lunes, 15 septiembre 2025

¿Fuego ultraconservador?

Por Julio Casas

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El pasado miércoles Charlie Kirk —activista ultraconservador, fundador de Turning Point USA y una de las voces más visibles del movimiento MAGA (Make America Great Again)—, caía abatido por de un disparo mientras hablaba en un evento universitario en Utah. Un proyectil recibido en el cuello, desde una distancia de decenas de metros, frente a cientos de espectadores, dramatiza hasta qué punto la violencia política se ha vuelto parte de la normalidad estadounidense. Este hecho, trágico y simbólico, obliga a una mirada crítica sobre las condiciones sociales e ideológicas que lo preceden; sobre quién fue Kirk en su papel de promotor de discursos ultraderechistas y sobre la responsabilidad de MAGA como movimiento político en la cristalización de un clima de confrontación. Kirk, con poco más de 30 años, dirigía una de las organizaciones juveniles más activas del conservadurismo estadounidense.

Turning Point USA, fundada en 2012, se convirtió en su plataforma para expandir un ideario fundado en la exaltación del derecho a portar armas, la defensa de la familia tradicional, la sacralización de los valores judeocristianos, el nacionalismo cultural y la hostilidad abierta hacia inmigrantes, feministas, personas trans, progresistas y cualquier identidad que cuestionara el orden conservador. Fue promotor declarado de la idea de que ciertas muertes provocadas por armas eran un “costo aceptable” en defensa de la Segunda Enmienda, normalizando así el sacrificio de vidas humanas en nombre de un fetiche constitucional. Su estrategia discursiva se apoyaba en polarizar, demonizar al otro y construir un “nosotros” asediado. Esa construcción es típica del ultranacionalismo: identidad cerrada, enemistad absoluta, defensa agresiva.

Desde una perspectiva marxista, la ultraderecha no surge en el vacío ni de una supuesta maldad innata, sino de contradicciones estructurales del capitalismo: desigualdad, precariedad, alienación cultural y descontento social.

Cuando las clases dominantes perciben que su poder se tambalea, ya sea por cambios demográficos o por exigencias de justicia social, recurren al nacionalismo, al resentimiento y al miedo como instrumentos de control ideológico. La derecha radical es, en esencia, una reacción del capital ante la posibilidad de que las masas cuestionen su dominio. MAGA, con Kirk como uno de sus rostros juveniles, ha convertido las universidades, los medios de comunicación, los derechos civiles y la diversidad cultural en chivos expiatorios de todos los males. Ha alimentado un clima en el que, la idea de “ellos nos odian, quieren destruirnos”, justifica la escalada discursiva que erosiona las fronteras entre la palabra y el acto.

El asesinato de Kirk debe verse como expresión extrema de ese clima: no como justificación, porque la violencia política es condenable en sí misma, sino como consecuencia predecible de una retórica voraz. Cuando líderes acusan a la “izquierda perversa”, a “los enemigos internos” y a “la conspiración progresista”, no sólo moldean mentes, sino que preparan el terreno para que alguien actúe con violencia.

La cultura de MAGA ha sido incubadora de fanatismos armados; ahora esa misma lógica, ha terminado por morder a uno de sus voceros.

Las posiciones de Kirk y de MAGA merecen crítica precisa. En primer lugar, sus políticas no buscan igualdad, sino preservar privilegios de raza, clase, género y nación. En la práctica, se construye la figura del inmigrante o del progresista como amenaza, mientras los sectores populares sufren precariedad, pérdida de servicios públicos y deterioro material a manos de un capitalismo depredador, que Kirk nunca cuestionó. En segundo lugar, la exaltación del derecho a portar armas representa la militarización de la política. No se trata únicamente de rifles y pistolas, sino de una mentalidad de guerra cultural que convierte al adversario en enemigo a destruir. Esa militarización simbólica, es la antesala de tragedias concretas como la suya. En tercer lugar, su discurso niega la realidad material del capitalismo. Ignora la concentración obscena de riqueza y la explotación de los trabajadores para centrarse en conspiraciones morales y culturales.

