Hace horas nos desayunábamos con la publicación en un medio generalista de información sobre los sueldos de asesoras y consejeros del Ministerio de Igualdad. Cargos de confianza de la ministra podemita Irene Montero.
Si la libre designación de nombres en los Gabinetes siempre genera controversia, cuando no resquemor –entre propios y ajenos, aunque siempre por motivos bien distintos-, ya en tiempos complejos (como el que vivimos) en el que la sensibilidad de la ciudadanía se encuentra a flor de piel y se necesita encontrar respuestas a tanta opacidad y desenfreno, ya ni les cuento.
Y es que se entremezclan conceptos importantes como el mérito, la capacidad, la transparencia, y el servilismo a un Partido –que no digo a un País-.
Quizá estas designaciones obedecen al intento exponencial de cubrir las cualidades -que ya
enumeraba Sun Tzu en su tratado militar seis Siglos antes de Jesucristo, es decir, que de novedoso albergan poco- con las que debía contar quien se pusiera al mando de un ejército: la sabiduría, la benevolencia, el coraje, la sinceridad y la disciplina.
Y al respecto me surgen dudas razonables y razonadamente razonadas. Porque siguiendo estos preceptos de alguien sospechoso de conocer mucho del tema ¿No debería tener ya quien ostenta el mando del ejército todas las cualidades en su poder? Respondida esta cuestión en términos positivos pero ateniéndonos a lo que presencian nuestros propios ojos y que es justo lo contrario de lo que dicta la “lógica”, cabe también preguntarse ¿Con quién se decide contar en esos Gabinetes para suplir dichas carencias?
Y es que el engranaje interno de los Partidos parece poseer, para su funcionamiento, de una maquinaria bien distinta a la que tiene, por poner un ejemplo, el mundo de la empresa privada.
Porque cuando aspiras a obtener un trabajo, además de intentar plasmar en el menor espacio posible tu mejor carta de presentación e incluir todos los títulos y experiencia profesional que acreditan que ¡¡SIIII!! … tú efectivamente eres la persona idónea para el cargo, … tienes -en el remoto caso de haber sido La Persona Elegida- que explicar, después, toda tu valía ante las escudriñadoras miradas y las inquisidoras preguntas de los entrevistadores de alguna consultora de headhunters. Porque al final ¡Sólo puede quedar uno! Como se repetía continuamente en una famosa película de la década de los ochenta.
Si éste es el clima extendido en las organizaciones privadas, con todo el respeto que me
merecen, ¿no deberían multiplicarse hasta la extenuación los mecanismos y exigencias para formar parte del entramado de quienes ostentan cargos de responsabilidad en la esfera pública?
Evidentemente, vende más ejemplares cuestionar si los sueldos de los políticos y de la cohorte que les acompaña es ética –cuestionamiento que cobra más trascendencia y también más foco mediático en período de vacas flacas- pero, y ésta es mi opinión, lo importante no es lo económico sino lo competencial. Es decir, lo que realmente debiera ocupar nuestros debates y diatribas es el mérito y la capacidad demostrada y demostrable para ocupar los sillones sobre los que se sientan.
Si el objetivo es llevar a la victoria a nuestro ejército, habrá que coger a los mejores. Ya no debiéramos entrar ni a debatir si de lo que estamos hablando es de comandar todo un País.
Y para que conste, no estoy hablando de ningún partido en particular, a pesar de haber comenzado nombrando a integrantes del Gobierno de coalición, y sí de todos en general. Porque, entre otras cosas, yo misma soy juez y parte en todo ello