miércoles, 29 octubre 2025

Recordar es gratitud

31 de octubre. Día de recuerdo y homenaje a las víctimas del golpe de estado, la guerra y la dictadura franquista

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Desde 2022, el 31 de octubre ya no es un día cualquiera, o no solo ese día en el que celebramos con júbilo que Halloween ha venido para quedarse incrustado, curiosamente, junto a otras celebraciones esencialmente nuestras. La muerte como espectáculo sustituye a la muerte como memoria. La figura del fantasma o el esqueleto festivo se impone, para los jóvenes y menos jóvenes, sobre la persona querida, recordada. Y esto no ocurre por casualidad, sino porque nuestra sociedad parece preferir la ficción del terror a la verdad del duelo. El miedo, cuando se vuelve juego, deja de doler, pero también deja de enseñar. Es un truco y un trato.

Ahora, la Ley de Memoria Democrática lo señala como la jornada para recordar a las víctimas de la guerra, de la represión y de la dictadura franquista. Pero más allá del calendario, este día invita a algo más sentido, más profundo; a detenernos, a mirar atrás y preguntarnos quiénes somos como país y qué hacemos con nuestra memoria. Porque la historia de España no podrá entenderse sin el silencio y el sufrimiento que siguió a la guerra, sin las cunetas anónimas, sin los cuerpos que esperaron décadas para volver a tener un nombre. Durante mucho tiempo, la tierra guardó lo que el miedo no dejaba decir. Hoy, esa misma tierra habla en los documentales, en los archivos abiertos, en las fosas, en las voces de los nietos que buscan a sus abuelos.

El documental A flor de tierra, emitido por RTVE, muestra ese despertar de la memoria. Nos lleva a 1978, cuando aún no se había asentado la democracia y algunos familiares se atrevieron con sus propias manos a abrir las fosas. Lo hicieron sin ayuda oficial, sin cámaras, sin permisos. Lo hicieron con amor. Buscaban a los suyos en un país que todavía no quería hablar de ellos. Y al hacerlo, levantaron la primera piedra de lo que hoy llamamos reparación. Ver esas imágenes es entender que la historia no está hecha sólo de batallas o discursos; también la construyen los gestos mínimos, familiares: una pala, una fotografía arrugada, un puñado de tierra recogido con cuidado, unos huesos abrazados y depositados con mimo. Cada hueso hallado en una fosa es una palabra rescatada del silencio. Cada cuerpo devuelto a su nombre es una página reescrita en el libro de la dignidad.

La conmemoración no exige banderas ni grandes discursos. Basta con mirar, escuchar, preguntar. Ver A flor de tierra, repasar las fotos antiguas, poner nombre a un desaparecido, recordarlo. Este día de memoria no es un ritual del pasado, sino un compromiso con el presente; porque un país que olvida a sus víctimas no construye paz y la amnesia, ya lo sabemos, es el terreno más fértil para que las sombras regresen; porque recordar, no divide, lo que divide es el olvido.

Por eso, cuando algunas encuestas revelan que parte de la juventud empieza a ver la dictadura con cierta simpatía, no deberíamos escandalizarnos, sino alarmarnos. Esa visión no nace de la maldad, sino de la distancia, de la ignorancia, de la comodidad de quienes no han tenido que preguntarse cuánto ha costado vivir como vivimos; es precisamente por eso que la memoria se vuelve urgente. No se trata de reabrir heridas, sino de impedir que se cierren en falso para siempre. Porque no hay paz verdadera si no se sabe qué ocurrió, si los muertos siguen bajo la tierra sin justicia ni palabras. Recordar no es un ejercicio de nostalgia, sino de responsabilidad. Los jóvenes que hoy disfrutan de libertades cotidianas, elegir, disentir, opinar, votar, vivir sin miedo, deberían saber que hubo un tiempo en que eso era imposible, y que hubo quien pagó caro por soñarlo.

Este 31 de octubre, miremos hacia el pasado no con culpa, ni rencor, sino con respeto; porque la memoria, aunque duela, es la forma más noble de gratitud hacia quienes se quedaron sin voz, sepultados. Es una deuda, una reparación, porque, tal vez, todas ellas y ellos, como dijera Miguel Hernández, también esperan: “aunque bajo la tierra mi amante cuerpo esté, escríbeme a la tierra, que yo te escribiré”.

Luis Miguel Miñarro
Luis Miguel Miñarro
Doctor en Estudios Filológicos. Antropólogo social. Maestro.

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