Hay sonidos que no se olvidan nunca. Uno de ellos es el bramido profundo de un ciervo macho al amanecer, cuando el monte aún guarda la bruma de la madrugada y el silencio parece quebrarse con un rugido ancestral. Eso es la berrea, el concierto salvaje de la naturaleza, y en el Parque Nacional de Cabañeros adquiere una fuerza casi legendaria.
A finales de septiembre, coincidiendo con el final del verano y la caída de las temperaturas, los ciervos inician su ritual de apareamiento. Sus bramidos resuenan desde las rañas —esas llanuras abiertas que dan a Cabañeros su apodo de “Serengueti español”— hasta los valles y sierras que bordean el parque. No es un canto a las hembras, como a menudo se cree, sino una llamada de poder dirigida a los rivales: la manera de marcar territorio y defender el harén. A veces, los ecos se acompañan del chocar de cornamentas, cuando dos machos se miden en un duelo tan espectacular como efímero.
El parque, con sus más de 40.000 hectáreas compartidas entre Ciudad Real y Toledo, es uno de los espacios protegidos más emblemáticos de España. Bajo la ley que lo declaró Parque Nacional en 1995, Cabañeros ha sabido conjugar conservación y uso público, hasta convertirse en referencia de biodiversidad mediterránea. Aquí crecen encinas, alcornoques y quejigos, mezclados con jaras, brezos y madroños que perfuman el aire otoñal. Y aquí vuelan especies únicas como el buitre negro, el águila imperial o el milano real, testigos silenciosos del ritual de los ciervos.
En estos días, las reservas para subirse a los 4×4 que recorren la Raña de Santiago —donde habitan más de 3.500 ejemplares— se agotan con semanas de antelación. National Geographic dedicó recientemente un reportaje al fenómeno, prueba de la proyección internacional que ha alcanzado. Pero lo cierto es que basta con cerrar los ojos, guardar silencio y dejar que el eco de los bramidos envuelva el valle para comprender por qué merece la pena la experiencia.
VISITAS GUIADAS GRATIS
El visitante encuentra en Cabañeros no solo naturaleza en estado puro, sino también un territorio habitado y vivo. Alcoba, Navas de Estena, Horcajo de los Montes o Retuerta del Bullaque son pueblos que han hecho de la berrea un reclamo turístico, ofreciendo alojamientos rurales con encanto y actividades para completar la escapada. Desde la Finca Navalta, a orillas del pantano de la Torre de Abraham, hasta la Casa Sebastiana en pleno corazón del parque, las opciones van de lo acogedor a lo majestuoso, con chimeneas, terrazas y hasta jacuzzis que permiten descansar tras una jornada de emociones.
Más allá de Cabañeros, Castilla-La Mancha entera se suma al ritual. En Sierra Madrona, en los Montes de Toledo o en los barrancos del Alto Tajo, los bramidos resuenan entre encinas y pinares, ofreciendo versiones más íntimas o agrestes de la misma sinfonía. El Gobierno regional incluso organiza visitas guiadas gratuitas, como las que cada septiembre parten del monte de utilidad pública “Nuestra Señora del Rosario” en Piedrabuena, recordando que escuchar la berrea también es una lección de respeto: no invadir, no molestar, observar en silencio.
Porque la berrea es, sobre todo, un espectáculo de resistencia. Durante tres o cuatro semanas, los machos adultos —a partir de los cinco o seis años— apenas comen. Gastan su energía en bramar y en defender con fiereza a las hembras frente a cualquier rival. En el sur, donde el alimento escasea al final del verano, la pugna por los mejores territorios es aún más dura. Esa tensión vital convierte cada bramido en un latido del monte, un recordatorio de que estamos ante el inicio de un ciclo biológico que se repite desde tiempos inmemoriales.
Al caer la noche, cuando el cielo se abre sobre Cabañeros con una de las bóvedas más limpias de la Península, los bramidos se mezclan con el brillo de miles de estrellas. Entre chozos de pastores y arquitectura tradicional, la vida rural late en paralelo al rugido de los ciervos, recordando que este parque es también un territorio cultural y humano.
Así, quien se adentra en Cabañeros durante la berrea no solo se lleva fotos, sino una experiencia completa: los colores cálidos del otoño, el aire impregnado de resina y jara, el eco de los bramidos en la raña, la sombra de un buitre planeando en silencio y la serenidad de un cielo estrellado. Vale la pena escucharlo una vez en la vida, porque hay espectáculos que, aunque duren solo unas semanas, permanecen para siempre en la memoria.