martes, 26 agosto 2025

Marco Rubio, el ‘Consigliere’ de la diplomacia mafiosa de Trump

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Como un capo que recorre su territorio cobrando “protección”, Marco Rubio ha resucitado la Doctrina Monroe en versión anabolizada. Apenas tomó posesión, amplió el cerco económico contra Venezuela, declaró al Tren de Aragua “organización criminal transnacional”, congeló activos de PDVSA y, acto seguido, hinchó la lista negra contra Cuba hasta incluir hoteles que operan en MLC. No es una política exterior: es la vieja extorsión mafiosa con pasaporte diplomático. La línea es clara: se visita primero al vecino más cercano, se marca la tarifa y se recuerda quién manda.

Imaginemos a un Don Vito Corleone con corbata roja, cuenta de X en vez de gato persa y el maletín nuclear en el bolsillo: así actúa Donald Trump en su segundo mandato. Sus “ofertas que no se pueden rechazar” se traducen en aranceles del 50 %, promesas de “protección” para los fieles y sanciones, drones o bloqueos para quienes se desvíen del guion imperial. En ese teatro global de intimidación, la elección de Rubio —formado en el hampa política de Miami— como secretario de Estado no es sorpresa, sino la jugada perfecta de un padrino que necesitaba un consigliere bilingüe, capaz de sonreír a cámara mientras pasa la factura del recaudador imperial.

En la Cosa Nostra, el consigliere no empuña el arma: diseña la estrategia, sopesa riesgos, compra lealtades y transmite órdenes con la autoridad del jefe. Es el mediador entre la mafia y el exterior, alternando la diplomacia con la amenaza. Trasladado a Washington, ese papel lo cumple el secretario de Estado: desde Jefferson, que inauguró el cargo expandiendo el territorio por la fuerza, hasta Kissinger, cerebro de golpes de Estado y bombardeos; Clinton, que combinó “soft power” con asesinatos selectivos; o Pompeo, que recuperó la retórica del enemigo eterno. Rubio, en cambio, le da un barniz de influencer: sanciona por la mañana, graba un reel antimigrante al mediodía y, por la tarde, vende “misiles defensivos” a Taiwán. Lo que antes se presentaba como diplomacia ilustrada es hoy una maquinaria de guerra híbrida y propaganda electoral.

Rubio no brota del aire. La mafia anticastrista de Miami —esa que va de mercenarios armados en los 60 a los PAC millonarios de hoy— ha sido su vivero político. Magnates como Norman Braman, que financia campañas a cambio de privilegios fiscales, o Paul Singer, especulador de deuda y financista del lobby halcón, regaron el terreno donde creció el actual canciller de Trump. Hijo de exiliados cubanos, formado en la liturgia reaccionaria de la Guerra Fría, saltó de concejal a presidente de la Cámara estatal impulsado por redes que combinan dinero sucio, medios incendiarios y total impunidad. Las mismas fundaciones que apadrinaron a terroristas como Posada Carriles son las que hoy redactan sanciones contra Cuba y Venezuela. Y así, tras quince años de lealtad al capital y al imperialismo, el joven que un día se enfrentó a Trump es ahora su ministro de guerra económica: la prueba de que en Washington el bipartidismo y el belicismo son la misma familia.

El salto de escala llega rápido. Con un solo decreto, la Casa Blanca impuso aranceles del 50 % a todas las importaciones brasileñas como castigo por investigar al bolsonarismo y advertencia a Lula por acercarse a Pekín y Moscú. La misma tarifa cayó sobre India por comprar petróleo ruso. Mensaje claro: quien se salga de la “familia dólar” paga peaje. Bajo la retórica, se esconde un doble cerco —comercial y financiero— contra cualquier intento de soberanía en el Sur Global, además de una lección preventiva para los BRICS+.

Cuando la extorsión económica no alcanza, llega la violencia directa. El actual mandato de Trump ya estrenó guerra con un ataque contra instalaciones nucleares iraníes, ejecutado por Israel para tapar el genocidio en Gaza, mientras Washington jugaba al doble discurso. Y la guerra de Ucrania, que Trump prometió “resolver en 48 horas”, se pudre: ahora prepara una cumbre con Zelenski y Putin, aunque Moscú no tiene motivos para confiar en quien reparte sanciones con una mano y abrazos fotográficos con la otra. La Casa Blanca busca endosar la factura a la UE, arrancándole primero un acuerdo arancelario del 15 % y luego el compromiso de destinar un histórico 5 % del PIB a la maquinaria atlántica. Praxis mafiosa pura: cobrar por la “protección” frente a peligros creados por el propio protector.

Desde John Quincy Adams, cerebro real de la Doctrina Monroe, la oficina del secretario de Estado ha sido la brújula de cada fase del expansionismo yanqui. Rubio encarna su degeneración final: un sistema de extorsión planetaria donde sanciones son cuotas de protección, aranceles son ajustes de cuentas y bombardeos son escarmientos televisados en streaming.

Pero la última palabra ya no la dicta Washington. Como advirtió Michael Corleone en El Padrino II, los rebeldes que no cobran sueldo pueden vencer. Hoy el Sur Global avanza por fuera de la chequera imperial: BRICS+, pagos en monedas locales, corredores comerciales que esquivan el dólar y diplomacia multilateral sin mordidas. El imperio recurre a Rubio para imponer su tarifa, pero encuentra cada vez más mesas vacías. Y conviene recordar: la madrugada del 1 de enero de 1959, los capos que se creían dueños de Cuba —igual que hoy se creen dueños del mundo— huyeron precipitadamente ante el triunfo de la Revolución, porque “Entonces llegó Fidel”.

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