martes, 29 abril, 2025

De la teoría a la incoherencia

Una crítica a la incoherencia de instalar plantas de biometano lejos de sus fuentes de residuos, alejándose de los principios reales de la economía circular

En los últimos años, la producción de biometano ha ganado protagonismo como una alternativa energética renovable dentro del marco de la economía circular. No obstante, no todo lo que “huele” supuestamente a verde es necesariamente sostenible. La instalación de una planta de biometano en un lugar alejado de las fuentes de residuos que la alimentan es un ejemplo claro de cómo una buena idea puede convertirse en un contrasentido ambiental, social y económico.

Uno de los pilares de la economía circular es la minimización de los recursos utilizados y la huella ambiental de los procesos productivos. Sin embargo, cuando los residuos orgánicos deben trasladarse desde puntos lejanos hasta la planta, se activa una logística intensiva de medios de transporte que multiplica las emisiones de CO₂, el consumo de combustibles fósiles y la congestión de las vías. La pregunta, en primer lugar es: ¿De qué sirve producir energía renovable si el proceso que la alimenta emite más carbono del que ahorra? Por otra parte, transportar residuos a grandes distancias no solo es ambientalmente cuestionable, sino también energéticamente ineficiente. En muchos casos, el gasto energético del transporte puede igualar o incluso superar los beneficios del biometano generado; por no hablar del impacto directo y del coste oculto que pagaría la población en forma de ruido, malos olores y tránsito de materiales potencialmente peligrosos. Desde luego, es una paradoja difícil de justificar desde cualquier perspectiva técnica o ética.

Pero el problema no es solo logístico o ambiental. Una planta de biometano desconectada de su entorno rompe con la lógica del desarrollo territorial sostenible, pierde la oportunidad de crear empleo local, de generar valor en origen y de reintegrar subproductos útiles como el digestato en suelos agrícolas cercanos. En lugar de cerrar el ciclo, lo abre innecesariamente, convirtiéndose en un eslabón más de una cadena productiva dependiente de complejas y costosas redes logísticas. La economía circular no solo puede quedarse en un eslogan, es un modelo que exige coherencia en cada etapa del proceso. Apostar por el biometano tiene sentido únicamente si se respetan sus principios fundamentales: proximidad, eficiencia, autosuficiencia y beneficio social. Cuando una planta depende de residuos generados a decenas o cientos de kilómetros, deja de ser un ejemplo de economía circular para convertirse en una operación industrial convencional disfrazada de verde.

En resumen, una planta de biometano que no aprovecha residuos generados en su entorno inmediato no es circular, no es sostenible y, desde luego, no es justa para las comunidades que soportan su impacto sin recibir sus beneficios. La proximidad no es un mero detalle técnico, es una condición indispensable para que la economía circular sea algo más que una etiqueta. Es por eso que resulta imprescindible que las decisiones sobre la localización de infraestructuras como las plantas de biometano se tomen con criterios técnicos y de sostenibilidad real, no únicamente bajo intereses empresariales oportunistas y de corto plazo. Los responsables políticos deben posicionarse claramente y dotarse de instrumentos legales que protejan a la ciudadanía de movimientos especulativos que provocan daños irreversibles. El “greenwashing” ya no engaña a una ciudadanía cada vez más informada y exigente y en Socuéllamos lo vamos a demostrar.

Luis Miguel Miñarro
Luis Miguel Miñarro
Doctor en Estudios Filológicos. Antropólogo social. Maestro.
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