A Antonio Caba le conocía medio Manzanares. De puertas afuera era un hombre sociable que hasta «hacía migas» con algunos agentes de la Guardia Civil, pero de puertas adentro solo era un corredor de fincas acuciado por deudas y embargos. Presuntamente, mató a dos empresarios movido por el dinero que tanto necesitaba.
Su primer supuesto asesinato fue en verano de 2019. La víctima, un empresario de Vitoria, Jesús María González Borrajo, con quien intermedió en la venta de coches de lujo. Tres años después mató supuestamente a Juan Miguel Isla, para quien también medió en la compra de fincas.
Este es el relato de cómo la Guardia Civil consiguió un «dos por uno» en una profusa investigación que, de momento, ha acabado con dos hombres en prisión y algún «fleco aún por cortar».
UNA RÁPIDA DENUNCIA
Todo comenzó el 22 de julio de 2022 en Italia cuando a las nueve de la mañana Nardy, la pareja de Isla, llamó reiteradamente al empresario sin respuesta. No era habitual en él.
Sabía que Isla había salido de San Juan (Alicante) para dormir en su finca, La Torre, de Manzanares (Ciudad Real). Un trabajador le confirmó que el empresario salió de allí a las 7:20 horas.
Al día siguiente Nardy voló a España y acudió a la Guardia Civil. Rápidamente se descartó su relación con la desaparición. Solo hizo lo que había que hacer: denunciar antes de que se cumplieran las 24 horas.
Mientras, la Guardia Civil averiguó que Isla había quedado a las 8:00 horas con dos empresarios en La Solana para recibir 50.000 euros en efectivo por la venta de una finca. Antonio Caba, «el corredor», como le conocían en Manzanares, era el intermediario.
Así lo corroboró Caba, quien explicó que tras recibir el dinero, una hora después, volvieron a Manzanares y se despidieron.
Los hechos tenían cierta similitud con la desaparición en Manzanares en 2019 de otro empresario después de una transacción económica similar y con el mismo intermediario: Caba.
Pero había que encajar las piezas y obtener pruebas que presentar al juez.
LLEGA LA UCO
Así que la Comandancia provincial de la Guardia Civil requirió a la Unidad Central Operativa (UCO) del cuerpo, que sumó medios y experiencia al trabajo de la Unidad Orgánica de Policía Judicial de Ciudad Real.
Revisión de cámaras, entrevistas al entorno del desaparecido, inspecciones oculares… Y todas las hipótesis «tocadas» para centrarse en el móvil más probable: el económico.
Porque los 50.000 euros que cobraría Isla solo eran la cuarta parte de otros tres pagos anteriores, también en negro, por la misma cantidad. ¿Dónde estaban?
La noticia de la desaparición corrió como la pólvora mientras Caba extendía el rumor de que fue voluntaria porque Isla había estafado a los empresarios.
Pero la Guardia Civil no se lo tragó. Los compradores colaboraron y mostraron justificantes de los pagos. La Confederación Hidrográfica del Guadiana negó lo que insinuaba Caba, que se habían trasladado los derechos del agua a otra finca, lo que habría devaluado enormemente su valor.
Las cuentas tampoco avalaban la presunta estafa basada en la existencia de una hipoteca sin cancelar sobre la finca en venta.
Al hacer números, se constató que Isla vendía la finca por 1,35 millones de euros. Ya había recibido dos transferencias legales de 200.000 euros cada una, a las que se sumaban los 200.000 euros en efectivo.
Eso suponía la mitad del valor de la venta y con ese dinero y la otra mitad -esta se formalizaría en notaría-, Isla podría cancelar la hipoteca aún pendiente. La posible estafa no se sostenía.
LAS CÁMARAS
Los agentes revisaron todas las cámaras de Manzanares, que situaron a Isla el 22 de julio en su Renault Clio yendo hacia el municipio.
Paró a tomar café, después aparcó en la calle donde se instala el mercadillo, subió al BMW X5 de Caba y siguieron dirección Membrilla para ir a La Solana a cobrar el dinero.
Caba relató que volvieron, que dejó a Isla donde aparcó el coche y que ya no supo más. Esta versión podía «encajar».
Pero, ¿dónde fue Isla, si es que cogió su coche?
Volvieron a revisar las cámaras y comprobaron que el Clio abandonó Manzanares horas más tarde, a las 13:45, y que su conductor repostó en una gasolinera, compró avituallamiento y siguió en dirección Albacete/Alicante.
No conducía Isla, sino un amigo de Caba: Gaspar Rivera. Ambos tenían mucha relación, pero parecía que habían convenido no hablar nunca del desaparecido, al que ni mentaban.
