De hecho, «solo afectan transitoriamente a pequeños grupos de población«, señala. Aún así, el cambio horario de verano comporta más desajustes que el de invierno ya que «el cuerpo humano tiene menos dificultades para adaptarse a un día de 25 horas que a uno de 23», afirma el experto.
En este sentido, el doctor Francisco Valenzuela, neurólogo especialista en Trastornos del Sueño del Instituto de Neurociencias Avanzadas de Madrid (INEAMAD) del Hospital Nuestra Señora del Rosario, añade que son los niños, los mayores de 50 años y las personas afectadas por alguna demencia los menos tolerantes al cambio.
¿CUÁLES SON LOS SÍNTOMAS?
No se trata de un problema que vaya a causar grandes problemas al organismo, en todos los casos serán sintomáticos y, según los experto, en el peor de los casos puede llegar a durar hasta dos semanas.
Entre los trastornos que ocasiona dormir una hora menos y adaptarnos al nuevo horario, los expertos recuerdan que es posible que se padezca fatiga; malestar general y gastrointestinal o micción frecuente; irritabilidad; dificultad de la concentración y disminución de la atención; ansiedad que puede desencadenar en una alteración en la funcionalidad diurna; dificultad para conciliar el sueño y excesiva somnolencia diurna.
¿CÓMO SE PUEDEN MINIMIZAR LOS EFECTOS?
Para minimizar sus efectos, el doctor Estivill aconseja un cambio escalonado de rutinas los días antes, «realizar un ajuste paulatino, de aproximadamente 15 minutos al día durante los 4 días previos al cambio horario, para que éste sea imperceptible».
Cuando no es posible cambiar las rutinas con antelación, el doctor Valenzuela aconseja «mantener una buena higiene del sueño, evitando las siestas aunque sean de corta duración y minimizando o evitando la ingesta de cafeína o alcohol y la práctica de ejercicio durante las horas previas al inicio del sueño», y, si es posible, «practicar técnicas de relajación antes de meternos en la cama».