recaló en Toledo, la misma ciudad desde la que resume, cincuenta años después, lo que le ha ocurrido a su pueblo en todos estos años.

«La historia es la historia», dice resignado remontándose a la derrota del Imperio Otomano que derivó en el reparto al que sometieron al territorio palestino franceses y alemanes tras la Primera Guerra Mundial, esa época en la que empezó el manoseo moderno de una tierra que dura hasta nuestros días.

UN OLIVO POR LA PAZ

Para el segundo de los cuentos hay que avanzar hasta 2014. Un 30 de marzo cualquiera como todos y único como cualquiera. Otros tiempos. En lo que acontecía a nuestra tierra, esa que da nombre a este periódico, era el año en el que se daban numerosas protestas contra los gobiernos que operaban tanto a nivel autonómico como nacional. Huelgas de estudiantes contra políticas educativas y ‘Marchas de la Dignidad’ compartieron portadas de periódico con la muerte de Adolfo Suárez o la anulación de la declaración soberanista catalana. ‘Happy’, de Pharrel Willams, era la canción más escuchada en todas las radiofórmulas. Cosas del caprichoso destino, una canción sobre la felicidad ilustraba los últimos coletazos de una crisis económica que aún no ha cicatrizado.

Jamal, la guerra que no acaba y el olivo de la paz

La fecha apuntaba ese día a la celebración del Día de la Tierra Palestina, que ya no existe ni siquiera cuando se celebra. En Toledo, en plena celebración del Año Greco, (lo que nos gusta una efeméride), se quiso sacar pecho de la mal llamada etiqueta de Ciudad de las Tres Culturas como leitmotiv turístico de cartón piedra, una cantinela de manual que apuntalaba un mantra tan resabido como mentiroso, ese de que en la Ciudad Imperial convivieron en paz y armonía musulmantes, cristianos y judíos. Pero qué va.

Ese ‘Ad El Yaum al Ard’ o Día de la Tierra en árabe pretende conmemorar, cuando se puede, la misma fecha de un calendario pretérito en la que seis jóvenes palestinos fueron asesinados en una protesta en la que lo único que pretendían era defender, armados de sus uñas y nada más, el requisamiento de 2.000 hectáreas de su propiedad por derecho y que serían destinadas a la disciplina militar hebrea.

Treinta y ocho años después, en ese 2014 que me sirve de atril para colocar el lienzo de esta entrega, la ciudad de Toledo albergó un acto cuyo espíritu ya se ha diluido catorce años después. Con la prensa como testigo y la presencia de Musa Amer Odeh, entonces embajador de la Autoridad Palestina en España, el Paseo de Recaredo de la capital regional acogió la simbólica plantación de un olivo, el árbol nacional de Palestina, una muestra de apoyo a un pueblo ocupado difícil de ver en el plano institucional en estos días.

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Embajadores de Líbano, Túnez, Egipto, Dubai, Jordania, la Liga Árabe o Irak posaron para la foto, junto a un Emiliano García-Page, a la sazón alcalde y anfitrión de un acto en el que el mensaje fue nítido: «Nos quieren quitar más tierra, pero por cada olivo que nos arranquen, nosotros plantaremos diez», aseguró entonces Musa Amer Odeh junto al árbol que desde entonces permanece junto a la Puerta de Alfonso VI, la de la Reconquista cristiana después del dominio musulmán.

Lo que tienen los actos simbólicos, que de poco sirven si no calan. Y este, en concreto, se celebró cien días antes, ni uno más ni uno menos, de aquél 8 de julio en el que al otro lado del Atlántico asaltó al calendario la llamada ‘Operación Margen Protector’, una ofensiva militar israelí que durante cincuenta jornadas aplastó la Franja de Gaza como pocas veces se había visto, por difícil que parezca, violando todos los límites del derecho internacional. Más de 18.000 viviendas de Gaza se esfumaron, decenas de miles de personas se quedaron sin hogar, pero el olivo del Paseo de Recaredo empezaba a echar raíces.

Lokinn
Jamal, la guerra que no acaba y el olivo de la paz

El cuento que cierra el círculo de esta trilogía se firma dos días antes de esta publicación, coincidiendo con el segundo aniversario de los ataques de Hamas que preludiaron un nuevo geonocidio en la Franja de Gaza y casi en el mismo minuto en el que el raquítico plan de paz confeccionado y casi impuesto por Donald Trump empezaba a tener visos de prosperar.

Jamal atiende a la conversación que ilustra este texto cincuenta años después de llegar a Toledo, y lo hace sentado bajo el olivo que hace catorce años fue plantado para gritar ‘paz’ aunque casi nadie lo escuchara.

«Aspiramos a un estado binacional o trinacional, pero en el que todos los habitantes vivan en paz y en libertad. A eso aspiramos», afirma Jamal, ansiando el mismo territorio de Tres Culturas que en su día fue, o dicen que fue, la ciudad desde la que habla. «Los palestinos laicos aspiramos a una Palestina laica, donde convivan todas las religiones en paz y en democracia. No renunciamos al sueño de unir al mundo árabe, pero no bajo una banderola de una religión, sino bajo el nacionalismo árabe y progresista. Una república árabe unida, laica, democrática y socialista».

Reflexiones a la sombra de un olivo que crece lento al mismo tiempo que un país desaparece bajo las bombas de quienes lo usurparon.

Vinícola de Tomelloso
Jamal, la guerra que no acaba y el olivo de la paz
Humberto del Horno
Humberto del Hornohttps://somosclm.com
Humberto del Horno (Cuenca, 1985), licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, llegó en 2011 a la Delegación de Europa Press en Castilla-La Mancha, que dirige desde 2013. Actualmente compagina este cargo con columnas en La Tribuna de Cuenca y El Digital de Albacete, además de colaborar en tertulias de Radio Castilla-La Mancha y en el programa Estando Contigo de la televisión regional.

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