Hay millones de canciones dedicadas al último sábado del verano, o al penúltimo de septiembre si lo prefieren. Cosas de la sinestesia, hay quien ve los números de colores y hay quien ve colores cuando escucha una canción, no a todos les pasa. Pero sí que existe una confusión de sentidos universal, esa en la que el final de una etapa deja regusto en la boca. Sabor a página que pasa, sabor a telón que cae.
Y con la última hoja del calendario estival a punto de caer, cayó con más fuerza un rayo a escasos metros del Pico del Lobo, la cima que reina en Castilla-La Mancha. Fue ese el instante de la mañana del 20 de septiembre cuando echó a arder, y lo hizo durante 23 días para que el Pico reinara también entre las llamas en el peor de los incendios que nos ha tocado apagar este verano. Centenares de pares de manos sumando fuerzas sirvieron para ganar una guerra que se dio por terminada la semana pasada. Una vez más, la colectividad protegió al Pico del Lobo.
Y es que el cuento de la cima, el de este siglo al menos, tiene más hitos en la historia que constatan su vínculo con el de toda la sociedad de la Sierra de Ayllón. Acérquense, niños, que nos vamos a 2002.
EL RADAR QUE NUNCA FUE
Era 2002, Año del Caballo en el horóscopo chino. El socialista David Sánchez era alcalde de El Cardoso de la Sierra, municipio más próximo al Pico del Lobo. Jesús Alique, también del PSOE, ocupaba el sillón de Presidencia en la Diputación provincial; y José María Aznar era presidente del Gobierno de la época.
Pero si algún político tuvo trascendencia en la génesis de la historia que venimos a contar, es el ministro de Defensa de entonces, Federico Trillo. En la hoja de servicios prestados a lo largo de su mandato figura el decreto por el que quedó declarada como zona de interés para la defensa nacional un terreno de 40.000 metros cuadrados, con el Pico del Lobo como epicentro. Un movimiento realizado en pleno Año de las Montañas para la ONU. «Manda huevos».
Amparándose en la Ley de Criterios Básicos de la Defensa Nacional, que peinaba ya 22 años de antigüedad, se aferró a la competencia constitucional del Gobierno que le permite dirigir la política militar para adoptar esta medida, alegando mejora de la eficacia en la prestación de este servicio.
Para el Ministerio que operaba bajo el mandato de Trillo, la necesidad de cubrir desde una altura adecuada las submesetas norte y sur con el fin de solapar coberturas con otros radares venía a motivar la localizacion de un nuevo asentamiento de radar militar en el Pico del Lobo.
Desde la firma del decreto hasta el momento en el que se desestimó, se fraguó en la comarca para hacerse extensivo a toda la provincia un movimiento social con el único objetivo de frenar las intenciones del Ministerio de Defensa.
Una zona que contaba con protección como Lugar de Interés Comunitario y como Zona de Especial Protección para las Aves, etiquetas merecidas por su alto valor ambiental, suponinedo un enclave geológico y geomorfológico de suficiente entidad como para tumbar cualquier iniciativa militar que tuviera la tentación de usurpar el territorio.
Un buen puñado de asociaciones pasaron entonces a la acción. WWF/Adena, Ecologistas en Acción, Dalma, SEO, la Asociación Cultural Sierra de Ayllón, Tierra Comunera, PSOE o IU llevaron la protesta ante las puertas del Ministerio de Defensa en el Paseo de la Castellana; un grupo de profesores de la Universidad de Alcalá recogió firmas a la contra; y el Club Alcarreño de Montaña convocó a asociaciones, instituciones, colectivos y particulares en general a una concentración montañera en la misma cima del Pico.
El topillo nival, el pechiazul o la mariposa apolo actuaron como aliados de la lucha social, siendo una perfecta muestra de la fauna que habría de protegerse evitando el uso militar del Pico, una función que hubiera conllevado repercusiones paisajísticas irreversibles.
El movimiento colectivo rechazó entonces lo que se consideraba una atrocidad, proponiendo como alternativa la Bola del Mundo, en la Comunidad de Madrid, para la instalación del radar.
El resto, está en la hemeroteca. El Gobierno de Castilla-La Mancha inició trámites para para dotar de una mayor protección a la zona, el proyecto decayó y la comarca cantó victoria.
OLOR A HUMO

Amaneció el 20 de septiembre con tormenta eléctrica en la Sierra de Ayllón, tanto que un rayo tempranero prendió una mecha que tardaría 23 días en apagarse.