Esta distracción es funcional al capital, que logra desviar la rabia popular hacia blancos fáciles en lugar de dirigirla contra los verdaderos responsables de la miseria. Finalmente, su victimismo instrumental se presenta como resistencia frente a una supuesta opresión progresista, justificando así la agresividad verbal y preparando el terreno para la radicalización.

Kirk se mostraba como víctima de la corrección política, pero en realidad era un propagador de exclusiones y un legitimador del autoritarismo social.

Aunque no se conocen con certeza los motivos últimos del asesino, el acto se inscribe en una escalada en la que la demonización y la normalización de la violencia simbólica; crean un ecosistema fértil para la violencia real. No se trata de una relación mecánica, pero sí de un contexto en el que, la idea de que “el otro merece ser silenciado”, deja de ser tabú. La política como guerra cultural abre siempre la posibilidad de que alguien dé un paso más y dispare.

El Estado, los medios y los líderes tienen responsabilidad. Con su cobertura, con la canonización inmediata de Kirk como mártir, con la utilización de su muerte como herramienta política, refuerzan la lógica de confrontación en vez de desmontarla.

El homenaje póstumo se convierte en otro campo de batalla simbólico. La exaltación de su figura no se dirige a esclarecer las condiciones estructurales que hacen posible este tipo de tragedias, sino a consolidar la narrativa de MAGA según la que “los patriotas son perseguidos” y “la izquierda quiere destruir a América”.

Desde una perspectiva marxista, la tarea no es detenerse en la condena moral abstracta, sino desentrañar las raíces estructurales. La izquierda no puede responder sólo con lamentos; debe organizar una respuesta política que trascienda el episodio.

La alternativa emancipadora, pasa por reconstruir la solidaridad de clase por encima de identidades fragmentarias, porque el capital divide y enfrenta para reinar. También pasa por la educación política que revele la relación entre crisis capitalista y ascenso reaccionario, mostrando que la ultraderecha no ofrece soluciones reales, sino chivos expiatorios. Implica democratizar de verdad los medios de comunicación y las redes sociales, enfrentando la desinformación no sólo con regulación estatal sino con la creación de contra-discursos colectivos que hablen desde la experiencia concreta del pueblo trabajador. Supone además desmilitarizar la vida social: frenar la circulación ilimitada de armas, desmontar la cultura del miedo y el “sálvese quien pueda” que fomenta MAGA, y construir en su lugar una cultura política basada en la cooperación, la justicia y la igualdad.

El asesinato de Charlie Kirk es tragedia política completa: golpea a individuos, símbolos y narrativas. Kirk fue en vida exponente de un proyecto fundado en el miedo y la exclusión; en la muerte, sus seguidores lo elevan a mártir, mostrando que la lucha por el relato es tan importante como la de los hechos. MAGA lo instrumentaliza ahora para victimizarse y reforzar su cruzada, cuando en realidad su figura encarnaba las contradicciones de un sistema en descomposición.

El marxismo nos muestra, que ningún mártir de la reacción debe cegarnos: la violencia individual no resuelve las contradicciones, sólo las dramatiza. La verdadera salida está en atacar las raíces del malestar social, que son materiales, no culturales.

Solo si la izquierda se arma con pensamiento crítico, con organización y con propuestas emancipadoras podrá enfrentar la maquinaria reaccionaria que convierte el malestar en odio y la violencia simbólica en violencia real. El ultranacionalismo se alimenta de la miseria y la frustración, pero prospera gracias al silencio ante la violencia cotidiana de la explotación capitalista. Que la muerte de Kirk sirva no para glorificar el mito de la derecha, sino para abrir conciencia sobre la urgencia de construir un horizonte emancipador.

La verdadera violencia, no fue el disparo aislado que lo mató, sino la que Kirk defendió día tras día: la violencia estructural del capital, la exclusión social, la naturalización del sufrimiento humano.

En resumen, desenmascarar esa violencia y combatirla es la única vía digna para honrar a quienes viven y mueren bajo el peso de un sistema que sólo sabe sostenerse con miedo y sangre.

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