El verano se apaga poco a poco en la Serranía de Cuenca, pero aún quedan días para dejarse abrazar por las aguas del río Escabas. A su paso por Cañamares, el cauce ha regalado a vecinos y visitantes un paraíso inesperado: una playa de interior que, aunque nacida de la mano del hombre, se funde con la naturaleza como si siempre hubiera estado allí.
La Playa de Cañamares es un refugio en el corazón de la montaña, donde el verde de los árboles y el murmullo del agua cristalina se combinan para crear un escenario único. El río, en calma, forma una piscina natural de profundidades variables, perfecta tanto para los juegos infantiles como para el descanso sereno de los mayores. El césped, la sombra generosa y las escaleras metálicas que descienden al agua invitan a prolongar la jornada sin prisas, como si el tiempo aquí transcurriera de otro modo.

Este rincón no es solo un lugar para el baño, sino un espacio de encuentro con la tierra y con la propia vida tranquila del verano. Junto a la playa se alza la zona de recreo de «El Barco», un área con forma de navío de piedra, donde barbacoas, mesas y bancos esperan a quienes quieran compartir comida y conversación al aire libre.
Más allá, quienes buscan silencio encuentran su recompensa en las pequeñas pozas escondidas a lo largo del río, donde el agua corre libre y transparente. Incluso los perros disfrutan de este entorno, completando la imagen de un paisaje pensado para todos.

Llegar a Cañamares es sencillo, ya sea desde Madrid o desde Cuenca capital, y el viaje merece la pena: al final del camino aguarda un lugar que parece detenido en el tiempo, donde la arena fina evoca playas lejanas y el canto del Escabas recuerda que el verano todavía guarda sus últimos instantes de frescura.
La Playa de Cañamares no es solo un espacio para bañarse, es una experiencia para sentir. Un rincón donde el final del verano se vive entre chapuzones, risas y el rumor constante del río que nunca deja de fluir.