Esta tierra presume de gestión forestal y de lucha contra el fuego, y lo hace, precisamente, por lo que ocurrió a 145 kilómetros del Pico del Lobo mientras la cima más alta de la región se blindaba sobre los papeles para no tener que luchar nunca más contra la instalación ni de radares, ni de militares.
Y es que al mismo tiempo en el que la burocracia cogía forma para cristalizar en el decreto que echara el cerrojo en la Sierra de Ayllón, una barbacoa mal apagada acabó llevándose la vida de once bomberos forestales del retén de Cogolludo en el incendio de Riba de Saelices. Era 2005, y sobre las cenizas de aquél incendio nació la empresa pública de gestión ambiental Geacam, quizá un emblema castellanomanchego del que no nos sentimos todo lo orgullosos que sus trabajadores se merecen.
Veinte años después y tras otro verano rozando la excelencia en la materia, aquel amanecer de finales de septiembre derivó en el peor de los incendios del último lustro. Tres semanas de trabajo contra unas llamas que se llevaron por delante 3.000 hectáreas a caballo entre Segovia y Guadalajara y que regó de ceniza uno de los espacios naturales más icónicos de nuestra tierra.
EL CIELO DE C-LM

Cinco días después de que se diera por extinguido el fuego, acudí a la llamada del Pico del Lobo. Tras aparcar en la estación de esquí de La Pinilla, el inicio del paseo te reta antes de las presentaciones de rigor. Serán cinco kilómetros de subida para salvar 900 metros de desnivel hasta presentar nuestros respetos al techo de nuestra tierra.
El inicio del sendero comparte ahora espacio con el rastro de los cortafuegos y las huellas de la maquinaria pesada anti incendios que acaba de irse con la faena ya hecha. Al segundo kilómetro ya te recibe un paisaje lunar con un olor a humo que atestigua que la guerra acaba de terminar. Cada una de las infinitas hayas alineadas, aún humeantes, han perdido su color, pero siguen siendo, pese a todo, majestuosas a su manera.
Durante tres semanas, lo agreste de un tapete cada vez más empinado hizo que atacar a las llamas fuera imposible desde tierra y con mangueras. Solo los medios aéreos pudieron acotar el fuego, que saltó a la vertiente segoviana provocando el desalojo de Peñalba y La Cabida en los momentos en los que más preocupaba el avance del incendio.
Nadie dijo que el camino al cielo fuera fácil, será por eso que la cuesta arriba no perdona un solo grado de inclinación, y las nubes del horizonte no se acercan ni un milímetro por mucho que se ande. Subir solo es posible a pasito de geisha.
Estrenando el quinto kilómetro, la aparición del mojón de la cima asomando por encima de las ruinas de lo que quiso ser una estación de telesilla para dar servicio a las contiguas pistas de esquí coincide con el paso fronterizo a Castilla-La Mancha, y a su vez, deja ver el Collado de Las Peñuelas, que ofrece un pequeño tramo cuesta abajo que servirá para rebañar algunas fuerzas que serán claves para terminar de coronar.
Llegar arriba merece una pausa. Con Castilla La Vieja a la espalda y Castilla La Nueva a los pies, soy en ese momento el castellanomanchego que más cerca está del cielo de su tierra, y me gusta esa sensación, a 2.274 metros y rodeado de silencio. Toca bajar.
Con pendientes que llegaban a superar el 20%, la Ley de la Gravedad no supuso una aliada para las rodillas de cuarentón. En los tramos en los que el camino casi se tornaba a abismo, fue un buen recurso andar en zig zag. Fue así como mi cabeza viajó desde el norte de la región hasta el último de sus sures, concretamente a Aýna.
En las calles del pueblo albaceteño, junto a Liétor y Molinicos, el gran José Luis Cuerda dejó firmada ‘Amanece que no es poco’. En una de sus escenas, Ngé, el ‘negro del pueblo’, discute con su amante, una pelea que termina con el nigeriano bailando. Es entonces cuando el ‘niño maltratado’ entra en el plano y se une a la danza. En el mutis de los dos, el hombre coge del hombro al niño y se marchan cuesta abajo haciendo eses. Con el niño buscando respuesta a la costumbre de Ngé de ir siempre andando en zig zag, éste responde: «Así da más tiempo a pensar a dónde quieres ir».
Bajando las pistas de La Pinilla sin nieve y sin esquís termina un paseo por el cielo que fue infierno durante 23 días, ese mismo paraíso que desafió a todo un ministro de Defensa hace más de dos décadas logrando una victoria que lo fue gracias al movimiento colectivo. Ya en el coche, y siendo un castellanomachego más a la altura del resto, solo me queda pensar en cómo voy a digerir estas agujetas.