Descartada la participación de otros sospechosos, se priorizó la búsqueda del coche en desgüaces, fincas y municipios, sin éxito.
APARCADO EN LA CALLE VIRGEN DE PILAR
Así las cosas, la Guardia Civil acudió a la colaboración ciudadana y difundió imágenes del coche a primera hora del pasado 25 de enero. A las 21:20 horas una mujer avisó de que estaba aparcado al lado de su casa.
Precisamente, en la calle Virgen del Pilar -la patrona de la Guardia Civil-, una feliz coincidencia que generó mucho miedo en Rivera. «Algo están tramando», llegan a decir Caba y él en una conversación interceptada.
Las pesquisas llevaron hasta la compra de una finca en Valdepeñas por parte de los sospechosos apenas unos días antes de la desaparición de Isla. Estaban interesados en que tuviera pozo.
Caba la puso a nombre de una asesoría gestionada por un amigo, que también figuraba de titular en una cuenta cuya tarjeta de crédito usaba «el corredor». Y en todo aquello que le pudiera ser embargado a Caba.
29 MINUTOS PARA MATAR
Las cámaras ayudaron al relato de los hechos. A las 8:38 horas Isla y Caba regresaron de La Solana en el BMW de este último y a las 9:07 se vio a éste, ya solo, entrando en casa. No se había llevado el móvil ni conectado la alarma de su vivienda para evitar dejar rastro de sus movimientos mientras ejecutaba a cabo su macabro plan.
A las 9:11 horas le pusieron una multa por aparcar, apresuradamente, sobre la acera frente a su casa. Tenía que dejarse ver lo antes posible y hacer una vida normal. Incluso realizó llamadas sin importancia.
Rivera, mientras, estaba cada vez más nervioso porque la Guardia Civil andaba preguntando por la finca del pozo. Llamó a Caba, se vieron y su conversación prácticamente les delató.
Como les delató que al menos dos veces dejaran sus móviles en otro lugar y desde la A-4 controlaran la finca que compraron para ver si había presencia policial.
ARMADO AL REGISTRO
La Guardia Civil consiguió una orden de registro de la finca de Valdepeñas, la que había generado tanto temor en Caba y Rivera. El primero llegó con su abogado y con un arma de fuego y otra blanca. Tenía licencia, pero no para cualquier situación, así que los agentes se las retiraron antes de permitirle acceder a la parcela.
En el pozo observaron una lona blanca. Un «montañero» de la Guardia Civil descendió y descubrió el cuerpo de Isla.
Rivera confesó en el juzgado, pero Caba no dijo ni una palabra. Y eso que la llave que abría el pozo estaba en su coche. Ni se inmutó, más preocupado de su aspecto físico porque llevaba barba de dos días.
Un mes más tarde fue detenido un hermano de Isla tras entregar a la Guardia Civil una pistola que, según dijo, le había dado Caba en una fecha coincidente con la desaparición del empresario. Hasta ahora, solo se le ha podido imputar tenencia ilícita de armas.
Que se sepa, aún no se ha determinado cómo fue asesinado Isla. En la autopsia preliminar no apareció ningún proyectil ni marcas de balas, pero es que el cuerpo estaba muy deteriorado tras nueve meses en el pozo.
UN «DOS POR UNO»
Sin escapatoria alguna, Rivera optó por colaborar porque quizá su confesión le ayudaría a suavizar su condena.
Comisionados por el fiscal, los agentes se desplazaron hasta los lugares señalados por Rivera: una nave en Manzanares, una casa de campo con una chimenea y un pozo de sondeo.
Fue en la nave donde Caba supuestamente mató al empresario de Vitoria, Jesús María González Borrajo, para quedarse con el dinero de transacciones comerciales en las que intermedió. Desmembró su cuerpo, quemó el torso en la chimenea de la casa y arrojó el resto en el pozo de sondeo.
Rivera ayudó a Caba en ese crimen y señaló a los agentes el pozo donde arrojaron el cuerpo, pero no estaba seguro debido al tiempo transcurrido, por lo que la Guardia Civil indagó por sus medios y descubrió otro pozo coincidente con el descrito por el detenido.
Allí, y gracias al trabajo y pericia de un ingeniero de Miguel Esteban (Toledo) que fabricó varios artilugios especiales debido a la estrechez y profundidad del pozo, se localizaron restos del empresario vitoriano.
Los asesinos evolucionan en sus técnicas. Caba, si finalmente es condenado por los dos crímenes, involucionó. En el primero se «esmeró» en hacer desaparecer el cuerpo. En el segundo, confiado por no haber sido descubierto en tres años, se relajó, pero la Guardia Civil lo desenmascaró.