martes, 2 septiembre 2025

En el comienzo de un curso cualquiera

Comparte

Hay preguntas que parecen simples, sin embargo exigen miradas hondas: ¿cuánto cuesta un maestro? ¿Qué precio tiene sostener una profesión que no produce bienes tangibles, sino futuros posibles? La UNESCO, en su informe Costing and Financing the Teaching Profession: A Strategic Investment in Education (2025), se atreve a poner cifras a una tarea que parece no tener medida. Habla de salarios, de formación, de contratación, de presupuestos que a menudo no alcanzan. Pero bajo esas cifras palpita una convicción: sin maestros, la escuela se vacía y la promesa de la educación se disuelve.

El gesto de calcular no es banal. Durante años, la docencia ha sido tratada como un gasto que se ajusta en tiempos de crisis y se olvida en tiempos de bonanza. Sin embargo, cada recorte no es solo una cifra menor en una hoja de contabilidad, es una clase más abarrotada, un docente más cansado, una vocación menos atractiva para los jóvenes. El informe de la UNESCO nos recuerda que lo que parece gasto corriente es, en realidad, inversión en cohesión social y desarrollo humano.

McKinsey, en su ya clásico estudio de 2007 sobre los sistemas educativos, lo dijo sin rodeos: the quality of an education system cannot exceed the quality of its teachers [i]. Esa sentencia, repetida hasta la saciedad, conserva intacta su verdad, ya que no hay algoritmo, reforma curricular o dispositivo digital que pueda sustituirla. Allí donde los países lograron mejorar, lo hicieron porque pusieron el acento en atraer, formar y retener a los mejores maestros y maestras. No fue cuestión de magia ni de reformas grandilocuentes, sino de la decisión política de cuidar el corazón del sistema.

Ambos diagnósticos convergen. Por un lado, la UNESCO urge a calcular con honestidad lo que significa sostener la profesión. Por otro, McKinsey demuestra que no hay atajos, que sin profesorado preparado y respetado, toda reforma está condenada a la superficialidad. Lo que se dirime, en última instancia, no es solo una cuestión de presupuesto, sino una visión de sociedad.

Lokinn

La paradoja, sin embargo, tiene sabor amargo. Nunca se ha proclamado tanto que los docentes son el corazón del sistema, y nunca se les ha exigido tanto con tan poco respaldo. Allí donde los salarios se estancan, las aulas se multiplican en dificultad y la formación continua es un privilegio esquivo, la vocación se erosiona; todo ello en un tiempo en el que la tecnología promete respuestas rápidas y la política busca resultados inmediatos. Será entonces cuando corramos el riesgo de olvidar lo esencial, que educar requiere tiempo, paciencia y personas capaces de guiar, de inspirar.

Pensar en el futuro de la profesión docente es, en el fondo, pensar en nuestro futuro como pueblo. ¿Queremos sociedades capaces de convivir en la diversidad, de innovar sin romper los vínculos con la naturaleza, de dialogar en lugar de destruirnos, de ofrecer solidaridad frente al odio? Entonces necesitamos maestro y maestras. Es una decisión política, pero también íntimamente familiar y social. Los gobiernos deben garantizar condiciones dignas y recursos, pero las familias tienen que participar, valorar y defender a quienes enseñan a sus hijos e hijas. El mañana no se improvisa, se cultiva en las aulas, día tras día, con la labor paciente de quienes enseñan. De la dignidad que les demos hoy dependerá, sin exageración alguna, la dignidad misma de nuestro porvenir.

 [i]  La calidad de un sistema educativo no puede superar la calidad de sus docentes.

Luis Miguel Miñarro
Luis Miguel Miñarro
Doctor en Estudios Filológicos. Antropólogo social. Maestro.

Más noticias

+ noticias