Las cartas de Miguel Hernández no fueron escritas para ser obra de museo, piezas intencionadas de la historia para ser exhibidas sin pudor como prueba de vida de prohombres. Bien al contrario, son retazos de vida, palpitando en cada línea, envolviendo en el terciopelo de su letra suelta las aristas, los añicos de una vida penosa por ser a contracorriente, arrinconada y plagada de ausencias.
En casi todas (de las que hay referencia de unas 500 cartas [i], más de dos tercios dirigidas a Josefina Manresa; escritas en todo tipo de soporte, desde hojas timbradas, hojas arrancadas de cuaderno, tarjetas postales y hasta trozos de papel higiénico) hay reclamo, pero también agradecimiento y, sobre todo, están sembradas, de besos, de abrazos, de afectos que se piden y se dan: “… quiéreme, quiéreme, quiéreme, quiéreme. Te quiero, te recuerdo, te beso, te tomo, te quiero y a mi niño.” [ii]
Las cartas, carta espera a la carta; cartas que van, pero algunas vuelven y otras no. Y Miguel se desespera:
El palomar de las cartas
abre su imposible vuelo
desde las trémulas mesas
donde se apoya el recuerdo,
la gravedad de la ausencia,
el corazón, el silencio.
Miguel las necesita para sobrevivir en ese Madrid inhóspito en el que deambula “con un temor continuo, un sobresalto que aumentan los timbres, los avisos, las alarmas, los hombres y el asfalto; [iv] para reivindicar un espacio entre los astros de ese Madrid republicano, hervidero de intereses, voluntades y presencias. En una carta a José Bergamín, Miguel se declara “mendigo de favores”. Los requiere de Juan Ramón Jiménez, de Lorca, de Neruda, de Aleixandre, de Rodríguez Spiteri, de tantos otros.
En lo más personal, más íntimo, Orihuela es destino principal de sus anhelos. En el remitirse y corresponderse sustituye las de Sijé desaparecido por las de Josefina. Aquí también, Miguel ha tenido que elegir. Josefina no encaja bien en su estilo de vida, en su forma de pensar, pero lo pone todo en el cesto de una relación difícil, las más de las veces en trámites de ausencia. Sin embargo, sus cartas son un asidero en el que necesita vaciarse, “desamordazarse”; aunque reguero de desencantos, de enfados y distancias, también de reencuentros, de besos y abrazos, de quiéreme y te quiero, por los que sobrevive, a los que se aferra.
Muchas de ellas resultan dramáticas de tanta crudeza como reflejan, de tanta angustia por no recibirlas, pero también resuenan terapéuticas y, de tan necesarias, triste y premonitoriamente reclamadas:
Tus cartas son un vino [v]
que me trastorna y son
el único alimento
para mi corazón.
…
Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme, paloma,
que yo te escribiré.
Pide noticias, quiere saber: “Esta es la hora en que no sé nada de ti. No sé qué te pasará Josefina. Haz por quitarme esta preocupación. Quítame estos pensamientos con unas letras: …” [vi]. Son cavilaciones de trágica soledad, de ausencia infinita.
Un treinta de octubre de 1940, Miguel no ha tenido carta. Sin embargo, no olvida que es su cumpleaños. En tarjeta postal, desde la cárcel de Palencia, escribe: “Mi querida esposa: El día de mi cumpleaños precisamente contesto a tu carta del 22. … Quiero que nos veamos y me enseñes a mi hijo antes que se cumpla un año de no vernos. ¿Que sea feliz me dices? Bueno, seguiré tu consejo, hija de mi corazón, hoy al menos, que hace 30 abriles que vine para ti a este mundo a darte penas y alegrías.”
Resbalarán, seguro, las lágrimas de un hombre ya cuajado en preso, que tirita de frío y amargura, que echa de menos su propia estampa, en el que cunde eventual la desesperanza pero que persiste gracias a su querer y al nuestro.
[i] Se pueden consultar los recopilatorios de Agustín Sánchez Vidal, Epistolario (Alianza, 1986), el de María de Gracia Ifach, Cartas a Josefina Manresa (Alianza, 1988) y el recogido en el Miguel Hernández. Tomo II. Obra completa, edición de Agustín Sánchez Vidal, José Carlos Rovira y Carmen Alemany (Espasa Calpe, 1992). También las recogidas en el archivo del diplomático Chileno Germán Vergara Donoso, que en sus últimos años le procuró sustento.
[ii] En el final de la carta a Josefina Manresa. Desde la cárcel de Torrijos, en Madrid. Fechada el 22 de abril de 1940.
[iii] Del poema “Carta”, incluido en el poemario “El hombre acecha” que dedicó a Pablo Neruda.
[iv] De “El silbo de afirmación en la aldea”.
[v] Del poema “Tus cartas son un vino”. A mi gran Josefina adora.
[vi] Carta desde la cárcel de Palencia. Fechada el 9 de octubre de 1940.