Son fechas de recuentro personal donde la gastronomía adquiere un papel especial. En torno a la mesa, se reúnen familias en días donde los excesos calóricos se toleran con la condescendencia habitual de quien disfruta por unos días de la relajación navideña.
Despedir el año con uvas
Incluso, nuestras costumbres más arraigadas, como el ritual de las campanadas de Nochevieja poseen un guiño al sector vitivinícola.
Aunque ahora es habitual utilizar uvas especialmente preparadas para su consumo durante esa fecha, en La Mancha era tradicional guardar una selección de los mejores racimos para colgarlos en cámaras y poder prolongar así su fecha de consumo durante unos meses, evitando así que se pudriesen.
En todo caso, las “uvas de la suerte” marcan el cierre del año, que suele comenzarse con tras las campanadas suele iniciarse con un brindis con una copa de espumoso, como los que hoy día produce la DO La Mancha, junto a nuestros seres más queridos en los primeros minutos del nuevo año.
Roma, referente Antiguo de la Navidad
Vacaciones escolares, cierta paralización de la vida pública y social, con calles adornadas junto a largos y generosos banquetes, regados de abundante vino. Incluso ya se daba un intercambio de regalos con una cierta relajación moral de los comportamientos.
La descripción no corresponde a la sociedad occidental contemporánea, sino a la Antigua Roma, con las fiestas Saturnalia. Celebradas del 17 al 23 de diciembre, coincidían con el cambio de ciclo agrícola, como transición en el paso al solsticio de invierno. No en vano, a partir, de estas fechas las jornadas comienzan a estirar sus horas de sol hasta completar su “día más largo” con la llegada del solsticio de verano, en junio.
Posteriormente, como también haría en su santoral con otros usos y costumbres adoptados del calendario romano, la Iglesia adaptaría las fiestas Saturnalia en honor al Deus Sol Invictus (“el invencible Dios Sol” que triunfa sobre la noche) a llegada del “mesías salvador” de la tradición judeocristiana.
Vino y gastronomía, desde antaño
Además del Derecho, la historia y hasta los comportamientos sociales y familiares, a las viejas costumbres romanas también le debemos el placer de la buena mesa. Y es que en los banquetes de aquellas clases más acomodadas, el vino formaba parte de aquellas veladas. Una tradición de la propia cultura clásica que ya viene de mucho antes, cuando en la Antigua Grecia, el vino aparecía en las discusiones y encuentros, también conocidos como symposium. Es más, los cimientos de la filosofía clásica fundan sus orígenes con la gastronomía. Por ejemplo, uno de las obras más celebres de Platón se titula El Banquete y tenía al vino como elemento indispensable.
En la actualidad, el vino aunque acompaña de forma consustancial tertulias y acalorados debates de sobremesa, no el germen de los debates filosóficas. No obstante, toda un arte del maridaje resulta de su combinación en la armonía de platos para el menú. Una labor, que hoy ejercen profesionalmente los sumilleres pero cada cual puede aventurarse desde el entusiasmo y la pasión por el vino.
Así, resulta más placentero encontrar el punto adecuado para cada propuesta gastronómica. Por fechas, llegan mejor que nunca a la mesa los nuevos vinos jóvenes de la añada, especialmente los blancos. Por ejemplo, los blancos airén. Sus aromas frutales, y su paso ligero en boca con un toque idóneo de frescura (y acidez) los convierte en compañeros inseparables de entrantes, arroces, ensaladas y aperitivos en general. Variedades también adaptadas al terruño manchego, en una clara apuesta por la sostenibilidad, como la blanca chardonnay o la sauvignon blanc permiten su disfrute con platos de pescado más grasos y contundentes.
Todo ello, también se prescribe para los vinos rosados, cuyo toque de juventud y frescura con inconfundibles aromas de fruta roja y golosina los convierte en compañeros ideales para iniciarse.
En tintos, la estructura y complejidad siempre vendrá marcada por los gustos de cada consumidor. Aquellos que prefieran el rastro cercano de los aromas frutales, encontrarán en los tintos jóvenes de La Mancha una oferta muy interesante con sus tintos tempranillo, en una añada, por cierto, marcada por la sinceridad varietal y marcada tipicidad de zona que apuntan a perspectivas de excelencia en la calidad.
Si prefieren tintos de paso por madera, la oferta demanda un justo equilibrio de tintos que marcan su personalidad con sus aromas terciarios (vainilla, roble y tostados) integrando el recuerdo aún presente de los toque de fruta negra y especias (nuez, clavo, canela, etc).