El significado etimológico de la palabra “museo”es ‘El lugar donde habitan las Musas’. Las Musas eran, en la Grecia clásica, las divinidades protectoras de las artes y las ciencias, y solían tener un lugar dedicado en muchos templos, incluido El Partenón. Sin embargo, la palabra “museo”no se empezó a aplicar con el significado actual hasta el Renacimiento. En esa época los museoseran las zonas de los palacios dedicadas a la exposición de obras de arte, además de los talleres donde trabajaban los artistas, ya que en la Italia de los siglos XV y XVI, así como en otros lugares de Europa, las artes estaban protegidas y apoyadas por personajes poderosos a los que se les llamó “mecenas”.
Los museos actuales, tal y como están concebidos, tienen su origen en el siglo XVIII, inspirados por el espíritu ilustrado. En realidad era una forma de exhibición de poder, para que los monarcas absolutistas mostraran sus grandes colecciones de Arte privadas, que se habían hecho inmensas después de varios siglos de acumulación de obras. De alguna manera, la mayoría de los museos son el resultado de la megalomanía de una persona con poder y la forma de exhibirlo, convirtiéndose por tanto en un “mausoleo”.
Desde 1977, cada 18 de mayo se celebra el Día Internacional de los Museos. La idea nació en 1951 y tenía como objetivo mejorar la accesibilidad y la apertura de estos lugares a la sociedad. La fecha oficial de la conmemoración se adoptó en 1977, durante la décimo segunda Asamblea General del ICOM (Consejo Internacional de Museos) en Moscú.
En la resolución histórica también se acordó apoyar a los países en vías de desarrollo para que sus espacios culturales contasen con personal cualificado y especializado en investigación y conservación; y que, a su vez, esta formación profesional fuera replicada mediante la enseñanza y la difusión de material didáctico. Curiosamente la resolución del ICOM todavía no se aplica en un gran porcentaje dentro de los países desarrollados.
Dicho todo esto acerca de los museos, y por mi devoción hacia ellos, me creo en el deber de contar la realidad desde una perspectiva lo más alejada de cualquier tipo de sectarismo y de actitudes vehementes. Aunque no hay un censo oficial y objetivo, se calcula que en España hay entre 28.000 y 30.000 museos. Estas vertiginosas cifras incluyen todo tipo de museos, contando los museos de gestión y propiedad totalmente privadas, que serían aproximadamente el 65 % de los mismos. El número de museos totalmente públicos está en torno a 3.000, y los de gestión mixta público-privada suman unos 7.000.
Lógicamente cuando hablamos de museos no solo nos referimos al “museo-museo”, es decir, un museo de arte. Dentro de esta denominación entran otros tipos de museos: Etnográficos, de tradiciones y folclore, de oficios, da naturaleza, de ciencias, etc. Sin embargo, la mayoría de estos, a excepción de los de ciencias y naturaleza, son totalmente privados y muestran la colección acumulada de ciertos objetos por parte de una persona o algún colectivo.
No quiero aburrir a los lectores con estadísticas y cifras, pero sí quiero llegar al fondo del asunto. Durante los años de bonanza económica de finales del último siglo y principios del actual, los políticos de ámbito local, provincial y autonómica se prodigaron en construir museos de todo tipo por todo el territorio nacional. En muchos casos eran impresionantes edificios diseñados por arquitectos de renombre, cuyo desorbitado coste hizo que no quedase dinero para llenarlos de contenido. En otros casos, los museos se construyeron específicamente para un contenido que ya existía, pero una vez montado y llenado el museo no había dinero para contratar personal especializado para mantenerlos abiertos y estos quedaron en un patético y triste abandono. Desgraciadamente, los de los museos públicos no funcionales son casos bastante habituales, pero si nos vamos a los museos de gestión privada, aunque en la mayoría de los casos han recibido y reciben subvenciones, y no suelen estar abiertos al público, la lista sería infinita.
El panorama en Castilla-La Mancha en este tema es cuanto menos desolador. El ejemplo más claro está en el llamado Museo de Arte Moderno de CLM, ubicado en el convento de Santa Cruz de Toledo. Se trata de una colección particular (la del coleccionista de origen cubano Roberto Polo) en un espacio público cedido por el gobierno de la Junta y subvencionado con 2.000.000 de euros al año, más una residencia para el señor Polo, cuyo coste mensual es de 4.000 euros.
