El brazo articulado retiró la leche azucarada de la fuente de calor, justo antes de romper a hervir. Inmediatamente, tapó el recipiente para que infusionara con la canela y el limón, al tiempo que tres de sus metálicos dedos rompÃan la cáscara del primer huevo para verter el contenido en un recipiente anexo. Al cabo de unos minutos, varios de ellos estaban batidos y el aceite ya habÃa alcanzado la temperatura óptima.
Aquel ingenio metálico destapó la infusión e introdujo, una a una, las rebanadas de pan. Con los giros programados, las iba empapando en la cantidad justa e, inmediatamente, bañándolas en el huevo batido, antes de depositarlas en el aceite caliente. En unos segundos, eran retiradas del mismo, levemente presionadas y extendidas para su reposo en una bandeja, forrada con papel absorbente, no sin antes haber rociado sobre ellas polvo de canela.
El dispositivo de cocina respondÃa, asÃ, a su programa «Easter» (Semana Santa), activado en remoto desde el «Google home», ubicado en el salón.
—OK Google, haz unas torrijas, que los niños quieren merendar.
—¡Como las de la abuela, papi! ¡Que nos gustaban mucho! —vocean, mientras saltan de pie en el sofá.
Recordé que la última vez que habÃa dado aquella orden («OK Google, como las de la abuela») fue con ocasión de unas natillas y tuve que comprar otro brazo articulado, pues ciertos movimientos de madre eran imposibles de reproducir, incluso para un artefacto diseñado en una moderna oficina de Mountain View. Resultó imposible repararlo.
Asà que, ahora que en California ya conocen la receta de las torrijas, el fin del mundo debe estar más cerca. O no. Afortunadamente, no existÃan los «Google home» en tiempos de madre y dudo mucho que hubiera accedido a dejar que un trozo de hierro probara con una de sus recetas. Asà que olvidaos. El paquete de actualización «like grandma’s» no lo vais a poder desarrollar.