La transformación social es posible pero sólo puede llevarla a cabo la colectividad. Se trata del “nosotros frente a ellos”. ¿Quiénes somos nosotros y quiénes son ellos?
La promesa liberal del libre mercado proveedor por sí mismo de justicia económica y social ha fracasado. El sistema capitalista es un sistema fallido que ha conseguido sobrevivir gracias a la imposición de un sistema de esclavitud económica a escala planetaria, implementada sobre la fundación de un sistema injusto de dependencia de los de abajo por los de arriba, y de la lucha permanente de unos contra otros, la batalla del “quítate tú `pa´ ponerme yo”. Mientras, las y los privilegiados miran desde sus elevadas colmenas cómo se desarrolla la carnicería y brindan, que todo se mueva para que se quede igual.
La rutina autodestructiva que hace cada día más poderosos a los poderosos y más pobres e indefensos a los pobres indefensos es el pan de cada día. La desigualdad y la mercantilización son las herramientas estratégicas del capitalismo contemporáneo para limitar la solidaridad y la fraternidad. La solución individual a un problema colectivo no es nunca una solución práctica sino un arreglo momentáneo. Sólo la solución colectiva a un problema económico o social es una mejora para la ciudadanía.
Por tanto, si consideramos que el ámbito privado es político, y el ámbito público también lo es, la vida diaria se convierte en política. La naturaleza nos ha hecho pueblo, no la razón ni la lógica sino la biología: la existencia solitaria no es connatural a nuestra especie, cualquier ser humano prefiere vivir en companía que aisladamente, y por una razón evidente y es que compartir es ampliar conocimiento sobre uno mismo y sobre el mundo que nos rodea; intercambiar es mejorar las condiciones de habitabilidad del espacio común. La comunidad, el barrio, la ciudad son el espacio donde ampliar y mejorar, donde conocer y conocernos, el lugar común que lo es de todas y todos.
Nos enfrentamos además con otro elemento connatural a nuestra especie: la resistencia relativa al cambio. No aceptamos el cambio con los brazos abiertos, nos resistimos, somos seres conservadores cuando se trata de cambiar, nos da miedo, nos asusta lo desconocido, nos cuesta lanzarnos, nos cuesta dar el primer paso, abrir la primera puerta. Por ello, concebimos la participación como un esfuerzo no voluntario sino impuesto y, como tal, no participamos si no percibimos que obtendremos un beneficio inmediato a cambio. Me temo que ese no es el espíritu de una participación adecuada, la transformación social conlleva resistencia, paciencia y perseverancia, y el beneficio, cuando lo hay, es siempre compartido, nunca privado.
Y sí, internet es insuficiente, limita la cooperación y la crítica politica así como las conexiones reales físicas necesarias. La autocomplacencia es fácil de alcanzar hoy día, cuando es tan sencillo hacerse activista virtual y dormir tranquilo porque uno ya está ayudando a cambiar el mundo. La tecnología es pospolítica, rebasa los mecanismos tradicionales de organización de la esfera pública, por tanto se hace imprescindible una “desconexión” de la actual dependencia de las tecnologías y sus esclavitudes diversas.
Participa. TÚ HACES TALAVERA.