Independientemente de la calidad de dicha colección, hay algo muy importante, y es que el único artista de la región representado en esa colección es Rafael Canogar. Habría que unir al nombre de Canogar la ubicación teóricamente temporal de la obra del escultor Alberto Sánchez, que fue sacado de los almacenes del antiguo museo de arte contemporáneo de la ciudad, sito en el mismo lugar donde ahora está la colección Polo, después de dos décadas.
Además de la citada colección, en nuestra región tenemos otros dos museos de renombre, según consta en la consejería: El Museo de Arte Abstracto de Cuenca, que fue una iniciativa del artista Fernando Zóbel y que pertenece a la Fundación Juan March; y el Museo de Arte Contemporáneo Infanta Elenade Tomelloso, que pertenece a la bodega-almazara “Cooperativa Virgen de las Viñas”.
Por tanto, en nuestra región no hay un solo museo público, y las obras de los distintos artistas de CLM están desperdigadas por colecciones privadas o en museos locales. En muchos casos, estas obras están descuidadas y en auténtico peligro de perderse para siempre, como ocurre con la docena de cuadros del pintor de Tomelloso Francisco Carretero, que fue influencia decisiva en Benjamín Palencia. Actualmente, se encuentran en una sala de la sede consistorial que lleva su nombre, pero solo se puede visitar en ocasiones especiales, quizá porque los cuadros están demasiado deteriorados y urge una restauración a fondo.
Tampoco me quiero extender en este tema (ya que las normas de comunicación actuales dictan que no se puede obtener la atención de un lector más allá de diez minutos), pero disponemos de un patrimonio cultural inmenso que en su mayoría está muy mal gestionado. Cientos de museos que no se pueden visitar a no ser que se negocie una visita de grupo, o museos que solo permiten visitas un día a la semana. Al parecer, la mayoría de los museos de carácter local no se pueden permitir el lujo de contratar a una o dos personas para que puedan cumplir su función. Se han construido infinidad de museos con la única intención de que el político de turno deje constancia de su efímero paso por el poder.
Soy consciente, no obstante, de que la cultura es la sección florero de la política, y que en muchos casos los encargados de gestionarla no cuentan con la atención ni el presupuesto necesario. La mayoría de los políticos actuales considera la cultura como un instrumento del que echar mano cuando es necesario, y solo la utilizan de forma electoralista y muy sectaria. De hecho no se diferencian mucho de aquellos poderosos mecenas que utilizaban a los artistas para la exhibición de su poderío político y económico.
La semana de los museos debería celebrarse todo el año, y el mejor homenaje que se les puede hacer es darles utilidad, usarlos para darle a las personas conocimiento, entidad y conciencia individual y colectiva. Somos una región con un grandísimo patrimonio cultural, pero con una gran carencia de cultura. Soy consciente de lo fácil que es criticar, pero creo que también he dejado la evidencia de la causa de los problemas y la dificultad en solucionarlos. En otro artículo hablaremos más a fondo de este tema dentro del contexto de Tomelloso, una ciudad conocida por su enorme número de artistas plásticos, pero donde no hay ningún espacio donde se pueda contemplar la obra de todos ellos juntos, y creo que nunca se ha sabido aprovechar ese potencial.
Un servidor tiene un apego especial por los museos, y fue precisamente en un museo (El Louvre) donde descubrí, con 19 años, que tenía el Síndrome de Stendal, aunque creo que por aquel entonces aún no se había bautizado a esta maravillosa patología. Lo cierto es que un museo es mi hábitat natural, donde me siento realmente feliz, y solo podría echar en falta (en algún momento) una barra de bar. Los museos son esos lugares donde podemos descubrir de manera consciente lo que somos, entender nuestra sociedad, nuestra historia y nuestro lugar en el mundo.
Termino este artículo respondiendo a la pregunta de su enunciado: ¿Para qué sirve un museo? Un museo nos habla de nosotros mismos a través del legado de nuestros ancestros, nos cuenta quiénes somos y el porqué. Sin los museos perderíamos toda nuestra entidad y estaríamos en manos de la ignorancia. Pero los museos deben ser dinámicos, gestionados con inteligencia y coherencia, pues deben ser laboratorios de generación de ideas y creatividad. Me encantan los museos, pero nunca me gustaron los mausoleos, dos conceptos antagónicos que muchos no saben distinguir.