viernes, 26 septiembre 2025

Lenguas en movimiento

El 26 de septiembre Europa celebra el Día Europeo de las Lenguas

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El 26 de septiembre Europa celebra su diversidad lingüística. No se trata solo de reivindicar las lenguas oficiales —el castellano, el francés, el alemán, el polaco, el gallego o el catalán, entre tantas otras—, también de escuchar el murmullo de los dialectos y de las variedades lingüísticas de una misma lengua, esas formas de hablar que conviven con las lenguas  fijadas y que forman parte de un mismo ecosistema.

La escuela suele imponer la variedad estándar. Como en las memorias de Proust, donde el rojo de la corrección marcaba lo correcto y lo incorrecto, los niños aprenden pronto que lo aceptable es aquello que se ajusta a un modelo. El estándar suele ser la lengua de los exámenes, de los informes o de la administración, pero los dialectos y las variedades lingüísticas de una misma lengua son las que colorean la vida cotidiana, las que se escuchan en la mesa familiar, en la calle o en la música popular; por lo que ignorarlas es perder una parte esencial de cómo las personas se relacionan, cuentan historias y transmiten afecto.

Pessoa escribió que “mi lengua es mi patria”. Pero esa patria no siempre es la lengua oficial, sino que muchas veces se construye en los registros familiares y locales; es la lengua de la intimidad, la del bar, la del patio de juegos, la de la canción popular. Es la voz que no suele figurar en los documentos administrativos, pero que sostiene nuestra memoria afectiva.

La literatura ha sabido dar rango estético a estas hablas. Joyce incorporó el habla popular de Dublín en el Ulises, Juan Rulfo dejó resonar el español rural de Jalisco en Pedro Páramo y, en Cataluña, Salvador Espriu mostró cómo una lengua perseguida podía ser también lengua de alta cultura; y todas ellas se convierten así en un modo legítimo de narrar el mundo.

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En Europa, esta mirada resulta fundamental y la convivencia de lenguas nos obliga a entender la nueva alfabetización como un fenómeno en movimiento que no solo abarca a las lenguas estándar, sino que implica saber moverse entre diferentes registros, lenguajes digitales o contextos híbridos donde la mezcla de lenguas (portuñol, franglais, denglisch, spanglish, o el llanito, ese particular habla de los habitantes de Gibraltar) no son errores o deformaciones; más bien respuestas creativas a la convivencia de lenguas que ilustran, enriquecen los repertorios lingüísticos de los hablantes y apelan a la intercomprensión, al entendimiento.

Estas lenguas, híbridas y macarrónicas, son, a menudo, variedades estigmatizadas, pero que muestran mecanismos de adaptación y dan pistas sobre cómo se adquieren y reestructuran las lenguas en contacto, ya sea real o virtual mediadas por la tecnología. Desde un punto de vista histórico, muchas lenguas hoy plenamente reconocidas nacieron en procesos similares de hibridación y de variación diafásica e incluso diastrática. Por otra parte, este tipo de lenguas, además de mostrar marcadores de identidad, revelan un modo de desafiar las normas y de subvertir el prestigio de las lenguas hegemónicas; en ocasiones, a través de la propia literatura; en otras, en clave de humor.

No obstante, reconocer la riqueza expresiva de las comunidades que las crean y usan no debería hacernos olvidar que las lenguas formales y literarias representan también un patrimonio cultural profundo, fruto de siglos de elaboración y memoria. Amar unas no implica despreciar las otras, más bien se trata de comprender que la fuerza de una lengua reside tanto en su capacidad de mezclarse y reinventarse como en la tradición que la sostiene y le da continuidad.

Es por eso que la celebración del 26 de septiembre nos recuerda que la diversidad lingüística es una riqueza cultural y no un problema; que el patrimonio lingüístico del continente abarca desde las lenguas con siglos de tradición literaria hasta variedades y registros que sobreviven en la oralidad o en los usos mediados por la tecnología. Al mezclarse, la diversidad se multiplica y nos reafirma en la idea de que cada palabra, cada expresión, cuenta si sirve para reconocernos en la convivencia y en la paz.

Luis Miguel Miñarro
Luis Miguel Miñarro
Doctor en Estudios Filológicos. Antropólogo social. Maestro.

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