Es que los tiempos avanzan que da risa. O mejor dicho: el capital avanza y con él sus aparatos ideológicos. La mercancía ya no se intercambia en mercados físico sino en pantallas; y la fe —como toda mercancía— necesita adaptarse para seguir circulando. No extraña, pues, que el nuevo papa, León XIV, hombre de mundo y, para colmo, nacido en la principal metrópoli imperialista, se haya lanzado a “evangelizar” en TikTok, YouTube e Instagram. La cruzada digital ha comenzado y, como toda cruzada, tiene menos de espiritual que de política.
León XIV sabe, como cualquier estratega de hegemonía cultural (Gramsci dixit), que el control de las conciencias es clave para mantener el poder de la clase dominante. La Iglesia lleva siglos cumpliendo ese papel: predicar la resignación, justificar la propiedad privada y bendecir a quienes concentran la riqueza. Lo único que cambia es el soporte: del pergamino al púlpito, del púlpito a la radio, de la radio a la televisión y, ahora del sermón al algoritmo.
Nos venden la idea de “misioneros digitales” para “reparar las redes”. Uno, ingenuo, piensa en arreglar redes de pesca como en el Evangelio. Pero aquí las redes no son de cuerda, sino de datos; no se llenan de peces, sino de usuarios; y la “pesca milagrosa” consiste en captar atención, fidelizarla y reconducirla hacia la obediencia espiritual… que, como enseñó Marx, no es otra cosa que una forma de alienación funcional al orden burgués.
Ahí tenemos al cura influencer: sonrisa plastificada, alzacuellos inmaculado, pasos de baile patéticos en TikTok. Dice que busca transmitir “el amor de Cristo”, pero en realidad está haciendo marketing de contenido, compitiendo por cuota de mercado espiritual en el océano del entretenimiento digital. El púlpito ahora viene con filtros, reguetón y patrocinios encubiertos.
Y claro, si antes era misa con guitarra a lo Simon y Garfunkel, ahora es “Catholic flow”. ¿La juventud no quiere vino de consagrar? Pues se cambia por bebida isotónica. ¿La paloma del Espíritu Santo no “engancha”? Sustitúyase por un dron. ¿Confesionario vacío? Instalemos un menú interactivo: “Para pecados veniales, pulse asterisco. Para pecados de la carne, espere a un operador especializado”.
Pero santísimo padre, ¿ha leído usted a Althusser? Porque una vez que un aparato ideológico del Estado (como la Iglesia) se somete a la lógica del mercado digital, pierde parte de su control. La caja de Pandora no solo libera cánticos angelicales, sino también hashtags incómodos: #AbusosEclesiásticos, #OpacidadVaticana, #IglesiaYCorrupción. En vez de difundir el mazapán de las clarisas, podrían viralizarse auditorías incómodas o testimonios de víctimas.
La decadencia de la Iglesia no es cuestión de engagement ni de saber usar las herramientas digitales. Es el resultado de siglos de connivencia con la explotación capitalista, de su papel como legitimadora de la desigualdad y de su complicidad con dictaduras y oligarquías. Como ya advirtió Marx, la religión no es solo “el opio del pueblo”, sino el suspiro de un mundo sin corazón, un suspiro que la Iglesia administra para que las masas no cuestionen el sistema que las oprime.
Así que sí, misioneros digitales. Pero no nos engañemos, lo que está en juego no es la salvación de almas, sino la continuidad de un aparato ideológico de Estado en versión streaming. Lo demás es decorado, filtros… y buen wifi para seguir bendiciendo al capital.