En política como en cualquier ámbito de la vida siempre la moderación es recomendable, porque con acciones de quienes no moderan las críticas o el alarmismo, solo alimentan el fanatismo y son arrastrados por lamentables precipicios éticos y morales. Puede creerse que es fácil liderar los destinos de una sociedad influida por el populismo, el extremismo, la información tergiversada y por la simpleza populista de los mensajes políticos, pero siempre la realidad se impone dejando a los exagerados en el lugar justo del tablero, es decir, en la caja de las piezas rotas.
Estamos acostumbrados a escuchar a algunos portavoces políticos “lamentar” esto o aquello, referido a las decisiones que toman los partidos que gobiernan. Los que están en oposición y obviamente no tienen la responsabilidad de gobierno, para éstos, es más fácil la crítica demagógica, el discurso estéril y de crispación, incluso en asuntos tan impredecibles y fuera de control como los derivados de la borrasca “Filomena” Pues al final se encuentran que pocas horas después, la misma borrasca fuerza a que gobiernos de su mismo partido, soliciten la declaración como zona catastrófica para sus municipios. Por ende, los “lamentos” en unos casos serían de aplicación en todos los casos similares.
Ya lo dijo, Dwight Whitney Morrow “Si un partido político se atribuye el mérito de la lluvia, no debe extrañarse de que sus adversarios le hagan culpable de la sequía”. Y eso es de aplicación cuando se utiliza el alarmismo y la crispación como arma política arrojadiza. Todo aquello que se exagera, como la crítica política, por lo mismo se empequeñece.
Y quienes actúan así, lo hacen en la generalidad de sus actividades; unas veces criticando no haber sabido combatir los efectos de “Filomena” y en otras ocasiones, sin atender la realidad general, proponen subvencionar a diestro y siniestro con un fin único, quedar bien ante los suyos.
A los “lamentadores” permanentes en política, alguien les debería enseñar la moraleja del cuento de “Pedro y el lobo” porque una vez es coincidencia, dos es casualidad y tres es un patrón. El político debe tener: amor apasionado por su causa; ética de su responsabilidad; y mesura en sus actuaciones.
La mano tendida hay que llevarla aun sabiendo que no conseguiremos lo previsto, así lo hemos hecho desde Ciudadanos, porque estamos convencidos de que debemos trabajar por el bien común de nuestra sociedad y no por el apoyo interesado y el cortoplacista rédito político; porque tenderla y quitarla es lo mismo que ofrecer el paraguas cuando hace sol.
Cabría esperar que aquellos que han gobernado aplicando el rodillo, dejen la política del cuanto peor, mejor y como dicen en nuestra tierra “se remanguen” y no sólo tiendan la mano, sino que colaboren apoyando el trabajo difícil que en cada momento se pueda plantear, sin mirar el signo político, porque me consta que en estos momentos para cualquier gobierno la dificultad es máxima.