La ucraniana Anfisa Motora pasó su primera infancia en Mariúpol, ciudad de la región del Donbás que ha sido bombardeada por el ejército ruso, y estudió periodismo en Kiev antes de llegar a España hace once años: «Si nos rendimos, mañana mismo se caen las armas. Pero no veo ganas de rendirse», afirma.
Motora va a cumplir 40 años, está casada con un asturiano, reside junto a su marido y sus dos hijos en Valdepeñas (Ciudad Real), tiene familia y amigos en Mariúpol y Kiev, y pertenece a la «primera generación» de niños ucranianos: recuerda «perfectamente» sus primeros años en la Unión Soviética, la independencia y «esa consciencia de ser ciudadanos, de tener orgullo de tu país» que «nos marcó como generación».
En una entrevista, Anfisa Motora critica el papel que ha tenido Occidente desde el conflicto de 2014 y 2015, porque «ha habido casi ocho años para darnos la oportunidad, para integrarnos en las instituciones internacionales y la OTAN para plantar cara a Putin. Pero ahora estamos solos, totalmente solos».
Rechaza especialmente la palabra «preocupación» que es «la que siempre escuchamos», y con energía asegura que «para preocuparse de nosotros tenemos a nuestras abuelas y madres», al tiempo que subraya que lo que necesitan es «ayuda, apoyo tanto político como económico y militar».
Tiene claro que la guerra solo acabará si Ucrania se rinde, pero que si Ucrania «planta cara» a Putin se prolongará: «Si nos rendimos, mañana mismo se caen las armas. Pero no veo ganas a la gente ucraniana de rendirse», afirma. A su juicio, a lo mejor hay un 15 por ciento de ucranianos que firmaría un tratado con Putin, no más.
Con sarcasmo insiste en que los ucranianos solo escuchan la palabra preocupación. «Pobres altos cargos de la OTAN y de la UE, hay que darlos pastillas contra la ansiedad tanta preocupación les perjudica la salud mental».
Anfisa Motora explica que no quiere lamentarse pero tiene claro que no se ha hecho nada, y es particularmente crítica con España, un país donde residen más de cien mil ucranianos y que incluso tiene tres consulados.
Ella misma intentó en los años 2014 y 2015 organizar ayuda para los refugiados del Donbás pero no lo logró. La única organización con la que ha podido colaborar ha sido Unicef.
En este sentido, defiende que el nivel de empatía que reciben los ucranianos a título personal es mayor que el de altos cargos y reflexiona que España no se pronunció «claramente» en aquel momento y que a nivel político el «único argumento» para respetar la soberanía de Ucrania y sus fronteras es «el problema del separatismo catalán y vasco».
En su opinión, el apoyo de España es «claramente político» no real, y afirma que ha sido «uno de los países que menos nos apoyaron». De hecho, Dinamarca, con menos población ucraniana, prestó más ayuda en la eliminación de minas antipersona; porque Ucrania es el quinto país del mundo en minas, recuerda Motora.
«MI CIUDAD, MARIÚPOL, ES EL BLANCO NÚMERO UNO»
Los dos hijos de Anfisa son manchegos, una niña de 5 años que pregunta por lo que está pasando, y un niño algo mayor, que está escondiendo sus dudas y miedos «tras un caparazón», dice la madre.
El único hermano esta mujer ucraniana ha podido salir de Mariúpol y ella lleva toda la semana comunicando constantemente con su familia, amigos ahijados, sobrinas, primos…»para mi no son unidades anónimas, es la gente cercana. No es que me lo imagine, es que lo estoy viviendo. Y se añade impotencia de no poder ayudarles con nada».
Motora lleva «sin pegar ojo» desde el discurso de Putin este lunes porque sabía que su ciudad, Mariúpol, sería «el blanco número uno».
De hecho, añade que muchos no entendieron porqué Rusia no «tomó» esta ciudad en la escalada de 2014 y 2015 ya que es un enclave estratégico hacia Crimea y tiene un gran potencial geográfico e industrial. «Yo temía que lo iban a conquistar en 2014-2015, pero lo dejaron allí como la guinda del pastel», ha lamentado.
En la vida de esta mujer hay dos etapas anteriores a su llegada a España: su nacimiento y primeros años en Mariúpol, donde estudió hasta el instituto y donde tiene a su padre , otros familiares y muchos amigos de la niñez; y sus estudios universitarios de Periodismo y sus primeros años de trabajo en Kiev, donde residió once años y también tiene «mucha gente cercana».
«Estoy entre la espada y la pared, porque mi ciudad natal es el blanco número uno y la capital es el blanco número dos. Las dos vidas mías están atacadas, y la gente que me importa».