La izquierda ha olvidado un elemento esencial: la ética. No como un adorno intelectual, sino como el fundamento de toda acción política consciente. En demasiadas ocasiones, en la lucha contra el capitalismo, se ha privilegiado la teoría fría sobre la reflexión moral, hasta el punto de negar la dimensión ética como si fuera irrelevante.
Alberto Garzón recuerda en Por qué soy comunista que «Marx y Engels nunca basaron su defensa del comunismo en valores éticos y morales; de hecho, criticaron con dureza a quienes así lo hacían». Para ellos, lo fundamental era comprender la realidad social con rigor científico, descubrir las leyes objetivas que rigen la sociedad capitalista y proyectar, sobre ese conocimiento, la posibilidad de superarla. Engels comparó la labor de Marx con la de Darwin: así como este reveló las leyes que gobiernan la evolución de la naturaleza, Marx habría descubierto las leyes históricas que rigen el desarrollo humano. El comunismo, entonces, no se justificaba por ser moralmente superior; se justificaba porque la ciencia social, la observación de la historia y la lógica materialista conducían inevitablemente a él.
Sin embargo, la historia del último siglo y medio ha mostrado límites claros a esta visión: la evolución del capitalismo no ha conducido automáticamente a la revolución socialista ni a la igualdad absoluta. Esta convicción de certeza científica aplicada a la política ha alimentado dogmatismos, sectarismos y divisiones dentro de la izquierda. La política no es un laboratorio; es un terreno de decisiones éticas, de conflictos y de praxis consciente. Creer que existe una única solución “correcta” es olvidar que el motor de la historia son los seres humanos, con su voluntad, sus luchas y su ética.
El capitalismo neoliberal tampoco descansa sobre la ciencia. Es una construcción histórica y social, no un destino inevitable. Podemos organizar la sociedad para maximizar la competencia individual y la acumulación privada, o podemos orientarla hacia la cooperación, la justicia y la garantía de necesidades básicas para todos. La ciencia solo nos enseña límites: los recursos son finitos y la abundancia de unos implica la escasez de otros. La política, por tanto, es inseparable de la ética: decidir entre un mundo de desigualdad extrema y un mundo de justicia social es un acto moral, una elección consciente que define nuestra humanidad.
Desde una perspectiva marxista, la ética no contradice la ciencia social; la complementa. La teoría marxista no prescribe un futuro moral, sino que describe las condiciones materiales y sociales que hacen posible la emancipación humana. La ética nos indica la dirección; la conciencia nos impulsa a la acción; y la ciencia nos arma con la comprensión necesaria para actuar con efectividad. Un socialismo que renuncie a la ética es un socialismo incompleto; un socialismo que ignore la ciencia es un sueño irrealizable. Solo combinando ambos podemos aspirar a transformar la sociedad de manera consciente, racional y, sobre todo, más justa.